En esta ocasión quisiera reflexionar sobre un autor y sobre un tema que desde hace tiempo se volvieron capitales para mí, Albert Camus y al tema de lo absurdo ligado a su discusión entorno al suicidio.
Pero antes de analizar la noción y/o el sentimiento de lo absurdo, debemos esclarecer cuál es la razón por la que Camus cree que el problema que debe ser privilegiado y solucionado lo antes posible es el suicidio: en el sentido de si la vida vale, o no, la pena ser vivida.
Según Camus, gracias al carácter finito de la vida y al crudo viento de la costumbre, es que de vez en cuando un hombre, de entre tantos, decide quitarse la vida en un acto de desesperación. Desesperación que hasta ese instante todos sus semejantes ignoraban; pues lo que hace el suicida al ultimar su vida, es confesarnos su dolor. “Morir voluntariamente supone que se ha reconocido, aunque sea instintivamente, el carácter irrisorio de esa costumbre, la ausencia de toda razón profunda para vivir, el carácter insensato de esa agitación cotidiana y la inutilidad del sufrimiento”.
Pero, ¿en qué momento el hombre se reconoce como un ser acostumbrado? En el momento en que se da cuenta de que aquel mundo que al inicio le asombraba y enternecía, se ha tornado gris y uniforme; cuando ya no logra ver, aun en primavera, el verdor de los árboles; cuando ya no lo inspira la noche ni la luna lo conmueve; en fin, cuando el mundo se vuelve tan familiar que se abandona a sí mismo al olvido y se pierde entre la bruma del hastío. Así es cómo la costumbre lo despoja de sus ilusiones y de su propio ser. Mas, lo absurdo, según el autor de La caída, tiene varios matices.
En primer lugar, podríamos decir que lo absurdo nace en el momento en que el ser humano –a pesar de su carácter finito, de ser un cuerpo que fenece y se deteriora con el paso del tiempo– se proyecta hacia el futuro.
El ser humano vive del porvenir, aun cuando debería reconocer al tiempo como su peor enemigo, éste anhela el mañana. “Esta rebelión de la carne es lo absurdo”.
Y no sólo, lo absurdo también surge en el instante en que el hombre se siente ajeno al mundo que habita; cuando revela lo que realmente es y siente vértigo de sí, eso que Sartre llama “náusea”. Mas, lo absurdo, es ante todo una pasión emanada de una confrontación. La confrontación más grande es la que se da entre el mundo y el hombre, porque el mundo es un caos, es irracional por donde se lo vea.
El ser humano, en cambio, es un perpetuo buscador de claridad y unificación. De ahí que Camus dijera: “Todo lo que se puede decir es que este mundo, en sí mismo, no es razonable. Pero lo que resulta absurdo es la confrontación de ese irracional y ese deseo desenfrenado de claridad cuyo llamamiento resuena en lo más profundo del hombre. Lo absurdo depende tanto del hombre como del mundo”.
No hay escapatoria. Ante un panorama como este, ante una vida –nunca mejor dicho– sin vida, parece ser cierto que uno debe tener a la mano una soga.
Hay, sin embargo, otra orilla a la que prefieren aferrarse todos aquellos que no son capaces de quitarse la vida: la esperanza (promesa) de otra vida. Esto es: “la evasión típica, la evasión mortal […] la esperanza: esperanza de otra vida que hay que ‘merecer’, o engaño de quienes viven no para la vida misma, sino para alguna gran idea que la supera, la sublima, le da un sentido y la traiciona”.
Para Camus, este engaño no hace más que contribuir a que la confusión y la miseria impere entre los hombres, porque si ya por sí misma la vida es difícil y dolorosa, es un crimen exigirles a esas personas desdichadas que, en suma, regulen su comportamiento aún más para que puedan “disfrutar” de la siguiente vida en su totalidad.
Ante todo esto, ¿cómo es que Camus salva la vida de la absurdidad? Por medio de la libertad absurda y su carácter rebelde; ésta hace que la conciencia que el hombre posee sobre su condición se renueve constantemente y, por decirlo así, aprenda a vivir con ella y en ese acto se entregue completamente al instante, al caos.
Sólo así se puede arrojar al olvido tanto la noción de esperanza como la de suicidio, ya que el hombre que acepta su condición absurda y la absurdidad de la vida, deja de exigirse a sí mismo y de exigirle a aquélla claridad y sentido.
Es curioso que en este punto el problema se invierta, es decir: iniciamos el viaje deseando encontrarle un sentido a la vida; ahora, empero, parece ser que la vida es mejor si carece del mismo.
Me parece que Camus quiere hacernos ver que, aun cuando lo absurdo, el dolor, el sufrimiento, la náusea –o como se le quiera llamar– impere en el mundo, eso no implica que se deba abandonar la vida. Es en ese preciso momento cuando el hombre debe ser aún más osado, más rebelde.
El hombre que asume la absurdidad de la vida, se adentra en sus aguas y en su rispido cauce con valentía, decidido a no naufragar en ninguna de las dos fatales orillas que son: por un lado, la Escila del suicidio o el renunciamiento a la vida; y, por el otro, la Caribdis de la esperanza de una vida eterna.
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Camus, Albert, El mito de Sísifo, trad. Luis Echávarri, Madrid, Alianza, 1985. Todas las citas son sacadas de esta edición.