Trinidad Gan es ganadora del XX Premio Internacional de poesía Generación del 27 por su poemario El tiempo es un león de montaña. En el año 2009 consiguió accésit en los Premios del Tren en al año 2009 con el poema titulado “El fugitivo”. En el año 2014 es invitada a participar, representando a España, en el Festival Internacional de Poesía de Costa Rica.
Sus primeros textos aparecen en la Antología Nuevas voces de la literatura en Granada editado por la Junta de Andalucía y la Fundación Caja de Granada. En 1999 publica Las señas del pirata, poemario-plaqueta editado en la colección Cuadernos del Vigía. Algunos de estos poemas aparecen también incluidos en el Diccionario-Antología Plumas femeninas en la literatura de Granada (siglos VII-XX) de Amelina Correa Ramón. Sus últimos poemarios son: Fin de Fuga, XX Premio de Poesía Ciudad de Cáceres, Caja de fotos, XII Premio “Surcos de poesía, Receta para el fuego (Antología poética) y Papel ceniza.
¿Quién es Trinidad Gan?
Como una mujer que ha acogido en su vida a la escritura por compañía y que sabe que la poesía la hace ser más libre y menos solitaria.
Para mí escribir es, más que una vocación u oficio, una forma de mirar en mi interior, de mirar hacia los otros también, porque la palabra debe ser como una pupila que se dilate al roce con la realidad.
-En mi escritura poética trato de usar esa mirada siempre desde el borde afilado que nos dejan las preguntas más humanas, más compartidas. Es un proceso de búsqueda en el que las palabras se vuelven cazadoras, están siempre al acecho de lo que hay detrás de la realidad, de lo que ella nos. Una lucha necesaria, aunque muchas veces perdida, por llegar a otro nivel de conocimiento, por nombrar el mundo y así hacernos cuerpo en él.
El interrogante que más me acucia cuando escribo parte de la extrañeza del espejismo del yo (más, un yo-mujer) ante el mundo. Pero la poesía no responde nunca, no te hace dueño de ninguna certeza, arroja sucesivas preguntas. En cierto modo escribir poesía es una forma de vivir en la duda, en el insomnio y en la conciencia de lo fragmentario Y por eso sigo escribiendo, tentando suerte sobre la página en blanco, por ver si la luz de las palabras llega a poner algo de orden en el caos interior, en el caos que nos rodea.
¿Quién o quiénes te acercan a la lectura?
Afortunadamente pasé mi niñez y adolescencia en una casa con muchos libros. Mi padre era un gran lector y un amante de las librerías de viejo. Aún rastreo, emocionada, la huella de sus dedos, su caligrafía diminuta en los volúmenes que llenan su despacho en la casa familiar. Él hizo que yo amara leer, que los libros se volvieran indeleblemente para mí un paisaje propio y personal, un territorio amado donde ser un yo-otro, donde rebosar mis límites y mediante la imaginación vivir otras vidas.
Luego, los maestros con que me encontré en el instituto (especialmente recuerdo a uno, Fernando) o la universidad, me llevaron a nuevas lecturas, a amar las voces de otros y hacerlo siempre en su diversidad, mestizaje y riqueza. Profundicé con ellos en distintas poéticas en castellano, como las de Bécquer, Machado, Cernuda, Lorca, Gil de Biedma, Neruda, Vallejo, Storni, Sabines o Gelman y en la obra traducida de Shakespeare, Brecht, Pessoa, Baudelaire o los dadaístas. Ellos fueron mis primeras lecturas en poesía.
¿Cómo comienza el quehacer literario para ti?
