En Aguascalientes, el programa del Festival Cultural de Calaveras de este año tiene la marca de casi todo lo cultural en nuestro país: predominan los espectáculos. Hay espacios para reflexionar acerca de la obra de José Guadalupe Posada y las costumbres del Día de muertos, pero la programación está concebida para llenar el ocio más que para estimular el pensamiento crítico. Y sobre las aguas tibias del lugar flotan el espíritu del entretenimiento y el fantasma de la utopía.
Este festival comenzó hace 23 años, organizado por el gobierno del estado como una manera de vincular un homenaje permanente a la obra del grabador con el rescate de la tradición del Día de muertos. Su programa cultural se suma a los de la feria sanmarqueña y la del libro, más el del festival de la ciudad, en octubre, inmediatamente anterior al de calaveras, para ampliar la oferta cultural no sólo numéricamente sino por la calidad de algunas expresiones artísticas y por la importancia de las tradiciones populares referentes a la relación con la huesuda.
Del 27 de octubre al 5 de noviembre, habitantes y visitantes del estado contarán con un menú de opciones basadas en la muerte para hacer más grata su vida. Exposiciones, conferencias, cine, música y talleres en cinco museos: del Juguete Tradicional Mexicano, Guadalupe Posada, Nacional de la Muerte y Regional de Historia. Conciertos con grupos de varios géneros musicales. Espectáculos: teatro, danza, circo y toros. Deportes: tiro con arco, box, lucha libre, golf, tenis, una rodada y una carrera. Y actividades en casi todos los municipios del estado, con temas de la muerte, el terror y las leyendas locales.
La mayoría de las opciones en el programa no tienen costo para el público. Con ellas concluye la serie de festejos que se suceden cada otoño para alegrar la existencia de visitantes y gente del lugar antes de entregarla a las fiestas decembrinas.
En este afán de entretenimiento –concebido para ofrecerlo al ocio de quienes viven en una ciudad con indicadores de desarrollo e índices de suicidio elevados a nivel nacional– destaca la intención de oponer una tradición propia a la imposición del halloween, para que los consumidores usen su tiempo libre y su poder adquisitivo en comprar calaveras en lugar de disfraces de brujas o máscaras de licántropos.
Estas tradiciones inciden en el consumo de todos los grupos sociales; tienen una dimensión económica tan importante como la simbólica y la estética que, a diferencia de los espectáculos –agotados en el instante mismo de su realización–, llevan más allá de lo inmediato las consecuencias de vivirlas.
El programa incluye talleres y concursos de altares de muertos y calaveras, narración de leyendas y disfraces que difunden información y prácticas tradicionales llevadas después por la población a sus familias y barrios. Ahí se vuelven cultura viva, palpitando con quienes las hacen suyas, sin importar su origen social: todos vamos a morir.
En contraste, las expresiones artísticas presentadas como espectáculo cumplen su propósito en cuanto se realizan. Su influencia en la población consiste básicamente en entretenerla mientras vuelve al trabajo. Como las tradiciones y leyendas de muertos, las artes escénicas pueden aportar materiales para la construcción de identidades colectivas. Pero su naturaleza efímera y convencional –sin demérito de su calidad, por lo general muy buena–, propicia una apropiación provisional, susceptible de manipulación.
Las expresiones escénicas presentadas tienen en común su recepción acrítica y su contribución al mantenimiento del orden establecido. Para salir de esta condición tendrían que plantear una participación activa de los espectadores que los convirtiera en coautores de la obra o proceso creativo puesto en marcha. En particular, la narración de leyendas se presta al performance, la improvisación y otras estrategias de interacción abiertas a la creatividad. Estaríamos hablando de otro festival. De una utopía necesaria.