Toda indiferencia enigmática es defensiva, la indiferencia melancólica (con estrategias tan distintas a la primera) también lo es. Esta actitud tiene su anatomía; frente al sentido común que nos dice que todo indiferente lo es por carecer de interés, el observador atento detecta un intento (acaso primordial) que se ha ahogado en el fracaso. Es esta experiencia crucial (empírica o fantaseada) la que otorga fundamentos contingentes a la indiferencia, y no al revés.
Evidentemente, el indiferente es un ser agotado, exhausto de sus propios impulsos vitales. Muy parecido al Herman Melville que no alcanza la consagración como escritor en vida y cuyo único horizonte al final de su vida es la zozobra del olvido. Hasta aquí he esbozado los signos de la soledad: la del capitán Ahab, la de Bartleby y la de esa Voz que habita más de tres décadas de poesía en Melville.
De la poesía de Melville aprendí a oír aquella tensión que deja el silencio. Es la tensión que adquiere la presencia de un incendio fantasmal perpetuo, sirva como ejemplo uno de mis poemas favoritos de Melville:
An uninscribed monument
on one of the battle-fields of the Wilderness
Silence and solitude may hint
(Whose home is in yon piney wood)
What I, though tableted, could never tell–
The din which here befell,
And striving of the multitude.
The iron cones and spheres of death
Set round me in their rust,
These, too, if just,
Shall speak with more than animated breath.
Thou who beholdest, if thy thought,
Not narrowed down to personal cheer,
Take in the import of the quiet here–
The after-quiet–the calm full fraught;
Thou too wilt silent stand–
Silent as I, and lonesome as the land.
Es la misma tensión que deja Bartleby tras pronunciar su: “I would prefer not to”. Porque si hay alguien en la literatura “Not narrowed down to personal cheer”, ése es Bartleby. El abogado que narra la historia de Bartleby, el escribiente, hombre práctico y de negocios, comenta intranquilo cómo Bartleby inició su trabajo con una perfección inusual de corta duración; tras apenas tres días de encendidos esfuerzos, nuestro querido Bartleby se cansa.
Ha copiado a la perfección documentos legales y seguido punto por punto su trabajo “aburrido, insípido y letárgico”. No sale de la oficina nunca. Su único alimento son los pasteles de jengibre. Y lo peor, empieza a provocar tensiones de silencio que empiezan a ser audibles para los demás, especialmente para su jefe que en un momento acepta: “Nada molesta más a una persona seria que la resistencia pasiva”.
¿Puede haber versos más descolocados, en este cruce de contextos que estos? “Thou who beholdest, if thy thought,/ Not narrowed down to personal cheer,/ Take in the import of the quiet here-” ¿Personas no reducidas al grito personal de la victoria, en Wall Street? No se necesitan más palabras para mostrar el genio de Melville.
Estoy cansado. Estoy exhausto. También yo me he vuelto indiferente ante tantos mensajes de vida arrastrados por los vertiginosos vientos de la muerte.