“¿Qué es «real»? ¿Cómo defines lo «real?» Si hablas de lo que puedes sentir, lo que puedes oler, probar y ver, lo «real» son impulsos eléctricos que tu cerebro interpreta”.
“Bienvenido al desierto de lo real”
Morfeo
La palabra verdad viene del griego ἀλήθεια” (aletheia): “lo que no está oculto”, “lo que se manifiesta claramente tal y como es en su ser”. Verdad para el griego, es el ser de las cosas que se muestran tal y como son, libres de las apariencias que, inicialmente las ocultan, esto nos habla de su concepción filosófica de la verdad, que es una consecuencia de revelar las cosas para sí, no conocerlas en apariencia si no en su ser último, pero si estos hablaban del ser de las cosas, los romanos se referían a la verdad de las palabras y las personas.
Inicialmente, en lugar del sustantivo abstracto “veritas” se usaba el adjetivo “verus”, que designaba las palabras o las personas firmes, que podían ser puestas a prueba o sometidas a juicio. En hebreo, el término “verdad” “emet” (אמת) no tiene el sentido de la cosa ya hecha, sino el de una acción que está por hacer.
Por eso, en esta lengua “verdad” significa, ante todo, “confianza”. Verdadera es la acción fiable, la que es segura y ha de cumplirse de cierta manera. El verbo raíz de esta palabra es “aman” (de donde viene nuestro “amén” “אָמַן“), que se traduce por “confirmar”, “apoyar”, “respaldar”, en el sentido de dar nuestra confianza a algo que está por hacerse.
Dios es por eso la Verdad, porque es lo único verdadero, porque es fiel. La verdad no es estática porque no se halla en el presente sino en el futuro donde Dios manifiesta su promesa. La verdad es algo que se afirma cada vez que se la palabra concuerda con la realidad.
En el mundo cristiano Cristo anuncia en todo el evangelio de Juan que es el gran “Yo soy”, en uno de esos menciona que el camino, la verdad y la vida, después dice que si conocemos la verdad, está verdaderamente nos libertara; ahora en unos de los últimos capítulos del evangelio, Jesús ha sido vendido, humillado y negado por sus discípulos, no tiene nada más que ofrecer, entonces se encuentra con el regidor romano Pilato el cual lo cuestiona sobre varios asuntos y El cuestiona ágilmente, pero el punto culminante es cuando dice:
-“Y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz.
-Y Pilato le contesta con una pregunta: “¿Qué es la verdad?”
En esto se corta la plática, y menciona que no lo encuentra culpable pero a pesar de esto los judíos le dices que prefieren a Barrabas (Esto nos demuestra que la gente siempre prefiere a los ladrones) aunque el punto es este, ni siquiera el Dios mismo nos puede decir qué es la verdad por sí misma, entonces: ¿qué podemos encontrar nosotros si el cielo mismo nos la niega?, al final ni siquiera lo que nos excede sabe que decirnos, entonces, ¿qué podremos encontrar nosotros, si estamos encarcelados por nuestros sentidos? ¿Sera posible conocer?
Kant nos dice que la verdad es como una isla sitiada dentro de un tempestuoso mar. Nietzsche al contrario nos dice que no existe la isla, que solo estamos con nuestra pequeña barca (que es lógico o lo apolíneo) rodeados del océano burdo, salvaje y sin orden (que es lo dionisíaco o lo ilógico). Y el Altísimo no nos responde.
¿Qué acaso la verdad es algo más grande que los filósofos y lo divino? ¿No es precio encontrarla para liberarnos de la ilusión de este mundo que nos engaña? Las preguntas son muchas pero las dudas nos aplastan, es como si quisiéramos desgarrar con nuestras manos el velo para llegar al lugar santísimo, y eso solo se logró con la muerte del mismo Dios.
¿Qué acaso la muerte es lo único que nos puede librar de la mentira y por fin tener acceso a la verdad?
Nietzsche en la Gaya ciencia nos decía: “Que habrá muerto Dios pero sus sombras todavía nos recubren”, en un mundo tan fragmentado y rebelde consigo mismo, donde las totalidades se nos diluyen de las manos, se nos esconden en la telaraña de información que nos dispara a nuestro alrededor; usamos categorías en crisis como categorías ordenadoras; matamos a Dios pero sus términos y conceptos nos siguen tomando de la mano, no encontramos algo que vuelva a recubrirnos y darnos seguridad de nuestro entorno.
