Tres poemas de Verónica Vidal

I

Acontezco en el goteo de la ceniza sobre el agua

los pies dispersos surgen

crecen hasta el cielo

pero sigo vacía en un cuerpo contráctil.

Debo anclarme a una piedra

a un pólipo de suerte

ceder mis brazos al tentáculo del fuego

abrir la boca en cápsulas de aire

y adorar la salida desde madre.

Sin el olor a madera sin petricor ni flores

me he soñado despierta desde la entraña del barro.

Ahora vago difusa en el océano herboso

levito de un círculo a otro

persuadida a encorvarme

dejarme sangrar por quien me corte

pedir perdón por tantos males:

por la sexualidad de padre y el silencio de madre, dedos que inseminan los oídos recién llegados

culpables de estar una vida juntos.

El aliento de papá es fermento de saliva

de su piel hinchada nacen el vidrio y los jodazos que se cogen hasta la carne del rostro de mamá.

Puedo volver a casa sólo para arrancar el piso

usarlo como piel

estirar los ojos

y restregarlos contra las púas que caen del techo

sentirme una araña

que de un momento a otro

huye

y entrega sus pies a las mantarrayas

o abre la boca para que le muerdan la lengua y se salgan todos los versos que engrosan las lágrimas.

Pero mi pecho agitado no es valiente

no vuela

regresa al polvo blanco cada tormenta

es carne que respira apretándose las venas hinchadas de culpas blancas.

Estoy golpeada por rosarios, oraciones y crucifijos que dibujan un rostro astillado en el pavimento

misterios gozosos que se beben mis espinas

y me las escupen de vuelta en mis horas más felices.

Nada, nadie es el gran culpable

no debemos pedir cuentas de dolor a nuestras familias blancas

ni cobrar venganza.

Sólo hay que chupar la teta del árbol genealógico y ahorcar la voz

tragar la leche agria y dar las gracias

cerrar el puño, abultar la maldición recurrente y desdoblarse en sombra bastarda

o en tímido silbido de la casa

a medianoche.

El ardor se hace cuerpo sin garbo, imagen que pesa en la boca, manos que dividen al día del insomnio.

Velero en la espalda que trae lo no-dicho.

Minutos secos que se cortejan y forman un día.

Cuerpo lleno de días cargando telarañas.

Siendo un filo, un-sin-historia, que abre párpados en el suelo con su voz.

Pero el poema está en escombros, sin ecos, cada vez más pequeño.

Como una cigarra primogénita del instante

un hecho incierto

que se ondula y expande

en virutas de polvo que un día se irán con el agua.

II

Junté las piedras del camino y observaban desde mi bolsillo

Recorrí calles pregonando vendiendo chiflando

Y desde mi bolsillo las piedras llamaban para herir(los)

Fui de la calle de las pocilgas de los bandidos

Fui irracional

Reventé mis cristales con las piedras

Ya lo hice

Ahora vengo a besar las páginas rotas de mi historia.

III

Pedirás que acalle la tormenta para no romperme

Y piensas que mi pozo tiene el agua turbia

O que las palabras ya están todas contadas

Que no puedo inventar nuevos signos que consten más de una palabra y entre varias digan más que la simple expresión ¡Escucha!

Te he dicho que no

No

No

No

Girando mi cabeza en más de dos direcciones

Te he dicho no, porque soy más laberinto que un gesto

Me nombro envidia, ecuación de horror, hoja en blanco

Veo garabatos y arabescos que huyen de mis manos

Quedo muda

Suavísima corriente furibunda

Decido incendiar mis fronteras

Ser pergamino

Sin ayuda de un verdugo.

Te he dicho que no

No todos los besos son poemas

No es como dices

No es como digo

Es más que eso

Es un tumor en la voz

Que me ha convertido en libro sin hojas

Peso muerto

Apagado sin poesía

Sobre una cruz que se clava en Gólgota.


Semblanza:

Verónica Vidal (Venezuela, 1995). Escritora. Profesora de idiomas, editora adjunta de la Revista Literaria Awen (Venezuela) y coordinadora editorial de Ediciones Palíndromus. Forma parte de la antología de poesía venezolana ANT[ROP]OLOGÍA DEL FUEGO y de la antología de cuento Palabrerías (México). Mantiene las columnas de entrevistas: Antiliteratura de las cosas (Revista Littengineer, México-USA) y La Maga y el Quetzal (Revista El Camaleón, Guatemala). Ha participado en talleres de creación literaria en México y Estados Unidos. Ha publicado la plaquette de narrativa Cartuchos Vírgenes (Ediciones Awen, 2018) y el poemario Nardos Casi Despiertos (Ediciones del Útero, 2020). Sus textos han sido publicados en revistas y plataformas literarias de Venezuela, Colombia, España, Francia, Chile, México, Perú y Estados Unidos. Actualmente vive en la ciudad de Lima.