Poemario ganador del II Concurso de Poesía emergente Antonio Alatorre 2023, Tengo una máscara de jaguar aborda de manera personal y conmovedora el recorrido de una voz por una localidad que encarna tanto sus raíces como sus vientos distantes; por un lado, Juchitán, Guerrero, y por el otro, el pasado lejano. Espacio y tiempo conviven en este poemario como una alianza donde lo no dicho aviva y alumbra, paso a paso, cada poema. Incluso uno podría dividir la casi totalidad de los poemas en estas dos categorías: “Piel de noche”, “[Aquí]”, “Guerrero: Juchitán”, “Baja del árbol”, “Delirio”, “Nacimiento”, “Medicina” o “Ponte a echar las tortillas, Elsa” junto a otros, frente a la serie que encarnaría el pasado, tales como “Orígenes”, “Para tomar agua hay que llegar al pozo”, “Instrucciones para consolar a las medusas”, “Máscara de jaguar” o “El tono”. Y, sin embargo, lo que más me agrada de la poesía de Israel Nicasio es que hay poemas donde la palabra no flaquea ni es excesiva, el tiro da en el blanco, tanto en la respiración como en la concepción.
Trataré de seguir lo dicho arriba con el siguiente poema:
Costa Negra: Costa Chica
Hay un barco en medio del mar.
Hay un barco que esconde
el pasado de este mundo,
de este pedazo de tierra.
Hubo un barco
de donde la noche escapó,
y pobló de cabellos crespos la tierra
y de eclipses solares las semanas
de verano, de donde las cadenas se
rompieron
para que las voces dieran nombre
a la costa.
Costa negra, Costa chica.
Costa de la huída del pasado,
que no abraza el mundo.
Porque siento dolor de tronco de
palmera, de animal herido
en medio del llano.
El primer verso es una imagen contundente. Tiene la fortuna de ser tan plástica como evocativa, tan poética como histórica. Funciona como una metáfora del origen de los pueblos afromexicanos en la región de Costa chica, Guerrero, mientras da un pulso casi mítico al pasado de la especie en sí misma: por eso el tiempo verbal cambia, del —hay— al —hubo—, donde a un barco se le escapa la noche. El siglo XV y el largo siglo XVI se traslapan con el origen mismo del ser humano (el continente africano como un barco) debido única y exclusivamente al acierto en las imágenes.
Si el barco trae la clave del mundo, por lo tanto tiene la llave para abrir el pasado directo de la región de Guerrero; a través de una serie de metáforas encadenadas de gran belleza, la voz lírica halla la conciliación de las dos series con las que abrí mi comentario, la localidad y el pasado se unen en este poema con un economía de recursos soberbia. Para mí, el poemario ya vale la pena por la segunda estrofa, reforzar la imagen de los afromexicanos como un flujo de energía humano que de despliega en la región como si fueran una serie de “eclipses solares” en “las semanas/ de verano” es una maravilla. Por si no fuera suficiente, el lector entra en la historia: “donde las cadenas se rompieron/ para que las voces dieron nombre/ a la costa” como acceso a la iluminación individual pero comunitaria de la voz que canta hacia el final del poema.
Si bien no todos los poemas tienen este aparato de construcción, se trata de una serie que culmina absorbiendo la historia de la región como historia familiar y, esta a su vez, como hallazgo de una voz. Se trata de un excelente libro que da cuenta de una madurez poética que gira en torno a lo elocuente. Israel Nicasio (ganador también en Poesía del Concurso 55 de Punto de partida) es un poeta al que vale la pena seguirle el paso.