Juana Iris Goergen es originalmente de Puerto Rico. Algunos de sus poemarios son La sal de las brujas (Finalista del premio Letras de oro, 1997), La piel a medias (2001), Las Ilusas / Dreamers (2008) y Mar en los huesos (2017). También ha editado ocho antologías de poesía.
Es iniciadora y co-organizadora del festival internacional de poesía, Poesía en abril en la ciudad de Chicago. Su poesía ha sido parcialmente traducida y publicada en alemán y en francés. Ha recibido el premio José Revueltas de poesía y varios premios en la enseñanza incluyendo el Premio de Estudiantes Graduandos Latinoamericanos (2017) al profesor que más ha impactado sus vidas.
En los versos de Juana Iris Goergen vamos a encontrar, inundando las páginas, los cantos ancestrales de voces africanas del Caribe. La memoria, el corazón, el dolor, los ancestros son fonemas claves en los poemas que principalmente conforman su poemario, Mar en los huesos. El lector se enfrenta a una cacofonía fuerte y suave, milenaria y contemporánea en las estrofas escritas con el derecho que le da la sangre de sus antepasados. Celebra un renacer genético, un darse cuenta, un no querer olvidar y, sobre todo, un entender que África está viva en ella, a través de su Caribe, de su Puerto Rico, de su corazón. Conjura a los danzantes Orishas e invoca el Aché, la energía primigenia, con la tinta que da vida a sus versos en español con repeticiones, aliteraciones y poesía concreta que hacen bailar al lector y lo invitan a leer en voz alta.
Nos comparte los poemas, “KU-I”, “III-Boricua”, “Mar en los huesos-I” y “Mar en los huesos-II”.
KU – I
Cuando Deminán Caracaracol rompió la calabaza,
de los huesos de Yayael el arquero nacieron islas
un collar de islas se derramó de las aguas.
Del Caribe bullicioso nacieron.
De los huesos de Yayael nacieron.
Y el manatí, estarei tei, reluciente y quieto,
fue nombrado rey de aquellas aguas.
Tiempo después el ombligo de Yocahú pariría un Toa,
pariría todo el Toa de una vez
−mujeres, niños, hombres, árboles y animales−
naciendo juntos
en el gran parto que iluminó los cielos y la tierra.
“Guariquen nabori guariquen.”
“Ven a ver guerrero ven a ver,”
−cantaban los sinsontes−
en el primer areyto que se oyó en las islas.
“Cocú, cocú, cocú.” La luz, la luz, la luz
−se oía al zumbador en la montaña−
Más tarde
cuando los falsos dioses envenenaron a Yocahú
y el mucarú, que también es múcaro y lechuza,
proclamó tres veces su nombre:
“Yocahú, Yocahú, Yocahú”.
En la noche que desde entonces reina,
se oyó a los taínos:
“Uá anaquí, mayaní macaná, Bagua.”
“No enemigo, no matarás mi mar”.
Se alzaron los guerreros.
Caciques y cacicas que llegaron al mundo,
con un pedazo del ombligo divino entre los dientes.
II Boricua
Boricua se llama el pez en arauaco.
Boricuas,
somos los peces nacidos del ombligo de Yocahú.
Somos los naborias olvidados en nuestros árboles.
Llegamos con el silencio por las hojas
para tomar la flor
En el latido arterial de la carencia nos levantamos:
Arrayán, Guayacán, Balatá, Ceiba.
Caimito, Tabonuco, Alelí, Bitangueira…
Boricuas,
somos los peces creciendo agallas
para soltar el cuerpo al agua o a las aguas,
si mansas o si en nudos poco importa.
El mar vibra en los huesos,
el pecho guarda gotas de ámbar tibio
y florece el aliento en caracolas.
Boricua eyeri/ Boricua igneri Boricua hombre
Boricua guariche Boricua hembra
Boricua, Boricua,
guamaracha guatú hembra de fuego
Boricua guaili Boricua niño
En el origen tutelar del límite: pez,
pez insumiso en sus aguas.
Boricua principio y fin.
Boricua cimú.
Mar en los huesos I
Si pierdo la batalla,
quiero que guarden mis cenizas
en la cajita labrada de la abuela.
Mar en los huesos II
Llévenme allí, donde ya saben.
A Él quiero volver, definiendo
en la pura transparencia de sus aguas
mis sombras,
y las sombras de escualos y arrecifes,
su lengua acariciando el fijo litoral de mi memoria,
llamándome a la entrega
llamándome sin tregua a sus orígenes
−la luna que miraban los caldeos, la brújula incesante,
el astrolabio, la conquista de reinos por la fuerza
inmortal de su tridente, el peso de tesoros en balanza−
llamándome, llamándome al origen, es decir,
a las algas escondidas en las ingles donde sólo su gesto
podría recogerlas sin error en mis cenizas
−suma de mi yo ausente−
vaciadas por la lluvia en sus riberas.