Uno de los poemas que más se usa para introducir al lector (en habla hispana) a la obra de Ada Limón (1976) es ‘The leash’, poema perteneciente a su libro estelar (hasta el momento) de 2017, The carrying. ‘The leash’ posee todo lo mejor de la obra de Ada Limón: el evento cotidiano revisado a través de una lente tan lírica como reflexiva, el detalle elevado a la categoría de paradigma, el instante poético cuya revelación es siempre revelación de una herida así como de un asunto inconcluso, cuyo desenlace (si lo hay) queda en manos del lector. En la traducción de Marisol Bohórquez, la última mitad del poema dice así:
[…] todavía puedo maravillarme de cómo la perra corre directo
hacia los camiones de carga que bajan a toda velocidad
por la carretera, porque ella piensa que los ama,
porque está segura, sin duda, de que las cosas ruidosas
y rugientes la amarán también, su pequeño y suave ser
lleno de deseos de compartir su maldito entusiasmo,
hasta que tiro de la correa para salvarla porque
quiero que sobreviva para siempre. No mueras, digo,
y decidimos caminar un poco más, estorninos
altos y febriles sobre nosotros, el invierno acercándose para depositar
su frío cadáver en este pequeño pedazo de tierra.
Quizás siempre estamos lanzando nuestro cuerpo hacia
aquello que nos aniquilará, suplicando amor
a la veloz travesía del tiempo, y así tal vez,
como la perra obediente a mis talones, podamos caminar juntos
en paz, al menos hasta que llegue el próximo camión.
Luego de lo que sabemos que es capaz el ser humano, ¿cómo no temerle junto a su inclinación cada vez más condenatoria, de sí y de lo que le rodea? Y sin embargo, el poema te grita directamente: “Don’t die”. No te mueras, lector. Somos como esa perra que corre tras los camiones de carga, presas de un entusiasmo maldito. La correa es la que puede salvarnos. Ese tirón hacia atrás. “Perhaps we are always hurtling our bodies toward the thing that will obliterate us” dice el poema en su momento más alto. El eco del Wilde de la Balada de la cárcel de Reading retuerce aquí el asesinato: Ada Limón enlaza un vitalismo natural con esa tendencia (tan humana) de matar lo amado en un anaquilamiento propio.
El camión de carga se vuelve una imagen consolidada y poderosa: no puede importarle menos el entusiasmo de la perra, su suplica de amor o de correspondencia animal, por el simple hecho de que no es un ser vivo. Es lo que en filosofía se llama un epifenómeno. Es decir, un fenómeno secundario que se desprende de un fenómeno primordial sin relación relevante entre ambos.
Si tuviera que poner énfasis en un leitmotiv de la (última) poesía de Ada Limón, sería en esta atención especial a los epifenómenos. Una especie de escepticismo que casi estoy tentado a llamar trascendental si no sonase tan rimbombante. Pienso en poemas como ‘Dream of the raven’, ‘Late summer after a panic attack’, ‘Bust’ o ‘The light the living see’ donde el dramatismo total del poema está en el reconocimiento de que lo más vital para nosotros es apenas y menos que existente.
Lo que me parece más valioso de la obra de Ada Limón es lo que puede abrir, las rutas que descubre, lo que dentro de algunos años podrá verse aquí postrado esperando el momento idóneo para el ataque: una poesía que empieza a desplazar el foco, el centro de gravedad, digamos, de lo humano y su interioridad como elementos inherentes de lo lírico. Y esto no ocurre siempre, Ada Limón aún pertenece a la herencia directa de W.S. Merwin, Charles Wright o Mary Oliver (entre otros) con su apego a la naturaleza desde la contemplatio en tanto raigambre mística.
A pesar de ello, no puedo evitar sentir que algo late en algunos poemas de The carrying y The hurting kind que medita sobre este desplazamiento del centro humano en la lírica. Es decir, sí la naturaleza pero vista, sentida, olfateada, herida incluso desde el tamiz de la consciencia humana (en su supuesta universalidad). Ada Limón tantea otros derroteros, especialmente en su último poemario, cuya cumbre, me parece, es ‘The end of poetry’.
Aquí se tiene una estructura fragmentaria que parte de una dispersión (rizoma según cierta jerga filosófica) donde las oraciones, en su mayoría coordinadas yuxtapuestas, parten de un “Basta” o “Suficiente” emblemático. El poema (lo dejo en inglés) empieza a enumerar todos los lugares transitados de la poesía: “Enough of osseous and chickadee and sunflower// and snowshoes, maple and seeds, samara and shoot,// enough chiaroscuro, enough of thus and prophecy” y continúa hasta centrar lo que verdaderamente implica el fin de la poesía (según la poeta) “enough// I am human, enough I am alone and I am desperate,// enough of the animal saving me, enough of the high// water, enough sorrow, enough of the air and its ease” para cerrar con un enigmático y contundente: “I am asking you to touch me”.
¿Qué solicita el poema? Que lo toquemos. Pero ¿no es eso, en rigor, un epifenómeno más entre cualquier otro? ¿Qué tocamos entonces? La hoja, el árbol transformado. O incluso, la pantalla (la mía o la de su móvil o computadora, querido lector). Y, ¿qué se toca allí? Una representación visual y funcional de información digital. La poeta y el poema piden un imposible, pero en eso está su ganancia: no en sentir lo que ya hemos sentido mil veces con la poesía, sino quedarnos atorados en una tarea imposible.
Al ser la 22° poeta laureada de Estados Unidos, Ada Limón es celebrada y poco desgranada. Afirmar que posee un lenguaje vivo (vaya lugar común) y que su poesía es una luz en medio de la oscuridad (en Vanity Fair se dijo esta zarandaja) no me dice nada. A diferencia de su poesía que sí lo hace e incluso más.