Hace más de 480 años se le apareció a un indígena, el 12 de diciembre de 1531 a las 10:40 horas, para que llevara un mensaje al obispo pidiendo que construyeran su casa ahí, en el cerro del Tepeyac.
Como dicen los clásicos, “la historia es de todos conocida”, pero nada pierdo con recordar los hechos.
Dicen que era diciembre, era de mañana y era sábado. Juan Diego iba al pueblo al catecismo y a misa, pero al pasar por el cerro del Tepeyac escuchó una voz que le llamaba por su nombre. Cuando se acercó se encontró con una hermosa mujer que usaba un vestido brillante como el sol y quien le encomendó ir con el obispo porque quería un templo en ese sitio.
Por supuesto, el jerarca católico no creyó una palabra de lo dicho por el indígena y le ordenó que regresará con pruebas, una señal sobre la veracidad de su dicho.
“De regreso, Juan Diego halló a María y le narró los hechos. La Virgen le mandó que volviese al día siguiente al mismo lugar pues allí le daría la señal. Al día siguiente Juan Diego no pudo volver al cerro pues su tío Juan Bernardino estaba muy enfermo. La madrugada del 12 de diciembre Juan Diego marchó a toda prisa para conseguir un sacerdote a su tío pues se estaba muriendo. Al llegar al lugar por donde debía encontrarse con la Señora prefirió tomar otro camino para evitarla. De pronto María salió a su encuentro y le preguntó a dónde iba.
«El indio avergonzado le explicó lo que ocurría. La Virgen dijo a Juan Diego que no se preocupara, que su tío no moriría y que ya estaba sano. Entonces el indio le pidió la señal que debía llevar al obispo. María le dijo que subiera a la cumbre del cerro donde halló rosas de Castilla frescas y poniéndose la tilma, cortó cuantas pudo y se las llevó al obispo.
«Una vez ante Monseñor Zumárraga (Juan de Zumárraga) Juan Diego desplegó su manta, cayeron al suelo las rosas y en la tilma estaba pintada con lo que hoy se conoce como la imagen de la Virgen de Guadalupe. Viendo esto, el obispo llevó la imagen santa a la Iglesia Mayor y edificó una ermita en el lugar que había señalado el indio”.
Eso es lo que dicen que pasó y yo, pobre mortal, no puedo ni confirmar su veracidad ni desmentir el dicho. Lo cierto es que la imagen de la madre de Dios es venerada por miles, quizá millones, y la prueba es palpable y evidente cada 12 de diciembre, cuando de todos lados llegan al santuario a cantarle, mostrarle respeto y devoción y, especialmente, a agradecerle por algún favor, milagro o intervención ante divinidades superiores.
Y es precisamente esta parte la que interesa. Porque ante la falta de instituciones que realmente garanticen igualdad, democracia y justicia en este México tan lleno de olvido, no resta más que pedir la intervención divina, y qué mejor que hacerlo con Guadalupe, la reina de América.
Y aunque la lista podría ser un poco larga porque son bastantes las carencias y mucho más los asegunes en esta triste y preocupante realidad mexicana, sería suficiente la resolución de solo alguno de los cientos de problemas que enfrentamos, así que habrá que pensarlo bien y decidir con inteligencia.
¿Qué es más urgente?
Dejar de entregar recursos públicos a los partidos; equilibrar el binomio trabajo/salario; generar consciencia en torno al cambio climático; que deje de haber mexicanos “de primera”; que la ley no sea letra muerta; que haya congruencia entre la clase política sobre el decir y el hacer y que se limiten los privilegios absurdos de ese mismo sector; que los gobernantes dejen de decir y hacer tanta estupidez; que se aplique la justicia a aquellos que han abusado y abusan de su cargo en el sector público; que desaparezca el “fuero constitucional”; que haya seguridad real y no solo espejismos momentáneos; que todos los que han asaltado al país regresen lo robado…
¿Qué de tanto?, ¿cuál es la mejor opción? No lo sé, pero me encantaría ver a México y a sus habitantes despertar…