Mi primera relación con la palabra (aparte de la lectura-para mí siempre un pecado cercano a la gula- y de algunos poemas adolescentes que escribía con temática amorosa o intensamente existencial y política – eran los tiempos finales de la dictadura franquista- y que guardaba como algo privado) fue a través del teatro. De hecho, pensé que quería ser actriz hasta que mi costumbre de guardar instantáneas de lo vivido con papel y bolígrafo se convirtió en una especie de adicción. Por eso no es extraño que los poemas primeros que publiqué en la plaquette “Las señas del pirata” reflejen una doble escenografía (los bares/el mar) y pongan las palabras no en mi boca sino en la de unos personajes, máscaras del yo. Era en un intento inicial de apertura de lo escrito hacia los otros, fascinante hallazgo que dejó una huella rastreable en mi escritura posterior: el descubrimiento de que la palabra es siempre un cuerpo (pues cada una de ellas respira, camina, late, tiene su propio peso y piel) y, de otro lado, la extrañeza de que sobre las páginas pueda alzarse también una representación de nuestras vidas por la que transiten los personajes sucesivos que somos, que hemos sido.
Con ese libro inicial, de 1999, comencé a hacer lecturas en vivo (algo para lo que siempre estoy dispuesta pues adoro la oralidad germinal de la poesía y me enriquezco mucho con el feed back que me ofrecen los asistentes, hasta el punto de ser determinantes muchas veces en la construcción final del poema) y estas lecturas me llevaron a buscar nuevas posibilidades de edición para mis escritos. Comprendí entonces que la poesía tiene una esencia comunicativa, que la palabra puede ser como esa piedra que dejas caer en el centro del agua para luego ver que crea círculos concéntricos que se extienden más allá de ti mismo, que sus ecos se multiplican y llegan a los lectores. Aunque he sido una poeta de publicación algo tardía (cumplidos ya los 30 años) esto quizá ha logrado que hubiera una mayor decantación en los textos que seleccioné para publicar y que los siguientes libros fueran señalando un proceso. Así, en mi primer libro “Fin de fuga” se puede escuchar el monólogo desnudo de una mujer que pasea un escenario de naufragios, como si fuera voz y cuerpo a la deriva; la misma mujer que, en el segundo poemario “Caja de fotos”, pixela sus recuerdos hasta volverlos, con la tijera de la ironía, casi fragmentos cinematográficos que esperan el fundido en negro que le abra el futuro. Y en mi último libro “Papel ceniza” ese teatro íntimo, dejando atrás máscaras y personaje, se abre hacia la calle, a la intemperie de palabra y memoria, para buscar poema tras poema a esa extraña que me habita, y quizá hallarla justo en los ojos, la voz y los cuerpos de la multitud que se cruza conmigo.
¿Tienes poemas favoritos de otros autores?
He de confesar que soy una lectora infiel y, salvo los clásicos (Garcilaso, San Juan de la Cruz, Quevedo, los sonetos de Shakespeare) a los que vuelvo y vuelvo siempre, soy más lectora de lealtades sucesivas y deslumbramientos. Mis lecturas son muy eclécticas, pero en poesía tengo rachas de apasionamiento e influenza (sí, como una especie de “gripe”) con autores concretos; así en mis primeros poemas de Caja de fotos está la huella de la poesía de la Generación del 27, de Lorca y de Cernuda, de Pessoa, Pavese, Kavafis o Jaime Gil de Biedma. Luego en Las señas del pirata o en Fin de fuga, aparecen ecos de mi época Baudelaire y en mi último libro Papel ceniza han quedado (supongo) los de Leopoldo Mª Panero, Carver, Jose Angel Valente,o Blanca Varela.
Ahora si he de decir a qué poesía me siento próxima tengo que nombrar sin duda la palabra viva de Javier Egea o la poesía de Luís García Montero, Joan Margarit, Chantal Maillard, Eduardo García y Ángeles Mora, así como algunos poetas hispanoamericanos que han sido claves en mi inspiración: Eduardo Chirinos, Rosario Castellanos y Piedad Bonnett. Afortunadamente, los poetas siempre nos leemos unos a otros más allá de las fronteras, de los grupos, de las generaciones, porque la poesía es una experiencia, tanto en escritura como en lectura, integradora, creadora de mestizajes, de mucha riqueza.
