En 1992 Hugo Mujica publica Paraíso vacío, un libro de poesía donde el también sacerdote, filósofo y ensayista ahonda más en su exploración de los límites del lenguaje para abordar los intersticios de esas zonas grises tan propias de los grandes conceptos. Propio de su reflexión teológica y filosófica, Mujica se inserta en cierta tradición que es posible rastrear desde los poetas metafísicos ingleses (según la primera caracterización que da Samuel Johnson) como Donne, Cleveland y Cowley, hasta un Roberto Juarroz en la propia Argentina. Sin embargo, Mujica (al menos en esta primera etapa de su poesía) se centra en los giros internos del sentido que desembocan en lo paradójico, pero una vez instalado en esa paradoja, la vuelve un campo fértil (aquí la herencia de los poetas-filósofos es palpable).
Gracias a este ethos, Mujica es capaz de reelaborar conceptos como cuando define la derrota en tanto “triunfo imperceptible de haberlo perdido todo” o cuando (muy propio de la hermenéutica religiosa) orienta la lectura de La Caída en aquel poema que dice: “Sobre el jardín desnudo aún no había caído la lluvia. Fue el hombre quien cayó, para saber el perdón, para levantarse de a dos”.
La lectura que ofrezco aquí de Paraíso vacío va precisamente en esta línea de la paradoja fértil en tanto respuesta y pregunta a un libro central de la literatura occidental: el Paraíso Perdido de John Milton (1608-1674). Evidentemente el título del libro de Mujica establece su referente (hipotexto en términos de Genette) junto a un grupo específico de poemas. Como ejemplo de esto que digo, el último poema que cité un párrafo arriba se llama ‘Génesis’, el cual es toda una asimilación de las intenciones de Milton respecto de los métodos de Dios en su relación con la humanidad. Ahora bien, el poemario lleva el título de un poema específico presente en él, que cito a continuación:
“Paraíso vacío
Sólo la serpiente no fue arrojada: permanece arrastrándose en círculos más y más cerrados, abriendo el infierno de un paraíso vacío. Gira en el vacío vaciando un círculo en el polvo: el hueco espejo del terco rito de ser el dios de mi propio infierno”.
Como verá el lector, el poema de Mujica responde a uno de los momentos más altos del libro de Milton, justo cuando Satán, recién derrotado en la batalla celestial, debe autoafirmarse para poder continuar adelante:
“La mente es su propio lugar y puede/ Hacer en ella un Cielo del Infierno/ y del Infierno un Cielo. […] Y en mi opinión reinar vale la pena,/ Aunque sea en el infierno: mejor es/ Reinar aquí que servir en el Cielo”.
Lo interesante de este último pasaje es que, al leer el Paraíso Perdido, uno no puede sino concordar con lo dicho por Harold Bloom respecto de la genealogía que comparten Hamlet y Satán: “Cada uno (cuando dice algo realmente importante) se dirige sólo a sí mismo, pues ¿quién más parece real?” Dicho lo anterior, queda claro que para Mujica, el paraíso (por supuesto, en clave moderna) no se ha perdido, sino que se ha vaciado. El Satán de Mujica en su poema no es tanto la serpiente sino el demonio retroactivo y solipsista que persiste en su autoafirmación más allá de todo límite. Y es esto lo que separa (y opone) la lectura del poeta argentino de la fascinación que causó el Satán de Miltón dentro de los románticos (Shelley y Byron principalmente).
No es de extrañar que Hamlet haya sido otra figura literaria que causara embeleso para el romántico en general, lo que no puede señalarse es la falta de interioridad de ninguno de ambos (Satán y Hamlet); sin embargo, para el caso que nos ocupa, el exceso de individualidad ha generado un movimiento absurdo: lo concéntrico conduce a lo vacío. Y a pesar de ello, si la serpiente es el reflejo del círculo cerrado de lo finito y ridículo, el paraíso (y Dios) es el reflejo del círculo cerrado de la eternidad y lo sublime (la última de las ruinas); es como si la voz poética se defendiera de ambos círculos, haciendo del hombre el responsable de labrar sobre aquel desierto.
Al final, buscar cualquier paraíso perdido es toparse con la serpiente, y llenar cualquier paraíso vacío es volverse la serpiente. Ni por la vertiente romántica-posmoderna, ni siquiera por la clásica, parece decirnos Mujica en este poemario, el hombre contemporáneo cruzará la tentación del abismo y la fascinación de la ruina. Si esto último que digo es cierto, Mujica sería otro maestro de la ironía, al igual que Milton, al señalar y dar rostro a una potencia dentro de sus poemas que rebasa, y por mucho, sus creencias y convicciones más profundas.