Hoy día se habla mucho de los gustos. A cada cual le gusta lo que le gusta, de manera que hay tantos gustos como personas. Se dice que esto no es mejor o peor que aquello sino diferente. Está mal visto ponerle nota al arte porque cada persona aprecia el arte a su manera.
En literatura no hay libros malos ni buenos. Son diferentes. ¿Es imposible ponerse de acuerdo? A mí me gusta este. Pues a mí me gusta aquel. Decía Constantino Bértolo que a él no le gustan nada sus gustos. Supongo que lo decía porque cuando se hace crítica literaria es conveniente dejar los gustos personales a un lado.
Alessandro Baricco sabe mucho de literatura y muy poco de bicicletas. Comenta en su ensayo Una cierta idea de mundo que es capaz de ver todo lo que contiene un libro e incapaz de distinguir una bici mala de una buena. Añade que un ciclista profesional sí que sabría enseguida cuál es la buena bici de la misma forma que él sabe cuál es el buen libro.
Que los lectores de a pie pretendan arrumbar la crítica literaria esgrimiendo el gusto de cada cual me sabe a pretensión de mal gusto. Estoy hablando de una crítica literaria que no existe o que solo existe de forma íntima. No existe porque la mayor parte de la gente que habla de literatura no tiene ni idea y la que sí tiene algo de idea está al servicio del mercado editorial.
La crítica literaria contemporánea es escasa y encima anda por los rincones. De cada mil reseñas, solo ciento veintisiete son sinceras y diecinueve, perfectas. Abunda el amiguismo, la tolerancia y el miedo a que las editoriales no te envíen más libros. Porque, como ya sabéis, muchas editoriales regalan libros a cambio de reseñas, y no te vuelven a regalar nada si tú no les regalas algo.
La imparcialidad. «¿Imparcialidad? —replicaba un amigo digital—. Pero, ¿de veras existe eso? En la categoría de los imparciales solo entran cosas como los difuntos, las piedras o los bocadillos de mortadela». Y cuánta razón tenía. Los que han conseguido algo saben que no se consigue nada si no das nada. Si quieres subir, necesitas que alguien tire de ti hacia arriba. No os creáis lo de la levitación. Es una majadería.
El asunto ese de que todo es relativo me parece muy relativo. No está nada claro. Me parece a mí que es un invento hecho por encargo, hecho a la medida de esta sociedad borrega. Se les ocurrió a esos que venden pan malo. Tenían que convencer al pueblo de la calidad de ese pan malo. De ahí salieron los gustos. Si te gusta, es bueno. Si te acostumbro al pan malo y termina gustándote, entonces ya es bueno. Magia potagia.
Hace quince años escribí: «Cuando considero las consecuencias de dicha flexibilidad, me mareo. Si todo es tan relativo, ¿qué base tomaremos como apoyo? Si el punto de vista es determinante, ¿cómo diferenciaremos el mal del bien? La lacra del postmodernismo: no hay verdad absoluta, todo es relativo; y nosotros, perdidos en el mar de las dudas, no encontramos el rumbo», palabras que forman parte de un libro que algún día verá la luz.