Tuve la oportunidad de leer el primer poemario del poeta Luis Leobardo Hernández Sánchez (22 de agosto de 1989) el pasado mes de agosto. Si bien conozco al poeta desde hace varios años, ha sido una grata sorpresa toparme con su primer poemario a través del sello independiente Balagardos Editorial. Leobardo es egresado de la Licenciatura en Letras Latinoamericanas de la UAEMex, fundó la revista Dislexia Mundial en 2010, publicación que se imprimió hasta 2014, ha colaborado en diversas publicaciones impresas y digitales y en su ya robusta trayectoria se ha desempeñado como librero, docente, promotor cultural, periodista y editor. Comparto a continuación mis primeras impresiones de su libro:
Palabra de mar y otros mitos se divide en siete partes, cada una de las cuales agrupa motivos heterogéneos pero que se congregan para murmurar alrededor de un mismo cuerpo: el lenguaje como el doble de la vida. Sin embargo, a diferencia de esa poesía que canta sobre la poesía, o esos poemas que hablan del poema, Palabra de mar y otros mitos deja que la región sublunar de sus cantos sea un reflejo de una trama paralela: la voz lírica, a través del apóstrofe, se vincula a una figura femenina que se evapora poco a poco en el discurso hasta que solamente queda la palabra desnuda y cruda en su revelación. De ahí que el primer apartado “Palabra de mar” termine en unas “Nocturnas”, en tanto palabras completamente interiorizadas y autorreferenciales. El libro se muestra como un paso de un estado a otro donde la meditación sobre el lenguaje y su capacidad de convocar mitos quedan empalmados a la experiencia cotidiana del poeta. Los tropos sobre la capacidad del lenguaje, en sus reticencias y en sus destellos (siempre fugaces) configuran el ritmo general del libro, como cuando se nos dice:
rotan delfines en la botella
remueven el mensaje
hacen mapas en el agua
como en la palma de la mano
danzan bajo su canto
mientras tiembla el horizonte
son papel y tinta
quemándose bajo el espectro
luminoso del vidrio
una señal más para nadie
Lo mejor del poemario, en mi opinión, reside en aquellos poemas donde la voz lírica voltea a su alrededor, alejándose de su emoción y de su campo de reflexión (reiterativo en varios poemas), para detectar en torno suyo la poesía del instante, o mejor dicho, la irremediable evanescencia de la revelación:
a la orilla reposan
tus restos no el
cuerpo
que llevaste contigo
sino el espacio corto
de tus huellas
la breve profundidad
de espuma
que las besa y
luego muere
Y es esta capacidad la que le permite al poeta mostrar sus desgarraduras en construcciones donde nada sobra, donde la exactitud de lo enunciado se suma a la precisión del tono en la enunciación, como en mi poema favorito del libro:
cangrejos ermitaños
intercambian osamentas
deslizan las patas como dedos
estrían la arena en círculos
escriben de concha a concha
palpan el braile del cielo ciego
y regresan a su corazón fosilizado
Conozco a Leo lo suficiente para ver aquí los precisos ecos de una poesía donde lo mejor del siglo XIX mexicano (Nájera, Nervo y Othón) con Pellicer y el Pacheco del “Discurso sobre los cangrejos” se dan cita en un ejercicio de síntesis y precisión. La reducción del cangrejo en su pura osamenta (¿no es también una hipérbole?) es un primer punto de entrada donde todo un ciclo se ve cumplido, y a la vez es el salto de una geografía y una geometría: «palpan el braile del cielo ciego» de manera que ninguna palabra queda exenta del mismo proceso, como en la hispanización del apellido de Louis Braille. Si bien, desde mi lectura, no todos los poemas alcanzan estas alturas, se trata de un primer poemario que muestra el potencial de este poeta mexiquense al cual considero vale la pena seguir de cerca.