Hace poco vi Los cinco diablos (2022), la segunda película de la directora francesa Lea Mysius. Suelo no leer las reseñas que han salido en torno a producciones que me interesan para evitar los juicios externos. Por eso, cuando llegué a la película de la que hoy quiero escribir apenas sabía poco más de lo que indicaba en su semblanza. Quiero confesarlo: me llevé una sorpresa. Nada de lo que ocurrió me lo esperaba, sobre todo porque la vértebra principal del argumento se erige sobre una paradoja, una imposibilidad de cambio entre las interacciones de los personajes. Ya desde las primeras escenas hay un vestigio de lo ominoso y de la distorsión que propone la directora. Un grupo de mujeres llorando frente a un incendio, una niña que despierta en mitad de la noche y que de pronto ha comprendido una verdad y una cámara sobre un lago tras la pista de un coche. La herencia de Stanley Kubrick en El Resplandor, la vista que sobrevuela las montañas, es rota por la voz de una cantante que prepara el terreno hacia lo desconocido. Los travelingsque realiza la cámara, las imágenes que parecen fuera de lugar, el pasado que se mantiene oculto, cada uno de los elementos que la componen hacen que la película evoque un mundo que se tambalea. Aunque a primera vista se trata de una historia familiar (y lo es), la irrupción de elementos extraños, por acumulación, abre la puerta a otro tipo de caminos. No hay vuelta, una vez que se empiezan a barajar las posibilidades, la ficción plantea salidas que no serán resueltas, paradojas en donde nadie es culpable y todos buscan su propia verdad.
No me gustaría contar la película. Me parece que en la sorpresa se puede hallar una de sus virtudes. Pero tal vez deba poner atención en su título, que me pareció misterioso en un primer término. Una gran parte de los acontecimientos de la película ocurren en torno a un balneario llamado Los cinco diablos, en donde da clases la madre de la protagonista. Mas esto es solo la superficie, cualquiera que se acerque a la película con intenciones de entretenimiento podrá detenerse en este nivel. Más allá, se encuentra el hecho de que el número de personajes principales dentro de la historia son cinco: la familia compuesta por un padre, una madre y una hija; la hermana del padre y la antigua novia de este. Si atendemos a la etimología de la palabra “diablo”, puede traducirse como “el que separa” o “divide”, dicha idea caracteriza a los personajes. Entre ellos se crean separaciones que repercuten en el pasado y en el presente dentro de un ciclo inevitable. La lucha que surge pareciera llevarlos hacia espacios donde el amor o la desesperanza los obliga a cometer actos en torno a los que no hay arrepentimiento. Aunado a este segundo nivel de significado, se encuentra la cuestión del poder oculto, esos cinco diablos podrían ser los acompañantes de una tradición brujeril en la que no quiero entrar por tratarse de un tema que movería esta columna hacia el desconcierto. Con esto en mente, la película de Lea Mysius se vuelve rica en interpretaciones y en giros dramáticos que me recuerdan las muchas posibilidades que aún esconden las historias de su tipo.