A los desconocidos, ninguna editorial los quiere. Para la editorial modesta, el autor desconocido es un peligro. No importa lo que haya escrito. Si no tiene nombre (marca), no venderá, y la editorial perderá dinero. Eso me decía Jorge en nuestras primeras conversaciones, que le daba miedo apostar por mí.
Por supuesto, para las grandes editoriales, el autor desconocido no es un peligro porque —simplemente— no existe.
Hasta que Jorge me instituyó como escritor, (yo) era un autor insular. No conocía a nadie. Publicarme era una temeridad. Un buen libro no garantiza ventas. Y Jorge lo sabía mejor que nadie. Aparte de eso (o más bien revuelto), mi libro era diferente. O sea, muy-muy peligroso.
A veces me pregunto: ¿un libro puede ser bueno sin ser diferente?
A Jorge Salvador le preocupaba mi nombre. PL Salvador. Pues pensaba que los lectores pensarían que éramos familia. En una ocasión le dije: Me lo cambio: Me llamaré Salvador Prolýmbux. Me gusta lo de Prolýmbux (el grupo musical que me cobija) porque nadie más se llama así. Últimamente estoy pensando en firmar con otro seudónimo, y quizá lo haga en el futuro, utilizando el nombre del protagonista de Nueve semanas.
Bloss Ñejer. Así me llamaré. Porque nadie más se llama así. Pones el nombre en Google y solo sale mi Bloss Ñejer. Bueno, por eso elegí ese nombre. Volviendo con lo de PL Salvador, el otro día me escribía un escritor. Quería hablar conmigo. Pensaba que era uno de los editores de Pez de Plata. Así que —después de todo— el amigo Jorge tenía razón.
Sí, mi primer editor es un zorro. Listo como una serpiente. Un editor magnetizador. El editor-tigre. Lee en silencio, hasta medianoche, entre un kaos de manuscritos, en su multiverso particular. Aunque su agenda está llena, los escritores apabullantes pueden entrar en su club, eso sí, siempre después de Rita, entre fuego y cenizas, incluso si vienen de Königsberg o de la taberna del Galo. Este editor no sabe lo que es un día perdido, nunca fue vago, tampoco punk, aunque le gusta la brisa, sobre todo si viene de un mar índigo, y suele descansar nueve semanas cada 2222 días. Con pecado concebido, Jorge Salvador no huye de la escatología pero sí del pesimismo, y se confiesa bibliófago y cimarrón, cómplice de Samsa y leal a todos los Nimius. Siempre hay luz al final del túnel de Jorge Salvador, un editor que se mueve como humo entre los murmullos de este mundillo literario que tanto le necesita.
Hoy, cuando mi novena obra entra en imprenta de la mano de otro editor, era necesario decirlo: Jorge Salvador no es solo mi primer editor: es también un amigo, un cómplice, el socio perfecto.