En su investigación sobre las investigaciones (2016), Luc Boltanski, sociólogo alucinante, pone como decoración de entrada un epígrafe citando a Dios:
Que la historia hubiera copiado a la historia ya era
suficientemente pasmoso; que la historia copie
a la literatura es inconcebible…
Jorge Luis Borges,
“Tema del traidor y del héroe”, Ficciones, 1944
Que la historia copie a la literatura. Eso pareciera.
No sé si lo ha notado Vd. pero de repente, aquel atisbo, aquella alusión guajira y más bien humorística de que 1984 hubiera sido realmente “profética”, y que Orwell, con Huxley o Zamiatin, hubiesen empujado un dedo más en la llaga del futuro (nuestro aberrante momento de la historia); aquella ilusión progresista despertada por el abundante flujo milenarista del dosmil en los Siglos Dieciocho, Diecinueve y Veinte; aquella idea paranoica del sumergimiento bautismal del Hombre en un momento histórico donde lo que hay es totalitario, y es lo que hay; parece haberse convertido en una ola de Vox Pópuli, de Diálogo, de Ágora, de Verdad Común, de Trending Topic—sacrificando toda originalidad, pero rebosante de un sentido aterrador.
“Vivimos en un Big Brother gigantesco, chale”, me dice mi progenitora madre.
Y sí… algo así.
A partir de esta inquietud podríamos emprender un viaje intelectual e infecundo hacia miles de preguntas dispersas:
- ¿Cómo pueden los autores de ciencia ficción estar en lo faquin cierto?
- ¿Es suficiente con describir un Mundo X, consecuencia de determinados conflictos de la Actualidad Humana, para proyectar un “relato profético” en potencia?
- ¿Corresponderán las profecías a una gigantesca e incesante tirada de apuestas imaginarias?
El 12 de noviembre de 2015, los medios de comunicación y las redes sociales se volcaron sobre el segundo volumen de la trilogía cinematográfica “Back to the future”. Por si no lo recuerdan, Marty McFly usará negligentemente el D’Lorean y viajará al futuro, de donde Doc Emmet Brown acaba de volver. La fecha llegada por destino, en la vida real, se realizó a bombo y platillo una divertida comparación exhaustiva y extenuante entre el mundo imaginado en el filme y la Realidad, en donde se enlistaban características sociales y avances tecnológicos predichos. El catálogo abarcaba desde el documental hasta el meme.
Pero la historia siempre será más espectacular que la ficción. El mismo 12 de noviembre, en el Líbano, un automóvil cargado de explosivos revienta en una panadería chiita; y cuando la muchedumbre se arremolina para ayudar a los heridos, un kamikaze provoca otra mortífera explosión. La noche siguiente, París quedará sumergido en la sangre. Los encapuchados volcarían al mundo de la información en un estanque de horror en viernes 13. ¿Cuántos zetas habrán aplaudido la deflagración ritmada y masacrante de los cuernos de chivo en el corazón de París? Ninguna predicción se halló en película cualquiera, ni en novela alguna. Quizá Sumisión, de Michel Houellebecq; o 2084, El fin del mundo de Boualem Sansal, hayan sido evocadoras… pero como puro discurso inspirado en la latencia geopolítica.
La latencia. La latencia. He ahí la puerta hacia la imaginación anticipatoria. Basta con ponerle una cucharadita de paranoia a su relato fantástico. Basta con darle un poco de rienda suelta a sus temores sociales y escriba ciencia ficción… ¡ahora!
Lo cierto es que hay cosas cumplidas en este siglo presente. Más promesas que profecías, más por voracidad que por juramento. Nos encontramos en una meseta acústica de la historia. Podemos escuchar el eco de todos los discursos políticos, y somos testigos de antesala en el cumplimiento catastrófico del destino humano. Un segundo antes del derrumbamiento, vivimos en la decadencia de la decadencia predicha por los poetas decadentes. Los dioses están bien muertos. La belle époque soy yo delante de mis fotos. Que nadie me hable si es para arruinarme el día. ¿Hola? ¿Alguien ahí?
Y la palabra guerra es de ordinario ya poco amenazante; y sin embargo la guerra actual ha sido, es y será más mortífera que ningún otro conflicto armado de la historia. Baste comparar víctimas militares con víctimas civiles para hacerse una idea. Y entiéndase civil como contrario de marcial y nada más. Civil como el guerrillero o como el Chapo, con credencial de elector. Civil como el cadáver de un migrante flotando en Mare Nostrum y civil como empresario descuartizado en su automóvil deportivo. Civil como minero y como yijadista; como talabartero y narcomenudista; civil como el maestro y el vendedor de niños. La guerra actual, dígame lo contrario, ha sido declarada contra un terror sin Estado; cuanto dure, aquí y en China seguiremos aterrorizados.
Bendito sea el santo futuro que nos carcome.
Hay una película churrita de ciencia ficción, Time Out, donde los minutos están contados hasta para los niños; el tiempo es oro y es lo que hay, la moneda es el tiempo (el tiempo que te queda por vivir). Compras comida con tanto de tu tiempo de vida (comer para mantenerte vivo por el tiempo que te quede, y trabajar para tener más tiempo). La esclavitud total. Mientras tanto: ¿No siente usted que el tiempo libre y la vida feliz le pueden salir muy caros? ¿No siente usted que la jornada de ocho horas le está quitando un tercio de su vida? Váyase a su casa y hágase responsable de lo suyo y vuelva a trabajar mañana, pero sus problemas déjelos en donde vive. Qué bonita esclavitud con tele y cerveza y religión. Y con esas pantallitas que nos miran todo el tiempo, tan bonitas.
La latencia. La latencia. Nuestra imaginación está escribiendo la historia.