Ignatius Reilly, Bartleby, Pessoa y Cesare Pavese. Los cuatro residen en mi mente como un conglomerado que refleja mi postura frente al trabajo. Descubro que mi escritura fluye con mayor facilidad cuando pospongo alguna responsabilidad, sea cual sea su naturaleza. Al descuidar algo importante, en pocos minutos, mi mente se desata con una avalancha de creatividad: ideas, versos, planteamientos y uno que otro proyecto. No es necesario que sean buenos (o factibles en el caso de los proyectos), simplemente me acompañan. Escribo esto en lugar de atender otras obligaciones.
Ignatius J. Reilly
La relación de Ignatius con el trabajo es fundamental desde el inicio de la novela de Toole. Su primera anécdota, narrada por él mismo, relata cómo vomitó tras un viaje de Baton Rouge a Nueva Orleans; solamente a través de un comentario de su madre podemos inferir que fue una artimaña para evitar conseguir un trabajo. Tras un incidente con su madre, cuyo resultado fue una demanda y una deuda de más de mil dólares, el personaje se ve obligado a buscar empleo. Destaco aquí lo que considero verdaderas joyas de la sabiduría sobre el trabajo, extraídas del gran «Diario de un chico trabajador; o adiós a la holganza»:
He dado en llegar a la oficina una hora más tarde de lo que allí se me espera. En consecuencia, me encuentro muchísimo más reposado y fresco cuando llego, y evito esa primera hora lúgubre de la jornada laboral en la que los sentidos y el cuerpo entorpecidos aún por el sueño convierten cualquier tarea en una penitencia. Considero que, al llegar más tarde, mejora notablemente la calidad del trabajo que realizo.
De momento, debo mantener en secreto la innovación que he introducido en relación con el sistema de archivado, pues es revolucionaria, y he de comprobar los resultados antes de revelarla.
La primera innovación es maravillosa. Cualquier trabajador sabe que el tráfico, el despertador o cualquier otro pretexto por haber llegado tarde esconde esta franqueza de Ignatius. Lo segundo se refiere a eliminar los archivos pendientes de archivar. A la basura los archivos, dice Reilly, porque contraer la peste bubónica por esos santuarios de la suciedad y el abandono, en pleno siglo XX, es ridículo. Continúo con la siguiente entrada del diario:
De momento, estoy decorando diligentemente nuestra bulliciosa colmena de abejas burocráticas (tres). La analogía de las tres abejas me trae a la memoria tres A que describen muy adecuadamente mis actividades como trabajador administrativo: alejamiento, ahorro, armonía. Alejamiento de los empleados superfluos, con la armonía y el ahorro consiguientes. Hay también tres A que describen muy adecuadamente las actividades y características de ese bufón que tenemos de jefe administrativo: adoquín, animal, anormal, abominable, alcahuete, asqueroso, aguafiestas, agresor. (Me temo que, en este caso, la lista se me ha ido un poco de la mano). He llegado a la conclusión de que nuestro jefe administrativo no cumple más función que la de obstaculizar y confundir.
Gracias a Ignatius mi lema no es ‘There’s a sucker born every minute’ sino ‘Cada minuto nace un dirigente con las tres A’. En la misma entrada hay observaciones sobre el ambiente, la música, la camaradería, todas permeadas de una ironía que te hace sentir triste por el hecho de haberlas vivido todas, como la siguiente:
Cuando les pregunté por sus salarios, descubrí que la paga semanal media es de menos de treinta (30) dólares. Mi considerada opinión es que un individuo se merece más que eso como salario por el simple hecho de estar en una fábrica cinco días por semana, sobre todo si la fábrica es como la de Levy Pants, donde el techo agujereado amenaza con derrumbarse en cualquier momento. Y, ¿quién sabe?, aquella gente quizá tuviese cosas mucho mejores que hacer que haraganear por Levy Pants; por ejemplo, componer jazz o crear bailes nuevos o hacer todas esas cosas que ellos hacen con tanta facilidad […]. Si yo hubiera sido uno de los obreros (y habría sido un obrero muy grande y particularmente aterrador, como dije antes), habría irrumpido mucho antes en la oficina y exigido un salario decente.
Es posible que lo que más canse del trabajo sea esa destitución subjetiva que implica comprender todo lo relacionado con el mundo laboral como un absurdo. Pero hay distintos tipos de situaciones absurdas: un salario precario es un absurdo indigno. Por supuesto, trabajar cansa, y siempre será peor cuando ese cansancio sea indigno también. De eso huye Ignatius toda la novela. Será un ser detestable (entrañable también), pero al menos es congruente.