No olvidar que estamos ante la desgracia de los ciudadanos, la inevitable condición del ser humano en el siglo XXI, la de ser un ente económico completa e indefectiblemente. Como consumidor y contribuyente; bombardeado por la publicidad y exprimido por los impuestos, armas letales de las empresas y los gobiernos, nuestro verdugos; cada cual en su forma, repartiéndose lo que desde antaño ya valía el hombre: su fuerza de trabajo.
Algunos le dicen esclavitud moderna, otros trabajo; el trabajo nos hace libre, pero solo en la medida de nuestro salario. Esa es la vieja tradición, maximizado por la tecnología y las comunicaciones.
Pero falta agregar lo de denominan homo data, la especie como fuente de información, ya no solo producto en tanto mano de obra, sino también ahora en tanto en el descanso, entes económicos en el trabajo y el ocio.
Aunado no solo como ventana propia de nuestros datos personales: búsquedas, preferencias, dirección, tiempo de navegación, información de salud, entre otros datos. También como ventana de información para los que nos rodea, familiares y amigos, una red de información que entrelaza los unos a los otros y que culmina en beneficio para las empresas y gobiernos, los primeros renovando su provecho en créditos y ventas; los segundos, maximizando el cobro de tributos.
Lo peor es que teniendo toda esa información no la explotan para darle mayores y mejores beneficios para a la población, una pena en verdad, vivir un país de las martavillas para los que trafican con los datos personales, pero un limbo para los que los producimos.
Seguramente Dante no hubiera pasado por alto esta circunstancia al momento de proyectar el infierno en su obra y tal vez habría dicho que hay un círculo para aquellos que explotan los datos depersonales de los ciudadanos, sin darles nada a cambio…