Escrito bajo el heterónimo de Bernardo Soares, el Libro del desasosiego tiene sus propias reservas específicas en torno al tema del cansancio y el trabajo. En las primeras páginas ya aparecen menciones sobre el patrón Vasques y sobre la Rua dos Douradores, en cuyo epicentro se enfoca la vida de este hombre mitad personaje, mitad Fernando Pessoa. La oficina es también su hogar, por lo que su condición es tan inapelable como inalterable: “Todos tenemos un patrón Vasques, para unos visible, para otros invisible […]. Para otros será la vanidad, el ansia de mayor riqueza, la gloria, la inmortalidad… Prefiero para patrón mío al Vasques hombre, que es más tratable, en las horas difíciles, que todos los patrones abstractos del mundo”.
La resignación está aparejada del nihilismo casi absoluto que embarga a Soares. Esta lógica aplica para los fenómenos de la explotación, alienación y deshumanización. Soares aplana el mundo con una visión teológica, que no obstante carece de trascendencia: no podría haber algo más distante de los reclamos anti-metafísicos que se agruparon bajo los diversos materialismos de inicios del siglo XX. “El patrón Vasques. Lo recuerdo ya en el futuro con la saudade que sé que habré de sentir entonces” nos dice el heterónimo. El presente y la experiencia quedan anulados por su desollamiento futuro.
Esto plantea un problema inmenso: ¿hay progresión en el Libro del desasosiego, es decir, hay cansancio? Si el absurdo es lo divino, como diría Soares, el tedio y el cansancio son el Reino y la Alianza. Al respecto, dice Soares:
“Lo que sobre todo tengo es cansancio, y aquel desasosiego que es hermano gemelo del cansancio cuando este no tiene otra razón de ser que el estar siendo. Tengo un íntimo recelo de los gestos que esbozar, una timidez intelectual de las palabras que decir. Todo me parece anticipadamente frustrado.
El tedio insoportable de todas estas caras, estúpidas por su inteligencia o por la falta de ella, grotescas hasta hasta la náusea de los felices o infelices, horrorosas porque existen, marea separada de mí de cosas vivas que me son ajenas…”
Ocurre con Pessoa lo que ocurre con Shakespeare, hay que prestar atención al background; se trata de una lección magistral sobre dónde posicionar la mirada y en qué momento atender los silencios. ¿Por qué Macbeth es tan solícito con Lady Macbeth? ¿Por qué Soares rodea una y otra vez en torno al tema de la inacción, o en cualquier caso, la acción como enfermedad del pensamiento?
En otro momento dice que el Patrón Vasquez es el símbolo de los hombres de acción: voraces, pragmáticos hasta la náusea e irremediablemente atolondrados. Me recuerda a una distinción que hace W.B. Yeats: los mejores sin convicción y los peores con apasionada intensidad. Soares está cansado. En realidad está siempre despidiéndose, como aquel otro gran suicida que encuentra tres negaciones por cada lado del cuchillo: E.M. Cioran.
El cansancio crónico tendría una definición tan esclarecedora como oscura: si todo te parece anticipadamente frustrado, harás del tedio y del cansancio el único solaz de la existencia. Es retroacción en estado puro: no hay peor prisión que la que uno dice elegir. Ése es el cansancio crónico.