Un recuento parcial de los incendios ofrece lo mejor de cinco compendios de poesía del escritor mexicano Mijail Lamas, quien, paralelo a su labor como poeta, ha destacado como editor y traductor en múltiples proyectos, especialmente dentro de la revista Círculo de Poesía. Libro que atestigua no sólo el crecimiento de los primeros poemarios sino verdaderos saltos cualitativos de un lirismo en constante reinvención, saltos que rozan la visión compaginada de aquellas urdimbres donde se tensan las contradicciones modernas a partir de sus tramas antiguas.
Por ello, no sorprende ver en Cuaderno de Tyler Durden momentos lúcidos sobre la posición del poeta y del pensamiento frente a los avatares modernos que se erigen como verdaderos monolitos incorruptibles: la cordura, la razón, el trabajo y lo nuevo (velado por esa delgadísima tela de la moda). Es allí donde la voz lírica incorpora ecos de los padres de la modernidad poética a cargo de Baudelaire, Rimbaud, Whitman y Pessoa.
Soy la sombra de todos los rostros,
dependiente de tiempo completo,
maestro por horas de miserias,
desempleado frente a las marquesinas.
Hoy llevo un dolor de piedra entre las manos.
Lejos de toda caridad,
soy profeta y apóstol
jubilado de la fe en mí mismo.
Mientras que en Fundación de la casa el tono reflexivo es oblicuo, en un lento avance de los silencios y de las prisiones autoimpuestas, en Contraverano se alcanzan momentos potentes que sujetan en un mismo puño de incertidumbre la nostalgia de lo natal, la agonía del Eros y los recovecos de la memoria y el olvido.
No sabes explicar por qué el verano te persigue,
por qué el sol de aquellos días te sale siempre al paso.
No puedes explicar por qué tu sombra se alarga sin permiso,
por qué la agitación de unas palmeras, en medio de una calle,
no te parece ahora tan lejana,
como sí te lo parece la distancia entre tu olvido y tu recuerdo.
El afán de la máscara, así como la incorporación del ámbito de la investigación al poema, irrumpe en Trevas. Canción del navegante de sí mismo. Poemario que gira en torno a la muerte del poeta portugués Cesário Verde, lo leo como un correlato del lento avance de las muertes sucedáneas en el día a día, a la luz de los despojos de nuestros cuerpos, los agotamientos físicos y nuestras crisis respiratorias (metáfora, esta última, en todo caso, de la incapacidad de respirar). Se construye así un libro sobre la autoconciencia de la finitud y lo vulnerable a pesar de y desde el estado de gracia del verbo.
No he sido un navegante,
soy apenas resuello.
Sólo un dolor estólido
es lo que queda oculto ya tan lejos del mar.
Soy esta tierra firme que caerá sobre mí.
Los muelles se retiran,
el aire prende fuego
y el corazón se yergue en un aullido.
Cada respiración es un incendio.
Como última muestra, El canto y la piedra se instala en los bordes de un cúmulo de ruinas, estableciendo como telón de fondo el tema órfico del enternecimiento (incluso de las piedras) a través del canto. Pero esta vez, es el fracaso del canto aquello que se agencia un orgullo propio:
A veces ni siquiera puedo hablar de aquello que se parte en dos
de aquello que se va
de aquello que se quiebra en mil pedazos
o que guarda silencio.
Aquello que se parte en dos va por el filo de la distancia
o es la renuencia de ir a donde alguien nos espera,
las pocas ganas de encontrarse.
Aquello que se va
es lo que busca una mujer en el espejo.
Aquello que se quiebra:
una llamada en medio de la noche
y la noticia de dos hermanos que la muerte
ha sorprendido
ahí donde empezó su juventud.
Lo que guarda silencio empieza aquí.