Muchas cosas nos han dicho de nuestra realidad pero al final, ¿en qué podemos confiar si no es en la verdad? ¿Qué podrá sustituir a la verdad, si la verdad misma ya no existe? ¿Acaso debemos cambiar nuestro concepto de verdad? ¿Si hay muchas verdades no pierde la idea de verdad valor en sí misma? ¿Hay formas más verdaderas de definir la verdad que otras? ¿Se encuentra la verdad en las cosas mismas o es un producto del hombre? Si nos ponemos a pensar un poco, la reflexión sobre la relación entre verdad y objeto abrió la caja de pandora, el conocimiento de repente se nos erige como un misterio impenetrable, y no porque sea conciso, al contrario nos envuelve más nunca podemos rasgar su interioridad.
Toda búsqueda de sentido tiene ver con algo espectral, el sentido no es algo que se pueda ver, sentir ni tocar, así mismo es con las verdades, siempre fantasmagóricas y diluyentes, el fantasma escapa al pensamiento binario, están y no están al mismo tiempo, es la presencia de la ausencia, es como aquel río en el que te bañas, ¿es la misma agua? Puedes decirme que no. ¿Pero es el mismo río? Por supuesto que sí ya que se sigue llamando igual, ahora en este mundo de “Modernidad liquida” sucede lo mismo: nada es sólido ni absoluto, la vida misma se nos escapa, y lo que ayer fue, ya no lo es el día de hoy, eso nos lleva a 3 preguntas fundamentales: ¿Quién puede sostener que exista una verdad que sea atemporal, inamovible e que no haya cambiado? ¿Quién puede sostener el absoluto? ¿Quién puede hoy sostener en términos morales o antropológicos una idea absoluta de la verdad?
Miremos al pasado, ¿hace 200 años como era y se pensaba el mundo? España todavía era una potencia mundial y México estaba bajo su poder, se creía que el universo no era tan grande. La revolución industrial ni siquiera había iniciado y el mundo nos parecía tan extenso, separados e inagotable, los recursos nos parecían infinitos y todavía pensábamos que el color de piel era algo que importaba. ¿Dónde quedo aquellas verdades que se proclamaron?
La categoría de la verdad surgió como una un concepto absoluto, pero se ha ido relativizando con el paso del tiempo, se dice que las sociedades de antes emanciparon a Dios, y que la actual se están emancipando de la verdad, lo verdadero deja de ser importante en nuestras vida, ya no importa el hecho si no lo que nos hace sentir.
La verdad puede ser una construcción humana para intentar categorizar la realidad antes de que llegue a nosotros, configuramos la verdad a partir de la interacción con nosotros, nuestra objetividad es fruto del pensamiento del sujeto, debemos de reconocer que nuestra verdad no es independiente de nuestra forma de conocer. Un problema para la consecución de la verdad es lo relativo al idioma.
El nombre de un concepto crea la ilusión de que es inmortal y eterno, el concepto y su nombre se vuelven equivalentes; el nombre demuestra que el concepto es una sustancia duradera, indestructible, y no un proceso que es resultado de un proceso cultural.
Aquí lo que sucede es que parte de nuestras concepciones occidentales están enmarcadas por la filosofía griega, la cual marca una verdad por correspondencia, la cual es que es la adecuación entre los pensamientos y las cosas, idea y a la realidad misma, la verdad siempre es una relación entre ambas dimensiones, cuando se conjugan nos muestran lo verdadero, pero verdadero es una afirmación sobre las cosas y no las cosas mismas, pero eso es suponer que podemos acceder a lo real sin interpretaciones personales, culturales o contingentes, que somos plenamente objetivos, sería suponer que todo lo que decimos, pensamos y hablamos está alineado con la realidad de lo real.
Tendríamos que suponer que nuestra verdad es absoluta, ¿pero es así? Porque déjame decirte que una verdad que no es absoluta no es una verdad, no existen las casi verdades, porque absoluto significa que no tiene nada suelto, pero eso nos llevaría a pensar que la historia por sí misma nunca ha cambiado. Creo que para poder sobrevivir en esta tormenta de información que vivimos día a día, tendríamos que reconocer que en nuestra supuesta centralidad, que las verdades no son absolutas sino relativas, que viene del latín relatio, que significa en relación, entonces dictaminamos que las verdades están en relación a algo.
