Antes de iniciar, permítaseme recomendar esta lectura bajo la siempre retadora voz de su majestad Nick Cave acompañado de sus inseparables Bad Seeds. El Tema se llama Abattoir blues (El blues del matadero/de la matanza), uno de los 17 temas que componen el disco doble The Lyre Of Orpheus, editado en septiembre de 2004.
Dicho lo anterior, entremos en materia, mis queridos seis lectores y lectoras.
No van ni 240 horas de este 2020 y ya se vislumbra un escenario bastante complicado, terrorífico.
A nivel global enfrentamos varios y severos problemas generados por el ser humano: cambio climático, desaparición (extinción) de especies, sobreexplotación o carencia de recursos, hambre, sed, enfermedades, aumento de los niveles de violencia e inseguridad, pobreza, descontento y descontrol.
Los incendios en Australia (que a juicio del ecólogo Chris Dickman, de la Universidad de Sydney, han arrebatado la vida a por lo menos 480 millones de animales) y el infierno que están a punto de desatar el presidente norteamericano Donald Trump y su contraparte iraní Hasán Rohani junto con sus respectivos y rencorosos aliados, no pueden faltar en la lista. Conflictos hay por todos lados y en este planeta, hoy, se escuchan tambores de guerra, no lo dude.
Ahora regresemos a nuestro México mágico, el de las barbacoas chingonas y los otros datos. El de las matanzas y el robo de hidrocarburo; el de la poderosa delincuencia organizada e iglesias mezquinas y deseosas de apropiarse al menos de un día de salario mínimo de su feligresía; el de incontables feminicidios y desapariciones; el de senadores y diputados que representan todo, menos “el bien del pueblo”; el de los intelectuales incrédulos y los océanos de corrupción en la administración pública; el de revolucionarios renovados y ministros millonarios; el de un partido encumbrado, nefasto y dividido…
Pinta bien el año, ¿verdad?
Pero hubo cambios: originalmente había ideado, como siempre, señalar algunos errores y aciertos de quienes gobiernan, administran o representan; por fortuna, el buen Porfirio Hernández, maestro, poeta, comunicador, colega y demás, me hizo partícipe de una reflexión que resulta mucho más positiva a cualquiera de mis exabruptos.
Por ello, y con su debida autorización, he decidido compartirla. El agradecimiento, claro está, va implícito:
SOBRE EL ENEMIGO
En los tiempos que corren, los enemigos acechan. No me refiero a los enemigos comunes de la vida diaria, sino a los creados ex profeso por terceros para ser infundidos en la mentalidad propia.
Enemigos del Estado, enemigos de la democracia, enemigos de la libertad de expresión, enemigos de la verdad, enemigos de la moral… hay tantos en tan variados frentes, que no alcanzaría este espacio para enumerarlos.
Lo cierto es que esos enemigos son producto del más fino sectarismo, hijos de la intolerancia, herederos de una práctica que proviene de las más antiguas civilizaciones y que se repite en nuestros días con sorprendente eficacia. Ya debíamos haber aprendido que infundir odio o temor ante la presencia real o imaginada del Otro, el desconocido, el extranjero, el que piensa diferente a mí, es una técnica antiquísima y no por ello menos perversa para persuadir al colectivo, y que de cuando en cuando los estrategas usan para despertar en los inconscientes generales de la gente, la masa, el pueblo o como quieran llamarle, un indefinible sentimiento de unidad e identidad propia ante lo ajeno. Comienza con el fomento del sentimiento nacionalista y termina con la orden de eliminar definitivamente al Otro.
Umberto Eco lo dice bien: “Tener un enemigo es importante no solo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo, nuestro valor. Por lo tanto, cuando el enemigo no existe, es preciso construirlo”. Basta voltear a ver el entorno e identificaremos fácilmente esa estrategia de construcción identitaria.
La primera pregunta es: ¿a quién o a quiénes sirve construir al enemigo? Y la siguiente es: ¿me sirve a mí?
Hay que rebelarse a esta estrategia, primero, con el pensamiento; luego, con la palabra, y después con la acción. No hace falta formar un ejército de resistencia ni tomar las calles: basta entender que toda polarización entraña la enajenación de la voluntad propia, que la división por razones ajenas a nuestra convicción es mera estrategia política de sumisión, espiral sin fin cuando se vuelve contra nosotros mismos: nuestra familia, nuestra comunidad.
Nada nos enriquece más que convivir con el Otro, y respetarlo en todos sus términos, sin renunciar, desde luego, a la mirada crítica que nos es inherente, ni dejar de ejercer lo que por derecho propio nos corresponde.
El respeto al derecho ajeno, dijo Juárez, es la paz. La paz necesaria para disfrutar del presente y construir el futuro. Un futuro sin enemigos imaginarios e impuestos.
Feliz año nuevo.