Es la primera vez que hablo de literatura infantil en esta columna; me alegra que sea con “El niño y el mar” de Uriel Velazquez Bañuelos, un libro que se asoma a temas más delicados para las infancias con una más que una interesante economía de recursos literarios. En algún punto me gustaría realizar una reflexión sobre el debate si el concepto de «Literatura infantil» debe quedar circunscrito al concepto mayor de Literatura pura y llanamente, pero no será aquí.
Para bien o para mal, la industria editorial saca réditos importantes de las ventas destinadas al público infantil, ya sea con mediadores escolares o con los lectores menores de doce años que realmente gustan de pasar algunas de sus tardes leyendo un libro. Quien guste acercarse a “El niño y el mar” podrá tener entre sus manos una historia redonda donde, a mi parecer, su punto fuerte reside en trabajar un tema como el abandono con una economía literaria que esquiva con eficacia la dinámica de la censura o el foco rojo sobre un supuesto tema delicado para las infancias.
El inicio del libro es potente porque nos trae el momento de quiebre para el personaje principal (Arturo), quien rememora los últimos momentos con su padre. En un manejo delicado del lenguaje, el narrador traza dos líneas que más tarde se volverán metáfora:
Su padre no dio media vuelta, siguió empujando
el barco hasta la orilla del mar. El niño corrió hacia su papá,
le correspondía saber la respuesta. O eso sintió. Pero las olas los
empujaban en direcciones contrarias; el niño, con cada empuje,
llegaba más cerca a su casa; su papá, con cada empuje, estaba
más cercano al sol de allá, donde el mar parecía no tener fin.
El gran detalle de este inicio está en el quiebre del equilibrio, la larga oración “Pero las olas los empujaban…” que denota la dinámica Padre/Hijo, ya está precedida por una expectativa que no se cumple: “le correspondía saber la respuesta. O eso sintió.” Sin apelar a tecnicismos, tenemos una escritura hecha desde y para la empatía; una tal que tampoco apela a la lástima: el niño merece su respuesta pero no la tendrá, no de la voz del padre que es, al final de cuentas, la respuesta que realmente le importa.
Un libro emblemático como “El pato y la muerte” de Wolf Erlbruch posee una belleza casi tangible sobre un tema complejo como la muerte; sin embargo, a mí me agrada levantar el velo de las posibilidades en favor de nuevos cuestionamientos. Si la muerte es algo que escapa a lo racional, ¿no es lo mismo cuando una persona te deja de querer, en especial cuando se trata de un cariño tan asociado a lo natural como el de un padre?
Me parece que el planteamiento vale totalmente la pena. Si bien el libro suaviza mucho la crudeza de esta raíz, mantiene hacia el final la promesa de un mar calmo como una postergación muy anclada a lo real. Consciente de la ambigüedad de los oráculos, el autor hace un guiño a quienes de adultos aún no encuentran respuesta, acaso por el simple hecho de que no las hay. Y ese es el otro aspecto que más aprecio del libro, tiene sus claves dobles, tanto para el adulto como para el niño.
Si bien tiene sus detalles el libro, las ilustraciones aportan mucho a la construcción de una historia sólida capaz de construir una historia significativa para cualquier lector. Uriel Velazquez es un escritor joven que tiene un futuro promisorio, pero también su trayectoria. Con varios libros en su haber (tanto infantiles como no infantiles) será un gusto ver la evolución de este escritor jalisciense.