Aunque esto nos presenta un problema; vivimos como si existieran las verdades absolutas, tratamos de construir a nuestro alrededor modelos irreales de que nos tranquilizan, porque fuera de nuestra barca todo es caótico, hacemos un pacto de olvido consigo mismo para poder vivir.
Muchas veces presentamos a la verdad como sinónimo de lo real, pensamos que la verdad es la realidad misma de las cosas, pero debemos ir todavía a algo más profundo de esto y preguntarnos: ¿Qué es la realidad? Podemos definir a la realidad como algo que me excede y que tiene que ver con las cosas como son, las cosas en sí mismas, observemos algo; colocamos a la realidad como algo fuera de nosotros mismos, y podemos cuestionarnos: ¿qué acaso no estamos incluidos en la realidad? Y sí lo estamos, pero somos tan antropocéntricos que nos colocamos en el centro de todo, cuando estamos dentro de ella, accedemos a lo real de modo parcial a través de nuestros sentidos, percepciones y experiencias.
Déjame decirte que también comprendemos la realidad con relación en el poder que ejercen los medios en nosotros, un ejemplo, cuando en política varios temas que se han vuelto tan sagrados, preferimos no verlos, todo es cuestionable hasta esos concepto en los cuales nos sentimos cómodos, cuando venimos a cuestionar a la democracia, demostrar que en el capitalismo la libertad es una libertad ilusoria, porque hacer política para uno mismo, no es política es negocio, muchas repeticiones hacen una verdad y la interpretamos por medio de lo que se ha inculcado en nosotros, interpretamos en un acto sobre un sentido que ya nos fue dado y sobre un trasfondo ya elegido.
Para Foucault, la verdad no puede ser analizada por una disciplina tal como la dialéctica o la semántica, simplemente porque la verdad no está en el mismo nivel que la lógica o los significados, sino que más bien se remite a un análisis de la “relación de poder”.
Entenderíamos así la verdad como “el conjunto de reglas según las cuales se discrimina lo verdadero de lo falso y se ligan a lo verdadero efectos políticos de poder”. Todo depende, en última instancia, de los sistemas de enunciados de poder, cuya tarea es decidir qué es lo verdadero y qué no lo es.
El poder necesita de la verdad para que el mecanismo funcione y, a su vez, la verdad produce mecanismos de poder. En conclusión, según Foucault, cuando hablamos de verdad no hay que entenderla como una relación entre signos y objetos, sino como un “conjunto de procedimientos reglamentados por la producción, por la ley, la repartición, la puesta en circulación, y el funcionamiento de los enunciados.”
La verdad queda ligada circularmente a los sistemas de poder que la producen y la mantienen, y a los efectos de poder que la inducen y que la acompañan. La verdad y el poder son inseparables, donde está el uno está el otro, y no pueden existir independientemente.
En relación con lo que vivimos diariamente, tendremos que ir ubicándonos en una posición hermenéutica, decía Nietzsche: “No hay hechos solo interpretaciones”, aunque unos párrafos más adelante también nos dice: “Pero así mismo esto es solo una interpretación”, debemos reconocer en un punto que existe hechos interpretados, y que al interpretarlos nos estamos definiendo a nosotros mismos. Como decía Gadamer: “interpretar es interpretarse”, reconocer que somos un nudo de intencionalidades e interrogarnos a nosotros mismos.
¿Se disuelven los hechos en nuestras interpretaciones, o lo real, lo que resta de ellas? Vivimos en la edad de la interpretación, aquello que somos, aquello de donde provenimos y que está en permanente estado de cambio, interpreta los hechos pero al mismo tiempo, va re significado nuestra subjetividad, nuestro propio ser. La univocidad es un ideal pero es solo es regulativo, sabiendo que nunca lo vamos a tocar, y en ese acto analógico poder ver la interpretación del otro, del que esta fuera de nuestra visión, nuestra razón nos hace creer que actuamos siempre para el bien común, que nuestras acciones redundan en favor de todos, lo particular lo volvemos universal -reconocer que solo poseemos fragmentos-: no es imposible captar el sentido total del todo, pero lo necesitamos para poder caminar, pero sin menoscabar los sentidos o los fragmentos de otros. Nietzsche decía que la verdad era como un ejército de metáforas en permanente combate en nosotros esta que encuentren la paz.