Lo de México no es dictadura, es un sistema hegemónico de dominación, donde no han existido dictaduras militares. Hemos padecido la dominación hegemónica de un partido. Esta es una distinción fundamental y esencial
-Octavio Paz
Del 27 de agosto al 2 de septiembre de 1990 durante el encuentro «La experiencia de la libertad”, organizado por la Revista Vuelta, algo insólito golpeó al Gobierno en turno de nuestro país, un comentario del ahora Premio Nobel de Literatura (2010) dejó en evidencia un régimen totalitarista, complaciente y paternal.
Vargas Llosa dijo sin piedad que “México es la dictadura perfecta, que, la dictadura perfecta no es el comunismo, no es la Unión Soviética, no es Fidel Castro, que, México es la dictadura camuflada, que tiene las características de la dictadura: la permanencia, no de un hombre, pero sí de un partido. Y de un partido que es inamovible”.
Si bien, los mexicanos aplaudieron el valor del escritor peruano que confronto a un Octavio Paz -que para muchos estaba al servicio del régimen-, no debemos olvidar el contexto de nuestro país durante esa época, un país desigual, pobre y sumiso.
Estas características -que no han cambiado mucho en los casi últimos treinta años-, son las que definieron mejor la forma en la que nos gobernaban. De un modo complaciente con programas asistencialistas nos formaron como ciudadanos pasivos, ciudadanos que esperan a su padre -el gobierno- para ser protegidos y alimentados.
La sociedad mexicana no esperaba ser defendida -y tal vez no quería serlo- cómoda esa sociedad en su burbuja pequeña, propia de la otredad, olvidaron protestar contra las desigualdades y la injusticia. Pero Vargas Llosa les dio voz, y el gobierno enfureció.
Para desgracia de muchos y fortuna de pocos, el sentimiento de oposición, de resistencia y protesta duró poco, pues su peor legitimador es -dijeran por ahí-, el tiempo.
Durante el debate y el proceso de Referéndum para que Cataluña se independizara de España, Vargas Llosa quién defendía los procesos democráticos para demostrar la voluntad y la soberanía del pueblo, apuñaló esos ideales, al cuestionar que: “se trata, -el referéndum-, de un disparate absurdo, un anacronismo que no tiene nada que ver con la realidad de nuestro tiempo, que no está por la construcción de nacionalidades”.
No solo ese acto fue lo que demostró que los ideales y la forma de pensar del escritor habían cambiado, sino que, el 28 de febrero del año en curso, durante la presentación de su último libro -La llamada de la tribu- apuntaló que México estaría condenado al suicidio democrático si decidía votar por un régimen similar o parecido al de Venezuela.
Valdría la pena recordarle al Premio Nobel de Literatura (2010) lo que he venido recordando y señalando desde mi artículo pasado –Una bandera como su país, al revés y censurada-, que, según el Índice Global de Corrupción 2017 publicado por la Transparencia Internacional, México se ubica en la posición 135 de 180 respecto a los temas de la percepción de la corrupción.
Que según la OCDE (2016), nuestro país es considerado no solo como el más corrupto, sino también el más inseguro, con las peores condiciones laborales, el país con mayor desigualdad social, con la peor educación y con una elevada tasa de embarazos adolescentes.
Qué también la OCDE señala que más del 70% de los mexicanos aceptan violar la ley si piensan tener la razón, que somos el segundo país más violento para ejercer el periodismo, que la brecha digital aún tiene conflictos de clases sociales, que la riqueza se distribuye entre pocos y la pobreza -ese nuestro cáncer-, se propaga cada año en los hogares mexicanos.
Tal vez en México la vivencia de un régimen similar al de Venezuela no lastime en medida desagregada a la mayoría de los mexicanos, puesto que esa gran mayoría ha sobrevivido pese a la carencia de instituciones, oportunidades y con la tasa elevada de los impuestos en la canasta básica.
Quizá Mario Vargas Llosa hizo el mejor comentario de su vida respecto al estado actual de nuestro país. Él -tal vez- nos está advirtiendo de las consecuencias que podríamos tener los mexicanos de seguir votando por ese partido que tanto daño le ha hecho a nuestro país, tal vez nos puso en guardia para ser nosotros los que empecemos a rechazar ese método de acarreo, compra de votos y que denunciemos los actos de clientelismo tan corrientes y baratos que usan, pero que aún, aunque nos duela, legitiman a un partido paternalista.
Si México se condena a un régimen antidemocrático, que sea Vargas Llosa quien pague y levante un muro en contra de aquellos que no defendieron nuestra democracia, que -en palabras de Alberto González Hernández- si no actuamos, que nuestros hijos nos perdonen, que la patria nos lo demande y que la historia, que la historia nos juzgue.
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