Estimados y muy apreciados siete lectore(a)s:
He tomado una decisión que de alguna u otra forma les involucra. No importa si son chairos, fifís, conservadores, liberales, juaristas, periodoneoliberalistas o cualquier otro de los calificativos que el presidente de los “abrazos no balazos” utiliza comúnmente para denostar, describir, juzgar y/o dirigirse a quienes tenemos interés y queremos saber lo que día a día acontece en nuestra República.
Sucede que don Peje lleva un año diciendo cada mañana, la mayoría de las mañanas de este su primer año y meses de gobierno, lo que él quiere decir y responde de todo, excepto lo que algunos periodistas le preguntan y sus respuestas, cuando los cuestionamientos le resultan incómodos, todos las conocemos:
- “Eso ya se acabó”.
- “Yo tengo otros datos”.
- “Voy a dar instrucciones…”.
- “Ya lo estamos viendo”.
- “Nada por la fuerza, todo por la razón y el derecho”.
- “Le voy a pedir a fulano(a) que venga la próxima semana para que les explique”.
- “Somos un gobierno del pueblo, para el pueblo y con el pueblo”.
- “Nos dejaron un cochinero…”.
- “Por el bien de todos, primero los pobres…”.
Al igual que miles de mexicanos, mi voto fue para otra fórmula, no para el producto de priistas y panistas resentidos o ávidos de fuero y disfrazados de un movimiento de regeneración nacional tan necesario antes como inútil ahora. Pero (el primero) la mayoría, vergonzosamente, le dio el aval y como la nuestra se supone es una democracia, “pos ni modos”. A apechugarle.
Por eso al inicio del sexenio sugerí la posibilidad de otorgar el beneficio de la duda a la nueva administración. Se suponía que después de 18 años en campaña recorriendo el país, argumentando fraude por aquí y fraude por allá, los problemas de este nuestro violentado México serían más que claros para su graciosa majestad y tendría al menos un plan para enfrentarlos o un esbozo de cómo hacerlo, pero (otra vez un “pero”), no es así.
Problemas magisteriales, guarderías, sector salud, seguridad y justicia, política exterior, tren maya, refinería en Dos Bocas y las letras chiquitas de un montón de cosas, acuerdos y convenios, son solo algunas de las situaciones que con pequeñísimas enormes fallas y dudas se han vendido como grandes logros del gobierno federal.
Es cierto, da gusto ver cómo el señor presidente acude a revisar las condiciones de operación de hospitales en las áreas más alejadas, cómo habla con unos y disfruta el pan en la mesa de otros. También agradan sus recomendaciones culinarias y todo, ¡hasta sus chistoretes resultan divertidos a veces! Incluso aplaudo su interés por alcanzar acuerdos con la iniciativa privada. Pero (otro “pero”) a mí me gustaría tener un presidente capaz de plantear sus puntos de vista y debatir con otros jefes de Estado, alguien que exija explicaciones y respeto a nuestra soberanía. Que esté dispuesto a investigar a la partida de personajazos convertidos en nuevos ricos después de su paso por el poder público.
Quiero un presidente dispuesto a la conciliación, sí, pero (otro más) no a costa del dolor y la vergüenza de las víctimas; quiero un presidente echado pa’lante, sí, pero (otro) no con la siempre franca y muy abierta disposición para moldear leyes de acuerdo a la conveniencia propia o de un grupo particular…
En fin. El punto es, y aquí el comentario inicial referente a la personal decisión, que voy a ahorrar para comprar no uno, no dos, no tres, sino cuatro, sí, cuatro cachitos de la “rifa” del avión presidencial, así tendría al menos tres oportunidades más de ganarlo que el común. Y eso les afectaría a ustedes, mis muy queridos lectore(a)s, porque ya tengo un plan armado para disfrutar del aparatejo ese. Les involucra, pero (el último y muy propio) no les cuento para que no se nos caiga el teatro, aunque tengan la certeza de que por lo menos a Cancún sí los llevo…
¡Viva el Peje!