«Al fin y al cabo, es en la gestión de lo que nos callamos donde tienen lugar nuestras mayores confesiones. Espero ahora que nadie, no tú, se dé cuenta y cruzo los dedos al poner este punto, al guardar este silencio que me desnuda».
No sé si todos los lectores sentirán lo mismo que yo cuando cierren este libro. Yo, leyendo a Noelia, me he adentrado en sus intimidades, y, a través de ellas, en las mías y en las vuestras.
«Escupir apenas palabras cuando en realidad quisiera escupir fuego. Esa es mi verdad», nos dice Noelia al principio de este libro que, aun siendo novelesco, ensayístico y poético, no es novela ni ensayo ni poemario.
Preguntándome siempre
con qué viento emprenderán de nuevo vuelo
todas esas hojas secas.
El agua que falta es la última obra que Constantino Bértolo publicó con Caballo de Troya, y leyéndola he regresado a aquellos días, y he entendido todos los porqués de esta publicación.
he ido recortando distancias
ensayando ademanes y posturas
habituándome
como quien dice
a lo que de mí se esperaba
Noelia Pena es original. Atrevida. Ingeniosa. Inteligente. Noelia Pena es una escritora brillante que anda de sombra en sombra para no deslumbrar. Noelia Pena atesora talentos entre fragilidad y sencillez.
«La realidad ha estallado en nuestros ojos pero seguimos echando mano del calzador, forzando con la lógica del sí y del no unos acontecimientos que no sabemos cómo detener. Sentimos que esta realidad aprieta demasiado para seguir calzándola, pero ¿cómo deshacernos de unos zapatos adheridos a nuestros pies?».
Me gusta mucho la sutilidad de Noelia. Me gusta mucho que me sorprenda justo cuando más lo necesito. Me gusta mucho su forma, su manera, su decir. Me gusta mucho que piense y que me haga pensar.
En el fondo sé
que la vida debería ser otra cosa.
No este resto de suciedad
bajo la uñas;
este ser asfixiante
envuelto en papel de regalo.
Decía Constantino Bértolo en La cena de los notables que «Escribir es un acto de desigualdad. En ese sentido, la escritura retoma y continúa la herencia de la literatura oral. El que habla exige silencio. El que escribe pide atención. Nos obliga al silencio. La escritura es un acto de desigualdad y, por tanto, un acto de violencia, un acto de invasión, nacido de la voluntad de dominio: un acto de poder que se manifiesta con sus pertinentes revestimientos rituales y simbólicos. El que habla quiere que nos callemos. Un acto de soberbia. La soberbia de escribir».
Soberbia que Noelia elude sin esfuerzo, con la naturalidad de los inspirados, ya cuenta con varias voces esta Generación sin Nombre «que no se resigna ni a pensar ni a aceptar —confortablemente instalada en el marketing de una falsa humildad— que los libros no pueden ni cambiar Dinamarca ni cambiar el mundo ni cambiar a los que no saben todavía cómo cambiar todo lo que hay que cambiar».
alimentadas las huestes
al amanecer se reanuda la contienda.