Dice Walter Benjamin que vivimos las ciudades y la arquitectura de manera distraída. Esto no quiere decir que podemos ignorar lo que ocurre a nuestro alrededor, especialmente lo más significativo, como algunos ambiciosos pretenden, movidos por el afán de lucro, única pasión que conocen.
El jueves 8 de junio, El Heraldo de Aguascalientes publicó una nota titulada “Sugieren desterrar los panteones… con todo y muertos”, de acuerdo con la cual Julio César Gaspar, presidente de la Sociedad de Arquitectos Valuadores, propone sacar de la capital del estado los cementerios ubicados en los barrios de Guadalupe y La Salud y que el suelo tenga usos rentables que permitan “dar vida a esos barrios y esos espacios públicos redensificando estos espacios”. El profesionista argumenta que esos lugares ya cumplieron su función y casi no reciben visitantes, excepto en Día de Muertos. Además, cita el Código Urbano según el cual los panteones deben salir de la mancha urbana, invoca la responsabilidad del sector privado para participar en esta iniciativa y remata señalando que “se deben conservar los orígenes y fundamentos de las ciudades pero de la mano de la inversión”.
Evidentemente, este hombre lleva su profesión más allá de sus límites. La búsqueda de oportunidades para hacer negocio le quita el sueño, al grado de ocultarle cuestiones que por su formación debería tener presente, mientras deja ver su incapacidad para comprender lo que no cabe en su estrecha visión del mundo. Sin especificar la posible ubicación de tumbas y restos mortales, plantea liberar los terrenos de su uso funerario para que los particulares puedan hacer negocios en ellos y con ellos, aunque la ciudad deba pagar un costo tan alto como perder parte de su memoria histórica al deshacerse de los lugares donde descansan sus ancestros. Al precio de perder sus valores.
Desde hace un siglo, aprovechando la disponibilidad de terreno llano, la capital hidrocálida se ha extendido en sentido horizontal, con una densidad poblacional más bien baja, determinada por la existencia de grandes huecos en su traza. Además del centro, al principio de este periodo la ciudad consistía básicamente en los barrios de San Marcos, Triana, Guadalupe y La Salud; La Estación se estaba construyendo para alojar a los que llegaban atraídos por la oferta de trabajo en los talleres ferroviarios. Las huertas que en otros tiempos habían florecido languidecían; la incipiente industria redujo la cantidad de agua disponible para riego, iniciando un proceso de urbanización que borró muchas huertas del mapa y dio lugar a nuevas colonias. Pero no todas corrieron esta suerte y grandes superficies quedaron desocupadas desde entonces. La baja densidad poblacional no se debe únicamente a los cementerios que en aquellos años se ubicaban en los límites de la ciudad. Ahora muchos corazones de manzana permanecen vacíos, sirviendo como estacionamientos y a veces ni eso.
Esto presenta otros aspectos. Según datos censales, el municipio de Aguascalientes tenía una densidad de 190 habitantes por km2 en 1970; diez años después alcanzó los 304 y en 2000 se elevó hasta 545; en 2015 llegaba a 744. Este rápido aumento tiene muchas causas que no cabe explicar aquí. Lo importante estriba en que la urbe ha cubierto su demanda de suelo expandiéndose hacia la periferia, con huecos en su tejido que no solo se encuentran en los panteones sino en manos de particulares ante las que el valuador Gaspar se hace de la vista gorda.
Su propuesta intenta seducir al municipio con atractivos negocios inmobiliarios. Los usos rentables de los terrenos donde ahora se localiza un rico patrimonio de arquitectura funeraria cargada de valores simbólicos, entre la que destaca la Rotonda de los Hombres Ilustres del estado, elevarían el valor comercial de esos corazones de manzana en beneficio de sus propietarios. Su miopía solo le permite percibir la posibilidad de participar en el negocio. Para ceder como lo hace ante lo que considera una tentación irresistible se necesita un pecho tan vacío como los terrenos sometidos a una especulación inmobiliaria sin escrúpulos ni raíces.