Ayer en Real del Monte hubo oportunidad de conocer a don Otilio, un personajazo en toda la extensión de la palabra: oriundo y vecino de este maravilloso pueblo mágico en Hidalgo, dueño una plática amena y familiar lejano de Jaime Soto Jarillo, presidente municipal del lugar que ha sido tendencia desde la noche del pasado 15 de septiembre cuando, luego de la tradicional arenga para conmemorar un aniversario más de la lucha de nuestra independencia (209 años para ser exactos), tuvo la mala fortuna de que el asta de la bandera que ondeaba ante los asistentes “se rompiera” y nuestro lábaro patrio cayera desde el balcón para asombro de los ahí reunidos y de los miles de internautas que observaron el hecho minutos después en las redes sociales, a través de sus dispositivos portátiles o de escritorio o incluso en los noticieros de televisión.
Por supuesto, en algún momento de la conversación surgió el tema y hubo de parte del interlocutor una aclaración ante el sentir por el vergonzoso momento protagonizado por el edil emanado del Partido Nueva Alianza, quien por cierto recibió montones de comentarios… negativos.
Pero antes de continuar el relato, vale la pena detallar el significado que este símbolo tiene, al menos para la administración estatal.
La Secretaría de Educación Pública hidalguense presentó a finales de 2017 el Protocolo para ceremonias con presencia de la Bandera Nacional en el que subraya: “el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales representan la identidad y la unidad de los mexicanos. Son testimonio vivo y auténtico de las principales luchas históricas, resumen los principios y valores que dan sentido y rumbo a la Nación, libertad, justicia y soberanía”, párrafos adelante, el documento detalla además que “Nuestra Bandera es emblema de fraternidad entre los mexicanos, de consenso acerca de principios fundamentales y de unidad en torno a valores compartidos. La Bandera exalta nuestro origen común y nutre nuestro compromiso con el futuro de la Patria”.
Don Otilio escuchó de quien escribe el comentario mordaz, irónico y escandalizante por la afrenta cometida.
“No se rompió”, dijo siempre respetuoso y con gran seguridad.
-¿Cómo lo sabe?, vimos cómo se partió mientras el presidente municipal la ondeaba.
“No se rompió”, repitió tajante.
Explicó que el asta de la bandera entregada al edil está compuesta por dos partes. Una se enrosca sobre la otra y así se forma el soporte de este, el más importante de los símbolos patrios.
La medida reglamentaria de este tipo de asta bandera es de 2 metros con 30 centímetros y algunas son de una sola pieza, fabricada la mayor parte de las veces en latón. La que nos ocupa y para mala fortuna del presidente municipal de Real del Monte, no era así.
“Entonces cuando empezó a ondear la bandera y como consecuencia del movimiento, ambos componentes empezaron a separarse, pero no se rompió”, detalló Otilio.
No lo dijo, pero evidenció que fue un accidente. Él estuvo ahí y fue testigo presencial del hecho.
Lo cierto es que, como presagio de un futuro incierto en esta nuestra amada patria, la bandera nacional cayó del balcón más importante de esa noche en uno de los municipios emblemáticos en la tierra del zacahuil, la barbacoa y el ximbó.
A los usuarios de las redes sociales les preocupaba más demostrar que el grito presidencial había roto cuantas tradiciones existiesen sobre esta conmemoración o, por el contrario, criticar la vestimenta o rasgos físicos de la esposa de don Peje.
Qué pena.
No es mi interés defender a la señora y mucho menos evidenciar la enorme falta de cultura democrática entre la mayoría que permitió al esposo de doña Beatriz cumplir su añejo anhelo, aun cuando los pleitos irracionales de “mexicanos chairos” contra “mexicanos fifís” resulten contraproducentes para esta, nuestra “madura democracia”.
La ceremonia que tradicionalmente ha unido a los mexicanos, en esta ocasión fue el pretexto perfecto para demostrar y mostrar la polarización existente el país: propejes y antipejes se dieron con todo, es verdad, y el accidente fue, sin duda, un error humano.
La respuesta al hecho es, en realidad, una muestra fehaciente del patriotismo ramplón privante en esta penosa realidad mexicana.
¿De quién es culpa? Baste observar en casa nuestros espejos…