Entonces llega el anuncio. «Escribe una columna,» dice, como caído del cielo. Como Moisés observando el cerezo que arde. Pero no es el cerezo: es el país que escalda de todos los frentes.
Primero muere el mayor de nuestros poetas populares, el único quizás que nos quedaba. Después el payaso tonto invita al payaso enojado a ejercer la ceremonia de los copetes en menoscabo del pueblo que pretende «dirigir» mientras ellos nacen, mueren, se aman, se gritan y se desprecian y coexisten como siempre en la espiral de encanto y de violencia. Al último estoy yo forzándome palabras, queriendo proferir de algún modo un viso de sentido que se pueda figurar de tantas cosas que han pasado en la semana. Y llega el día de entrega y yo, en ceros, con la mente en girazón, escribo.
Escribir una columna es parecido a escribir un libro de ensayos delicada, lentamente, rato a rato, capítulo por capítulo y tema por tema mientras un montón de ojos que se quisieran desconocidos observan las opiniones que, quizás, a uno mismo conflictúan.
Es un espacio abierto cuya única condición es acaso fijarse al tema, desarrollarlo, escribir cosas de alguna manera interconectadas: no tiene, entonces, la protección solipsista del poema, la protección generadora de la narración, la protección argumentativa del ensayo (o quizás sí la última, pero cooptada por la brevedad que su ejecución implica). Por lo tanto, he decidido que la presente columna sea más bien de eje personal, que desgrane esas cosas tan banales como profundas (poco, a medias, quién sabe) que se me van ocurriendo al día. Encontrarán entonces, aquí, lo que llamaré «mi estado de Facebook, extendido».
-¿Pero quién quiere leer un estado de Facebook extendido?
Todos. Es, a fin de cuentas, en lo que consiste un Bildungsroman, ¿qué no? Wilhelm Meister es un estado de Facebook extendido para Wilhelm Meister, lo mismo para los ejemplos de Stephen Dedalus, de Tristram Shandy y de Arturo Belano (Dios nos libre). Proust no, sin embargo: él se parece más a Twitter. El Finnegans se quedó sin interfaz.
-Está bien, está bien, pero… ¿y a dónde va esto?
A la ejecución de sí mismo, claro. Es lo que pasa cuando uno se pasa la vida estudiando literatura, se enamora de Elizondo y de Derrida y se da cuenta de que nada significa sino que «significa», y que es más entretenido acompasarlo todo hablando de nada en lugar de pretender tener una verdad, una «proclamación», un «buen gusto» y despachar palabras en tajos de conocimiento trascendental como si fueran mandarinas (y esto digo para aquellos que tienden a priorizar su gusto como regla).
Esto se trata de palabras, sucesos, lecturas, obras de arte y noticias que se arañan para que alguien (el yo que escribe esto o el tú que estás leyendo) se dé cuenta de alguna cosa en las fibras del aire textual que compartimos. Qué arañamos, de qué nos daremos cuenta, allá cada uno: nomás lo de adentro sabe. El texto es metáfora de la conversación, la conversación metáfora del gruñido. Leernos es gruñirnos sin escucharnos.
Es preferible gruñirse leyéndose y sacar algo de eso que ser un par de copetones en el estrado haciendo como que dialogan con discursos que obviamente otros que nunca se han visto escribieron.
Dicho todo lo anterior, apoyo toda la revolución alrededor del hecho innegable de que Juan Gabriel es un poeta, pero después de casi un mes de tenerlo en cada esquina a diario cualquiera se empalaga. Los dejo celebrando la existencia de un espacio textual como la columna con esta canción: https://www.youtube.com/watch?v=rwMdR6scTeI
Hasta la siguiente.