La distorsión constitutiva de un texto. Porque (como aprendí del hecho de leer fragmentos) no es lo mismo el orden del texto que su nacimiento y todo esto, no es lo mismo que la concepción. Empiezo, pues, en Escritos del escultor y grabador vasco Eduardo Chillida. De nuevo, entre los ejercicios de variedades que se pueden hallar en este libro (poemas, aforismos, no máximas sino mínimas), Chillida el escultor se vierte en el Chillida aprendiz. Aprendiz de poeta, aprendiz de pensador, aprendiz de escultor, claro; pero en rigor, Chillida aprendiz de Chillida. El eterno ingenuo que pregunta una y otra vez, curiosamente, sabe algo. Algo sabrá (agregaría yo), pero no por preguntar, sino porque es pregunta sin redención.
Chillido es un escultor que siempre me fascinó. Quizá por eso cuando empiezo a leer Escritos me veo obligado a seguir el camino de la biografía. Me encuentro con la primera sorpresa: Chillida fue portero de La Real Sociedad. Esto quiere decir que Chillida defendió el arco que años después defendería el mítico Luis Miguel Arconada. Esto quiere decir que Chillida dejó el futbol. Dejó el deporte y al club cuyo palmarés suma dos ligas españolas y dos Copas del Rey. Un club que ha visto pasar entre sus filas campeones del mundo como Antoine Griezmann o Xabi Alonso. En realidad, Chillida dejó sus estudios de ingreso para la Escuela Técnica Superior de Arquitectura con el fin de jugar con el equipo de San Sebastián. Más tarde el futbol lo dejaría a él.
Pero antes de que el deporte lo abandonara en las frías desolaciones de una rodilla lesionada, Chillida formó parte del conjunto que logró (o recuperó más bien) la promoción a primera división. Fue en la temporada 1942-43 donde Chillida fungió de portero titular. Luego de la promoción, un choque con Fernando Sañudo alejó sus manos del balón para entregarlas al arte. Supongo que de ahí Chillida moldeó la habilidad para ser espectador de sí mismo.
Ya en materia, los Escritos regresan a su autor al estado del observador asombrado. El espacio se erige pieza, pero específicamente el espacio abierto. El espacio que está por descubrirse. Pues como confiesa el propio escultor respecto al promontorio rocoso al final de la playa de Ondarreta (España), donde sitúa su obra más emblemática (salvo en mi opinión por los Escritos): “Aquel lugar es el origen de todo. Él es el verdadero autor de la obra. Lo único que hice fue descubrirlo. El viento, el mar, la roca, todos ellos intervienen de manera determinante. Es imposible hacer una obra como ésta sin tener en cuenta el entorno. Es una obra que he hecho yo y que no he hecho yo”.
Habla por supuesto de El peine del viento. Precedido por catorce piezas, el peine de Ondarreta es un fragmento en el pleno y extenso sentido de la palabra. Su totalidad orgánica está en el espacio que atraviesa cada individuo de la serie. Ese espacio que cubre (incluso) el año 1952, donde se cifra el inicio de la serie de peines, hasta 1977 donde se construyó el citado peine de Ondarreta. Pienso entonces en lo fragmentario del deporte. De la vida. ¿No es el fragmento una figuración de diferencia y repetición subsumidas la una en la otra? Espacio que culmina en su forma.
No es que Chillida se transfigure, él, en su obra; saca lo que el material (sea este hormigón, alabastro, madera, yeso o el hierro) es de por sí. Materia inmanente y, gracias a eso, materia inminente. Chillida no es un pensador. Y este elogio es su portentoso pensar. Im-pensador, sorteador de lo empírico y de lo trascendente, escribe:
La ingenuidad y la falta de inteligencia me han permitido tener algunas satisfacciones con mi trabajo.
Sin la exigencia del erudito, sin la exigencia propia incluso, agrega:
Contra la orientación, la estabilidad, el conocimiento, la seguridad … Desorientación, inestabilidad, asombro (camino hacia el conocimiento). Más vale ciento volando que pájaro en mano.
La sabiduría (en todas sus vertientes, incluida la popular) posee su verdad (no reprimida sino) ex-primida, su límite interno reaparecido en el espectro de lo otro. Es ése camino hacia el conocimiento lo carente de profundidad. El lugar insólito que ocupa el arte nos dice que su verdad es siempre nueva. ¿O era que la verdad es siempre su arte? Como sea, el inquieto espectador que soy pregunta.