El sábado 23 de noviembre de 2021, la poeta Arlette Luévano (Aguascalientes, 1976) presentó el libro Navegación de Medusa (UAA, Serie Letras, 2021) del poeta y periodista Fabián Muñoz (Guanajuato, 1968), dentro de la LIII Feria del Libro de Aguascalientes. Aunque la programación incluyó actividades en línea, las presentaciones se realizaron en formato presencial, ante un público integrado principalmente por jóvenes universitarios. En esta hubo estudiantes de letras que al final dialogaron con el poeta.
Entre otras cosas, Luévano dijo que Muñoz encontró su madurez desde muy temprano en su carrera poética; también definió sus intereses y temáticas y estilísticas entre lo erótico y lo social, por un lado, y una escritura que logra una cohesión interna basada en el tono lírico, por el otro.
En el breve prólogo, el poeta y narrador Alejandro Sandoval Ávila (Aguascalientes, 1957) comenta que en esta poesía se puede encontrar “una mezcla afortunada de figuras míticas, literarias si se quiere, y lo cotidiano como manera de abordar la leyenda de tales figuras”. Y señala el enriquecimiento del idioma por lo inesperado de los sentidos que toma la lectura.
El libro reúne dos textos que originalmente aparecieron sueltos. El que le da título forma parte del libro colectivo Y creció el mediodía (UNAM, El Ala del Tigre, 1999) y ahora se llama “Primer laberinto”. Segundo laberinto (ICA, Colección Paréntesis, 2004) apareció después con el mismo título. Ahora ambos textos forman una unidad en la que suceden cosas nuevas.
En el primer texto aparece la imagen de los cuerpos adyacentes pero extraños, con “el rostro de nadie”, entre aromas de mezcal y tabaco viejo. Una atmósfera sórdida lleva el extrañamiento a la pérdida de la identidad, que para el monstruo equivale a perder su poder de petrificarnos para convertirse en una mujer; ese cambio constituye la navegación.
Pero la humanización no le quita lo monstruoso, figurado en lo que la Medusa murmura al oído de la mujer, quien a su vez murmura “algo incomprensible” cuando Minotauro se alimenta de ella entre risas. No hace falta saber qué significa eso que no se puede comprender. Solo sentir que no se puede ir más allá sin enfrentar la destrucción. No importan las palabras, sino nuestra incapacidad para comprender su sentido último, finalmente perdido.
En el segundo texto, Medusa y Minotauro se encuentran en el laberinto donde ambos se pierden; y el laberinto se convierte en otra figura del conjunto. Unida a la de la navegación, traza una ruta marcada por la pérdida, donde la muerte “se coagula en cada paso”. Y la navegación se convierte en un naufragio del sentido. El extravío cancela cualquier posibilidad de entender el movimiento como avance. Estamos en otro laberinto, el que se complica dentro de cada uno al buscar una salida tan inexistente como la esperanza.
En los relatos mitológicos y obras literarias estos monstruos nunca se reúnen, de manera que su encuentro constituye una transgresión de la tradición clásica, retomada con buena fortuna. Así como en las Metamorfosis de Ovidio los amores entre naturalezas diferentes −divina y humana− ocasionan las transformaciones ahí cantadas, en la Navegación de Fabián Muñoz el encuentro ilícito convierte a los monstruos en un hombre y una mujer reunidos para destruirse en una unión erótica.
Otros elementos contribuyen a configurar la lectura de la obra: la fragmentariedad de la escritura y un grado de libertad en el uso del lenguaje, particularmente de ciertos verbos para expresar situaciones o acciones singulares. La escritura fragmentaria se relaciona con la idea del individuo como algo incompleto, que se relaciona con otros individuos de manera misteriosa y provisional, sin pasado ni más porvenir que la destrucción: “En los senos de Medusa un pez navega la muerte”.
Sin pasado no hay identidad: “tendido en el silencio tiene el rostro de nadie”; “ni esa, ni en otras noches, conocieron sus nombres”. Solo existe el deseo capaz de llevar el lenguaje al límite de expresar “algo incomprensible”, como lo que murmura la mujer que goza su trituración entre los dientes del hombre, como la risa de Minotauro cuando siente el paso de la víctima por su garganta.
Esta expresividad aparece desde el primer laberinto: “floras con cardos las baldosas” y “se repleta de corales nuevos”. En el segundo se hace más evidente: “recorre callejones que lluvian su sangre”; “sus muslos se brisan”; “le nubla sus senos con sus manos”; “las nubes bajan lentas, adentro/ (…) nieblan sus entrañas”; “El minúsculo cuarto de motel/ (…) se bruma de sudor negro”.
El contexto permite conjeturar a qué aluden dichas acciones, dentro de los límites del erotismo. Y al profundizar en el campo, la mirada poética convierte el encuentro erótico en condición de la especie: “¿Quién no hace de su sangre la comunión de Medusa?” Solo quien no escucha sus murmullos.