Guardo en la memoria muchos versos de estos poetas que me han impactado y algunos poemas que siempre conversan conmigo y con mi escritura, por lo que es difícil elegir uno sólo. Pero quizá escogería este texto de una poeta a la que admiro (pues me interesa mucho ir rescatando las voces de las mujeres poetas, ninguneadas en el canon literario y que tuvieron que luchar con su escritura por deshacerse de los arquetipos ideológicos, políticos y morales que marcó una educación manipulada por los hombres), Ángeles Mora, porque en su aparente sencillez, en su claridad y hondura, componiendo con las palabras justas y más luminosas lo que parece un bodegón íntimo, me recuerda siempre hacia dónde debe apuntar un poema.
CACTUS
Dos pequeños cactus,
rosa fuerte,
amarillo,
en mi estantería
lucen firmes,
Parecen vigilantes,
Enhiestos
guardianes de las letras.
Son capaces de herir,
Como la poesía.
¿Cómo es un día de creación literaria para ti?
Como para mí la escritura poética es sobre todo una cuestión de mirada, pueden ser muchos los lugares donde siento que se embosca un poema; así, es muy importante para mí el paseo urbano o el trayecto de un viaje, pues suponen tener un tiempo libre para lanzar mi mirada hacia lejos, hacia lo otro, hacia la naturaleza, y en ellos encontrar lo que cumple a las grietas, a los huecos del yo. Acostumbro a tomar anotaciones de lo que veo, sospecho, tanteo, en múltiples lugares de escritura (que han ido variando con el tiempo: autobuses, los bares y cafeterías, parques, mi propia habitación a solas) y sobre distintas páginas (servilletas de bar, las pequeñas libretas que llevo siempre en el bolso, la pantalla del móvil o de la tablet).
Últimamente me gusta ponerme a trabajar muy de mañana, con la compañía de alguna música instrumental (que cambio de jazz a tango, de clásica a étnica, según me pida lo que escribo, pues a veces llega a ser casi un referente para el ritmo de pensamiento y poema) y siempre a bolígrafo, sobre folios reciclados en los primeros borradores
No suelo ser muy sistemática en la planificación del trabajo de escritura. No me marco fechas ni tiempos de cierre del trabajo a hacer, del libro a terminar. Dejo que él mismo vaya fluyendo y creciendo, pero sí que me preocupo cuando pasan días en los que otras obligaciones cotidianas me impiden encontrar el tiempo y el ámbito necesarios para la creación; entonces sufro el agobio de no escribir (Nulle die sine línea), como una especie de hambre de palabras, como esa orfandad del que ve su tiempo escapar en horas perdidas.
¿Cuándo sabes que un texto está listo para ser leído?
Suelo tardar mucho en pasar los poemas que escribo a ordenador. Vuelvo una y otra vez sobre el cuerpo del lenguaje, para escribir de la forma más desnuda que pueda, para buscar la palabra más exacta y simple, para deshacerse de las ramas inútiles. Intento, así, despegarme del artificio formal (aunque siempre habrá cierta técnica y algo de artificio o no se trataría de una mirada literaria), incluso usar el aliento de lo fragmentario que es símbolo y riqueza de nuestro tiempo.
En este proceso me sirve de guía la propia oralidad de las palabras (leerlas en voz alta para mí sola hace que afine el ritmo del poema) y luego también comparto mis esbozos con algunos amigos que son excelentes asesores, que saben decirme cuándo y dónde el poema es mentiroso o no es claro. Esos amigos son mis primeros lectores, algo muy importante pues pienso que para un poeta el poema no sale nunca acabado de su escritorio, que es el lector el que lo interpreta y lo acaba, y que es realmente poema cuando a través de él, como decía Raymond Carver, el lector descubre que se está acercando a sí mismo de otra forma.
