¿Qué otra cosa es vivir en una ciudad sino advertir que todos llevamos una adentro? La ciudad metrópoli o provincia es oculta y estremecedora hasta que nos revele sus enigmas. Después de eso al fin la habitamos. No importa si vamos de improvisto o atentos: un día nos quedamos bajo un techo pequeño mientras llueve, nos acercamos de prisa o en sueños a esa esquina ahora distinta, un faro se derrama diversamente ante nosotros, entramos a un café si hay tiempo. Lo sabemos. La ciudad tiene lugares donde nos apartamos de la soledad para manifestar nuestros primeros secretos, eso escondidos en cada rincón, la premura de nuestros nombres y, con todo lo que aquí reside, construimos, por dentro de una ciudad, otra esplendida y única. De todas las formas por edificarnos mi preferida es la tertulia, el ritual, el conocimiento que otorga la poesía. Me gustan las tertulias porque en ellas descubro un sinfín de urbes que se levantan y, con la misma, desaparecen. Aquí la voz se rebela y, entre amigos y desconocidos, adquirimos el don de ser un breve espacio para el descubrimiento: no somos hasta que alguien nos acompaña, hasta que alguien nos habita. Y eso sucede en tertulia: como en las grandes ciudades, todo sucede en un instante. Esa es la gran victoria al leernos y escucharnos: sabemos de nuestras ciudades, pero siempre nos vamos a otro lado. Construimos una ciudad que nunca volverá a ser la misma cada que nos reunimos. A continuación, la crónica de la construcción de una ciudad poética.
El pasado 25 de junio Xánath Caraza, Paula Busseniers, Julio María, Brianda Pineda, Michelle Arrébola, Natividad Blásquez y quien ahora escribe, nos reunimos en la bella Librería los Argonautas en el centro de Xalapa, Veracruz, México para edificar La ciudad tiene lugares, lectura poética, ciudad de siete avenidas. Rodeados de una fuerte luz azul y del calor de toda la gente que nos acompañó, transitamos primero por la obra de Xánath Caraza y Paula Busseniers, quienes demostraron unos ojos sedientos de obras pictóricas y poesía.
Maravillados por cómo Xánath se apropia el espacio con su lectura, nos estremecimos con una poesía que va adquiriendo un color paulatino, que es feroz y a la vez sutil. Palabra matizada por la contemplación de la naturaleza y la necesidad de la denuncia, Caraza nos evocó un lenguaje que es un río que fluye con su canto: el lenguaje fue un arma ante el dolor y de eso que debemos recordar. No era de esperarse debido a su avidez creativa, versatilidad y compromiso a lo largo de los años. Por su parte, Paula Busseniers, entrañable docente de la Universidad Veracruzana, nos invitó a una poesía destinada a observar a las pinturas más allá de sus posibles descripciones: Paula nombró a los objetos, a la mujer sentada en una silla. En sus poemas encontramos pincelazos sutiles pero certeros de los colores del mundo y una historia que, en un ejercicio imaginativo, nos coloca dentro del cuadro como un observante, uno que, más allá del pretexto de ver, se recuerda a sí mismo como un escucha del deseo, de los sentimientos ocultos para quien pinta y es pintado. Creo, firmemente, que por mucho tiempo resonará el eco, los colores y el movimiento de estas dos grandes poetas en aquel foro argonáutico.
En la segunda parte de la lectura contamos con la ambientación musical de José Rodríguez, virtuoso músico experimental que, desde su audaz manejo de efectos y su oído, trastocó acordes y entabló una comunicación con las otras cinco latitudes de esta metrópoli. A él le debemos, justamente, ese soundtrack expansivo que hizo ligeros los andamios de esta ciudad creciente: en su ingenio se fundió nuestra voz como símil de un puerto casual y sonoro. Julio María, artista multidisciplinario, presentó una bitácora poética de un padre al viajar solo con su hijo. Con una lectura rozando el spoken word, Julio deconstruyó y volvió a unir las fisuras de lo que entendemos cuando pensamos paternidad. Su poesía habló de un nuevo tipo de hombría, de los cuidados y mutación de un padre frente a la belleza y fragilidad de su hijo. La bitácora de Julio fue estremecedora por investigar, desde su ímpetu, cómo se confecciona el presente y pasado de quien descubrió el abrazo más largo de su vida en un autobús. Brianda Pineda, poeta de virtuosa contemplación, se apropió de la figura de Elvis para volverlo un escenario mitológico y buscarle una poética universal. A partir del El Rey nos acercó e hizo de nosotros un paisaje donde la muerte es un lugar de desconocimiento, donde lo intangible se mezcla y se des-apropia de la vida ajena y propia: al reconstruir la vida del ícono del rock and roll no sólo esta poeta nos expuso lo fructífero de su imaginario, de su acto poético y su capacidad para ascender a la reflexión; nos hizo pertenecernos al nivel de los grandes: su poesía nos mostró que en el mundo de Elvis también puede ser el de nosotros, porque también hemos sido desprendidos, heridos, engañados, olvidados.
Michelle Arrébola nos sorprendió por su juventud y su poesía de altos vuelos. Su poesía nos regaló una serie de buganvilias que adornan los edificios que no vimos pero sabemos existen: sobresalieron de sus construcciones la madre, la homosexualidad y la creación. Poesía que nos incita a nunca terminar de caer, Michelle llegó desde Yucatán para compartirnos sus cartografías, su trastocar del amor hasta el dolor de lo que creemos ser y nos transportó a nuestro centro con una aguda certeza: no hay que parar de cuestionar, como lo hacen los amantes en la oscuridad, a los dioses, a lo transitorio de este mundo. Natividad Blásquez, poeta de fe inquebrantable, fundó los cimientos, lo profundo de esta ciudad poética. Con su gran habilidad introspectiva y espiritualidad hindú, sus poemas pasaron ante nosotros como quien, a tientas, recorre su cuerpo por primera vez y, aunque se debate entre el pudor y el goce, se sabe apasionado, decidido, vigoroso. Entre su voz nerviosa y su libreta, entendimos cómo el cuerpo se vuelve para sí mismo, pero también para la poesía: sus poemas se tensaron, curvearon y nos dejaron marcas sonoras, sutiles heridas que esconderán, durante mucho tiempo, esos debates que nos aventuramos a tener a solas, frente al colchón, cuando la carne y el espíritu nos dictan qué escribir.
El que ahora escribe, finalmente, se dedicó a escuchar, estremecido, lo más hondo de todas las demás ciudades. Se dedicó a observar al público, a guardar en la propia sus rostros para, en plena soledad, poblar su cuidad, quitar los muros de sus lotes baldíos. A su tiempo leyó, también, entre los nervios y la pasión del micrófono, sus poemas de ropa perdida, de pretextos, de boletos del metro, de viejos departamentos con escaleras rojas al otro lado del mundo y agradeció, cuando se clausuraban los caminos de esta ciudad, a todos los presentes por hacer de Xalapa un lugar de tantos lugares, imprescindible cada día, cada noche.
Semblanza:
Pablo Rodríguez (Xalapa, Veracruz, 1997). Poeta y estudiante de la Facultad de Letras Españolas de la Universidad Veracruzana. Editor de Revista Literaria Tintero Blanco. Ha publicado poemas en Círculo de Poesía, Revista Literaria Taller Ígitur, Bistró, Sangre Ediciones, entre otros medios digitales.