En ocasiones llenamos de ámpulas retóricas aquello que no es más que una plática de café. Suele ocurrirle esto a cierta literatura, en especial a aquella carente de una emoción o de un fondo amplio con el cual comunicarse en tanto obra de arte. Si entendemos toda poética como una solución artística a un problema acuciante, entonces es posible entender por qué ciertas obras son flojas a pesar de su aparente trabajo técnico. Evidentemente aquí no se plantea una problemática tan manida como la falsa dualidad de forma/contenido, sino más bien un entrelazamiento que interpele y sacuda al partícipe de una obra artística. Tampoco apelo aquí por una temática “seria” o “elevada”, porque la única seriedad tiene que estar en el desarrollo del proceso artístico, por más que se hable de los chicles pegados bajo las mesas.
En este caso, el último filme de Yorgos Lanthimos (Kinds of kindness) no puede ser más que decepcionante. Estructurado desde tres relatos que conservan como punto de unión la relación poder/gentileza (entiéndase por éste último sumisión) y un personaje (el del actor Yorgos Stefanakos) que se mueve entre las tres historias, el filme acierta en su apuesta por lo grotesco y lo absurdo. En este sentido, la focalización de la narrativa es el punto más alto: en los tres siempre hay un agente (encarnado en su mayoría por los personajes de Willem Dafoe) que encarna el poder obsceno en su implacable demanda continua de absurdos; pero sobre todo, se trata de un poder establecido cuya única función es cooptar y rolar sujetos en su dinámica repetitiva, sea desde la corporación, la relación de pareja o la secta religiosa.
Ahora bien, ese primer plano en el cual la narrativa se mueve nunca queda problematizado ni establece relaciones emocionalmente potentes con los personajes. Sí, sorprende ver la capacidad de sumisión a lo que Lacan llamaría el significante Amo, pero los personajes están tan vacíos que uno no puede sino importarle poco lo que les suceda. Así que si la potencia no está en los personajes, tiene que estar en la narración. Proponer las tres historias es un querer abarcar mucho sin apretar nada, porque por mucho que el título proponga la palabra “kindness” (gentileza o bondad) el tema abordado es el poder, pero nunca se explora la relación perversa entre ambos.
Está bien, los seres humanos aceptamos y formamos alianzas con dinámicas de complacencia. Lamerle las suelas al jefe de turno, a la pareja o al líder de una comunidad son prácticas cotidianas que tienen mucho de actual. Pero la película no va más allá. Y si bien ninguna propuesta de arte está obligada al tratado filosófico/sociológico/histórico, sí tiene una deuda con su puesta en escena, con su narrativa y con su ejecución integral (el apartado sonoro fue maravilloso, eso sí). No hay ni el más mínimo intento de explorar las relaciones, manifestaciones o causas de este eje complacencia-poder-desubjetivación. Mucho menos de mostrar un lenguaje cinematográfico en resonancia con la propuesta para causar un impacto memorable en el espectador.
Y aquí es donde el producto no termina de ser algo en concreto, salvo un boceto de una futura película. O, si me apuran, dos películas mínimo. Haré un comentario sobre el tercer relato para ejemplificar mi punto: ¿de dónde parte y a dónde va esa necesidad de un Amo en el tercer personaje de Emma Stone (Emily)? ¿Hay un anhelo sincero de comunidad atrapado en una dinámica sectaria? ¿O se trata de una fijación corporal atravesada por la triada placer/culpa/purificación? No lo sabemos porque los personajes son caricaturas. Lo que no se me dice en Emily, ni siquiera se me sugiere (salvo por ambigüedades aisladas) en los demás personajes.
Si no se encuentra en los personajes, intentemos mirar la diégesis. ¿No está implícito el dilema del nuevo Amo en la búsqueda de Ruth (Margaret Qualley)? Una pesquisa que, sin embargo, no parece plantear un cambio del status quo en la secta, sino como una tentativa de privilegiar a Emily como la favorita de este nuevo poder. En rigor, tampoco lo sabemos. En su lugar, el filme parece diseñado no para ser memorable, sino para impactar en redes sociales. Perdemos valiosos segundos en el bailecito de Emma Stone, una escena hecha a la medida de Instagram o TikTok, como si estuviésemos viendo a Jenna Ortega en su papel de Merlina.
Si el objetivo es que el espectador complete los vacíos, está bien, pero Kinds of Kindness deja demasiados sin resolver, hasta el punto en que al final no pasa nada. Si se va a involucrar al espectador, al menos se debería inocular veneno en la ecuación. Al final Yorgos Lanthimos realiza su propia alianza perversa de sumisión con el poder; a propósito del pensamiento religioso, el director no se distancia de aquellos que aceptan sus límites (humanos y mortales) para luego querer mantener el control vía el significante Amo: “todo queda en manos de Dios” o “si Dios quiere” (alianza perversa donde las haya). Salvo que aquí Lanthimos deja todo en manos de la industria cinematográfica, ese gran Amo perverso al que tantos y tantos lamen sus suelas.