Antebellum es un film del año 2020 que causó cierto revuelo tras lo que un sector del público calificó como una publicidad engañosa. En resumen, el trailer de la película genera la atmósfera propia del género del terror, vendiendo la idea de que el espectador verá una película con el típico esquema: jumpscares, adrenalina, palomitas, refresco y pasar un buen rato (lo que sea que eso signifique). El problema es que la ejecución de la película va para otro lado. Y esto se debe a que Antebellum es un film que algunos catalogan como terror de reivindicación social.
La trama se centra en la vida de una exitosa autora y activista afroamericana llamada Veronica Henley, interpretada por Janelle Monáe, quien es arrastrada a una aterradora realidad marcada por el anacronismo, particularmente la época de la esclavitud en el sur de Estados Unidos. Se trata de una película heredera de Jordan Peele en su exploración de temas como el racismo y la opresión en su configuración contemporánea. Pero es justamente la publicidad de la película el mejor apartado de su configuración como producto cultural.
¿Por qué? Por la sencilla razón de ser un detector de cretinos. Las personas que se sintieron estafadas por querer ir al cine a pasar un buen rato y distraerse, o por prender su TV con la misma intenciones, me parece que son el verdadero público objetivo de la película. Creer que el estado natural del cine es la distracción es ideología en su estado más puro. Si el viejo edicto ‘ya veo mucha violencia en las noticias y en la realidad como para encima verlo en el cine’ está desfasado, es precisamente por mostrar su matriz ideológica propia de una pasividad cínica o nihilista.
La publicidad engañosa es casi un pleonasmo. Abogar que el aparato publicitario de la película te ofrece otra película revela una inercia de consumismo puro. Y no, aquí no condeno la búsqueda de distracción. El problema es la indignación que generó una publicidad engañosa con un producto de crítica social. Generalmente esos indignados no lo están por la publicidad de productos de consumo que ofrecen lo que no son: desde alimentos hasta tecnología.
El punto nuclear de la propuesta de Antebellum es fantástica porque obliga al espectador a mirar lo desagradable que persiste más allá de las apariencias. Si sientes que ya son demasiadas películas que tienen crítica social, ¿por qué no sientes más bien que es ya tarde para una práctica social que realmente opere cambios estructurales capaces de dejar atrás temas como la desigualdad o (en este caso) el racismo? El anacronismo propio de la trama de Antebellum no puede ser más explícito en sus intenciones: hay prácticas que persisten y que siguen moldeando el día a día social.
La ventaja narrativa del cine es que trastoca el elemento cuantitativo (por ejemplo, el número de mujeres que sufren violencia sexual en México) en una historia con rostro y memoria. O mejor dicho, en una historia personal donde podemos observar (como espectadores) los entrelazamientos de una dinámica que también se pierde si solo vemos el rostro de la víctima. Pienso en Perfume de violetas de la cineasta mexicana Maryse Sistach o en Irreversible de Gaspar Noé: en la realidad, ante un secuestro o un asalto o una violación, usualmente uno esquiva o huye de la escena violenta; pero en el film uno sigue a los involucrados y está presente en ese acto de violencia.
Se trata de un contrato propio de cualquier género artístico. Si la historia cambia o el proyecto vira (sin tampoco cruzar los límites de la coherencia y lo verosímil) es francamente ridículo hacer una pataleta por ello. La propuesta cultural de Antebellum tiene indicios de una consciencia que señala cómo el verdadero terror está en sacar de lo terrible un mecanismo de mercancía propio de la oferta y la demanda. No hay gran distancia entre ese comportamiento y el de los blancos en la trama de la película que secuestran a personas de la comunidad de color, con el objetivo específico de regresar a la época de la esclavitud previa a la Guerra de Secesión de Estados Unidos.
En este sentido, la práctica pública y publicitaria de Antebellum es doblemente crítica, se apropia de la dinámica del mercado para remarcar el doble rasero de la comunidad de consumo al estropear su dosis de adrenalina con una película orientada a la empatía y al sentido comunitario. Normal que se indignen. Antebellum es un gran detector de cretinos así como los últimos juegos olímpicos también lo fueron.