Por eso ocurre que cuando veo que las experiencias y los sentimientos anotados durante unos años se han convertido en un número grande de bocetos de poemas y que ya me urge compartirlos con los otros, me planteo el perfilar el libro. Y componer un libro es una tarea aún más lenta que escribir poemas.
¿Qué tanto hay de España en lo que escribes?
Tanto como de la realidad en la que uno vive hay en cualquier poema o texto escrito. Toda escritura trasluce unas circunstancias vitales, una ideología; no sólo porque se escribe desde un yo histórico sino porque el propio material de escritura (el lenguaje) está sesgado por la ideología dominante.
Además, existe siempre un compromiso ético con la sociedad en la que uno habita, un escritor no puede estar desconectado del mundo que le rodea, pero no sólo del cercano sino de ese mundo global en el que todos estamos inmersos actualmente, más cuando Internet puede acercarnos al sentimiento y las vivencias de personas tan alejadas como las que viven en India, Egipto, USA o Japón.
La idea de patria, así, ya no parece tan válida. Fuera de lo que sean el paisaje o las costumbres culturales más reconocibles y propias, ese ámbito de pertenencia se ensancha en primer lugar por el mismo lenguaje materia del poema, verdadera patria del que escribe. Por eso para mí son tan importantes los lazos, las conexiones con los escritores latinoamericanos, con la poesía que se escribe hoy en castellano en Estados Unidos y en otros países distintos al mío y por eso también he agradecido la oportunidad que el Festival Internacional de poesía de Granada me ha dado de conocer a poetas mexicanos desde el querido Eduardo Lizalde a interesantes poetas jóvenes como Xánath Caraza, Alí Calderón, Álvaro Solís o Mario Bohórquez.
¿En qué proyectos estás trabajando ahora?
Siempre tengo sobre la mesa varias carpetas con nuevos borradores, nuevos proyectos de escritura abiertos que van madurando de una forma continua pero azarosa, cuya evolución hasta configurar uno o varios libros no depende de mi voluntad muchas veces sino más bien de cómo mi deseo de nombrar el mundo y a mí misma vaya tomando cuerpo preciso en los poemas.
Ahora mismo trato de encarar una doble investigación en el lenguaje poética: por un lado, la búsqueda de despojamiento en el poema en verso, de esencialidad y concisión, para lo que intento trabajar con otras formas rítmicas que eludan lo argumentativo de mi poesía anterior y, por otro, abrir la mirada a nuevos interrogantes que me acucian, como nuestra fugacidad, los falsos espejos del yo, el fantasma de la memoria, todas las incertidumbres que construyen hoy al ser humano.
También he empezado a trabajar ahora con el poema en prosa, textos que parten de anotaciones hechas en viajes, restos de sueños o pensamientos diurnos que he creído que, sin volcarlos en ninguna métrica o versificación, ya configuraban un texto poético en sí. Son esbozos aún en los que voy tanteando el aliento preciso, la respiración justa que los haga llegar mejor a los lectores.
¿Qué consejos tienes para otros escritores que comienzan?
Más que darles un consejo (sería vanidoso, ya que yo también estoy comenzando a escribir como ellos: lo hago cada vez que pongo el bolígrafo sobre una página en blanco), les puedo anotar aquellas cosas que me han servido para seguir en el camino de la escritura: que lean a otros escritores, y no sólo poesía, sino también narrativa, filosofía, ciencia; que atesoren y dialoguen con nuestra tradición literaria en castellano y en las buenas traducciones que les acercan otras lenguas, que escriban luego buscando con el trabajo y tiempo que sean necesarios una voz propia, sincera y compartida con claridad e intensidad, que no se limiten a cumplir con la corrección de acento o sintaxis sino que miren más allá hasta dar con el ritmo y la respiración justa de palabra y pensamiento.
Y finalmente, algo que deseo para mis nuevos escritos; que volvamos a la palabra como espacio de conocimiento de nosotros mismos y del mundo, como espacio abierto de encuentro con los otros y territorio de libertad, ciudadanía y progreso humano.