LA TIENDA DE PINTURAS ubicada sobre la avenida resurgimiento cerraba poco después de las ocho de la noche, debido claro, a que la luz artificial que ahora entraba en función no ayudaba a percibir los colores con lucidez. Dulio, como a diario, hacía la concentración y colocaba la clave de seguridad antes de cerrar. Luego de feriar un billete tomaba un colectivo para su casa, pero los días en que llovía, se veía forzado a pagar un taxi, pues con lo que se ganaba ahí, comprar un coche era inasequible.
Era una de las tiendas más reconocidas en el país, pero la que otorgaba menos prestaciones a sus empleados. Dulio, tenía casi nueve años de fidelidad en la empresa y apenas en esta ocasión obtenía un reducido crédito para adquirir una casa. De todas formas, él se sentía agradecido con su patrona por la confianza que le depositaba y el hecho de que ya no seguiría pagando rentas. Dilma, en cambio, mostraba un carácter contrario.
El día del homicidio llegó media hora temprano a trabajar, pero salió a la hora de siempre; y debido a que no hubo lluvia, tomó un bus urbano para regresar a casa. Camino de vuelta recordaba la jornada de ese día. No hubo mucha venta, por tanto, la tarde había sido de charlas y curiosas pláticas entre él, Damián, el cajero y Danilo, quien era el diligenciero de la tienda. Damián inició la conversación sobre la pornografía y las mujeres en general. Había estado viviendo, les contó, con una camarista por casi tres años. Ella con veintisiete años y dos hijos, y él con veintiuno: “Aprendí mucho de esa relación. Me refiero a lo sexual”, expresó Damián, dejando en claro por dónde iba la cosa.
Dulio hizo más amena la conversación contándoles los secretos más íntimos de su relación con Dilma y su inclinación por el infantilismo. Y Danilo por su parte, les había relatado con aires de orgullo, los deslices y las infidelidades cometidas en sus últimas tres relaciones largas. “Por eso no me caso. Para que no me acusen de adulterio después”. Repetía, y repetía cada que finalizaba una anécdota. Después, debido a que los tres habían experimentado relaciones largas y aparentemente serias, concluyeron en que resistirse al voyerismo y al candaulismo, era solo cosa de gente conservadora; y que mientras el objeto final fuera meramente el placer, las maneras y métodos para lograrlo eran justificables.
Cuando Dulio llegó a su casa notó las manchas del acrílico blanco en sus pantalones que hacía ya tres días llevaba puestos, pues Dilma no los había lavado desde entonces. El cambio de humor por haberlo recordado fue inmediato antes de abrir la puerta.
Al entrar fue directamente al sofá de la sala. Ahí se quitó la gorra y sacudió su cabello grasoso, aventó los zapatos y se recostó por algunos segundos. La carraspeada parecía venirle cada que estaba en casa, ya que fuera de ella no lidiaba con esa molestia.
Mientras reposaba el cuerpo sobre las almohadas miraba al espejo de en frente y en esos instantes de sosiego recordó que junto a ese mismo espejo había iniciado la discusión con Dilma que tuvo por la mañana. La discusión de casi siempre.
—El problema contigo es que veneras a tus patrones a pesar de que les pagan una miseria —reclamó Dilma, y siguió—. Por otro lado, te la pasas pintando cada parte blanca que encuentras en la casa y presumes que todo lo has aprendido ahí, me molesta.
—Así es.
—Pero de qué te sirve aprender… ¿te regalan la pintura al menos? Repites cada vez que el conocimiento y la experiencia es lo que más importa ¡A mí no me importa, Dulio! Parece que solamente yo me fijo en lo que nos hace falta. ¿Quieres envejecer y jubilarte en esa empresa? Llevo años diciéndote que cambies de oficio y me sales con que no es fácil.
—Ya tenemos el crédito para una casa… —contestó Dulio levemente irritado.
—¡Pues felicidades! Ahora págala con tu sueldo miserable. Pero ni creas que yo soportaré más tus sueños rotos. No con un mostrador.
—Soy un asesor de venta —exclamó Dulio enojado—. Soy asesor, ¿cuándo lo vas a entender? Me encargo de recomendar y orientar a toda gente que entra al establecimiento. Soluciono sus problemas. No solamente soy vendedor. ¡Siempre me sobajas!
—Claro. Ese puesto te da tanta dignidad como a mí tanto gusto de ser tu esposa —le respondió Dilma, y la discusión se prolongaría hasta el mediodía.
Lo recordó con serenidad, porque ese tema de discusión venía de años atrás y seguía siendo el único hasta la fecha. Ya conocía hasta los gestos y ademanes de su esposa. Estaba cansado. Permaneció casi treinta minutos recostado sobre el diván. Luego de un largo bostezo, la llamó:
—¡Dilmaa!, tráeme un poco de leche, llevo un rato aquí. —Espero la respuesta, pero nunca llegó.
“¡Conque eso es!”, se dijo y sacó de inmediato un kit para bebés grandes que guardaba bajo el diván mientras se mordía los labios de excitación.
De la caja sacó un pañal jumbo, una mamila de plástico, un chupete y una sonaja. Frotó las manos y se colocó el pañal con prontitud. Luego, comenzó a chupar y mordisquear la mamila y se colocó a gatas sobre el sofá mientras movía la sonaja para empezar a gritar como rorro:
“Mamiii, mamiii, name netie, neetieee mami”, pero aquella no contestó y él insistió saltando y sacudiéndose.
“etie, etie, etie, ¡nneeettiiieeee!”, gritaba con entusiasmo, pero Dilma como si no estuviese, no le respondió.
—¡Dios! ¿Dónde está esa mujer? —Dijo con preocupación— ¡Dilma! he pensado bien las cosas, por qué no vienes para aclararlo. Ya no me portaré como nene y haremos otras cosas, cariño.
Era demasiado para que ella no contestara y eso lo puso ligeramente nervioso. Finalmente se rindió del juego y fue a la habitación contigua. No estaba su mujer. Acechó en el baño. Tampoco estaba allí. Fue hacia la cocina y allí la halló sin vida. Un charco de sangre, proveniente de su cabeza, se había hecho en el suelo. Dulio le tomó el pulso para confirmar que estaba muerta; contempló la escena por un instante. La había asesinado él mismo por la mañana durante la fuerte discusión colmada de reclamos y reproches, pero por alguna razón no recordaba el suceso.
Seguidamente, cerró los ojos, se aventó al piso y empezó a patalear y a llorar como bebé, “ñiiaa, ñiiaaa, ñiiiaaa”. Entonces sus lágrimas se fueron mezclando con la sangre de Dilma en la cocina de la casa.
Semblanza:
Mario Antonio Pérez Mendo. San Francisco de Campeche, Campeche. 30 años de edad. Proyecto Escuela de Escritores Campechanos de la Biblioteca Francisco Sosa Escalante de campeche. 2012 – 2015. Beneficiario PECDA edición 2013 por cuento. Alumno de la segunda generación de la Academia literaria en Campeche 2013 – 2014, a cargo del escritor Martin Solares. Beneficiario PECDA 2016 por novela.