Asistenta. Asistenta está bien. Siempre en femenino. Porque ¿a cuántos empleados de hogar conoces tú? En el diccionario de la RAE, un empleado de hogar también puede ser masculino. Puede. Por una vez, la RAE se adelanta. Y define lo que todavía no existe. «Hombre que por un salario o sueldo desempeña los trabajos domésticos o ayuda en ellos».
Hablemos de esa mujer que trabaja en un hogar ajeno. No me gusta criada, ni doméstica. Asistenta. Me gusta asistenta, vocablo que utilizo en La prodigiosa fuga de Cesia. «Mujer que trabaja haciendo tareas domésticas en una casa sin residir en ella y que cobra generalmente por horas», según la décima acepción de la RAE.
«Sin residir en ella». «Que cobra generalmente por horas». Dos frases que sobran. Que me den un sillón en la RAE. Reclinable (please). ¿Por qué complican lo simple? «Mujer que trabaja haciendo tareas domésticas en casa ajena». No hace falta más. Después, el escritor, ya le dirá al lector si la asistenta que sale en su obra es interna o externa.
Según la definición de la RAE, no existen las asistentas internas. Son todas externas. O sea, que —según la RAE— elijo mal. Pues —según ella— debería utilizar la vieja palabra. Criada (mujer que sirve por un salario, y especialmente la que se emplea en el servicio doméstico).
Pues me rebelo. No voy a cambiar lo de asistenta. Porque la RAE es caprichosa. Y mañana podría ampliar su definición o quitar ese «sin residir en ella». Lo curioso (del asunto) es que mi asistenta tampoco cobra por horas. Ahí me salva el «generalmente». Si no fuera por ese «generalmente», mi asistenta estaría fuera de la Ley, casi en busca y captura.
«Criada» me gusta para un personaje sin nombre. Para decirlo de pasada. «Aquella inolvidable criada que siempre me miraba los pies con estupefacción». «Criada» me gusta para esa asistenta horrible que escupe en la sopa del señorito. Y también para esa otra que envenena —poco a poco— a su anciana señora.
Pero a mi Kristine —a mi querida estudiante de Enfermería— no la voy a llamar criada. Ella es una asistenta. Una noble asistenta. La vida ya le ha dado bastantes golpes. Inmigrante, huérfana, hija de meretriz. Por suerte, le ha tocado en suerte un presente feliz y eterno. Por suerte, pues no lo decidí yo. Salió así. La historia crece y sale lo que sale. Yo me limito a contarlo.
Kristine tenía que ser algo. Tenía que presentarla. Busqué la palabra adecuada. Y no la hallé. Pues la adecuada no me gustaba. No me gusta. La RAE me arrinconó. Y me rebelé. Una vez más. Es mi sino. Algún día, una asistenta será una mujer que trabaja haciendo tareas domésticas en casa ajena, sin más, y la palabra que ayer elegí mal, será entonces la adecuada, y nadie se acordará de mis desvelos, de los desvelos que la RAE me regala cada día y que yo, hoy, desvelo.