bajan entre las peñas
a grandes saltos
desde los primeros tiempos
buscan un paso a la costa
desgastan los montes más antiguos
los ríos rumbo al mar
–siempre hacia abajo
la vuelta a casa termina en un horizonte líquido–
en donde el sol poniente calcina las olas
se lava la sangre de sus víctimas
muere satisfecho de conocer en un día su inmortalidad
su gloria
su mentira
los ríos ya no encuentran la costa
alguna vez sus aguas mojaron la llanura
luego fueron deshebradas por los agricultores
en complacientes y codiciados canales
un sistema de compuertas las entregaba dóciles
a la tierra dopada y sedienta
sin haber visto el horizonte líquido
la revolución verde puso en manos particulares
las hectáreas más productivas
tecnología de riego y asistencia técnica
créditos blandos y semillas mejoradas
proclamaron el vínculo entre la paz y los alimentos
cada excelencia maduraba con su propio ritmo
según los más modernos modelos de producción
nunca faltó quien comprara sus fibras y sus granos
se enriquecieron con los frutos de la tierra
y le devolvieron sustancias prohibidas
por los organismos internacionales de salud
tres generaciones después
la mentalidad minera que transformó el desierto
en próspera ciudad está pasada de moda
los gobiernos locales se disputan el agua
unos construyen canales para conducirla al norte
otros bloquean carreteras y marchan contra el abuso
el lecho muerto y la tierra intoxicada
callan el desenlace del relato
entre paréntesis
el sol se lava nuestra sangre –sangre humana–
mezclada con arena
para que nuestros semejantes tuvieran tierra fértil
y el infeliz muere en un mar turbio
indiferente al precio de cortar un río
también sin memoria de haber buscado el mar
ni cauce para colmarlo con lo que sucede
a partir de ahora
cada mañana el sol salta
con paso normal atraviesa el cielo en un día
desde la sierra madre al mar bermejo
en la misma dirección de los ríos de ostimuri
–llevan el relato solar sumergido en sus frentes especulativas
sueñan que vuelven de la muerte
después de bañarse en una sangre ya quieta–
ríos como astros
ocultos entre las olas nocturnas
y el sol atrapado bajo el horizonte abstracto de un mundo sin luz
cuando la sombra baña la costa difícil
un viento caliente desde la llanura
y el pecho de la sierra a la altura de los ojos
serenan al oleaje incesante y frío
el último resplandor apaga su sangre ya oscura
–mujeres y hombres comunes caminan por las aceras
forman grupos y organizan saraos y borracheras
aprovechando que el sol ya no los mira–
pero en cuanto despega el día
una mirada quemante dispersa los grupos
arde en las calles una soledad solar
capaz de secar los cauces entre los rudos corazones
entregados a la fábrica de sus casas
y a traer hijos al infierno
–mujeres y hombres ríen sólo por la noche
salen sillas a los patios
mecedoras a las aceras
pobladas bajo un cieloscuro vacío–
agradecida por la sombra la tierra
entre los pechos fluyen caudales gigantescos
agitadas jorobas mezclan estrellas y limo
arrulla la brisa desde el mar
y cuando los más jóvenes platican al viento
y nombran los hechos del día
obstinados silencian
–otro río subterráneo–
la esperanza de repetirlos mañana