Santi Fernández Patón escribe bien. Nos decía Constantino Bértolo en La cena de los notables que «Leer un texto no es una tarea simple, requiere competencia. Requiere atención, memoria, concentración, capacidad de relación y asociación, visión espacial, cierto dominio léxico y sintáctico de la lengua, conocimiento de los códigos narrativos, paciencia, imaginación, pensamiento lógico, capacidad para formular hipótesis y construir expectativas, tiempo y trabajo. Un texto es un constructo que hay que desconstruir y reconstruir, y eso exige esfuerzo, aunque ello no signifique que esté exento de placer».
Pues si leer no es tarea simple, escribir, menos aún. Estamos hablando de leer bien. De escribir bien. En estos tiempos nuestros en los que tan de moda están las novelas con crímenes espectaculares e intrigas imposibles, Santi nos recuerda que los dramas personales tienen su raíz en la cotidianidad más vulgar.
Todo queda en casa es una obra sólida, densa, consistente. La prosa es precisa, directa, rotunda. El estilo de Santi no contiene afeites ni nada que estorbe. Tampoco ha engordado la historia. Las doscientas cincuenta páginas están justificadas. Como toda buena novela, en algunos momentos roza la perfección. Como toda buena novela, en algunos momentos nos emociona.
«Cuando por fin se quedó dormida, su sueño era tan inquieto y sobresaltado que no me atreví a llevarla a la cama. La acomodé en el sofá y la tapé con una colcha que cogí de su cama. Luego busqué otras mantas por la casa y las tendí en la alfombra del salón para dormir allí mismo, por si la angustia la despertaba en mitad de la noche. Tuve la precaución de bajar las persianas, con la esperanza de que las primeras luces no la desvelaran. Durante unos minutos traté de ponerme en el lugar de mi hermana, traté de imaginarme cómo habría reaccionado yo si hubiera abierto esa puerta. Creí que no conseguiría dormir en toda la noche. Sin embargo, no recuerdo mucho más, así que es probable que cayera dormido en cuanto me pareció que la respiración de Irene se apaciguaba. Aún era temprano cuando su tía llamó para anunciar que ya había cogido un taxi en Atocha. Sin embargo, hacía al menos un par de horas que ya estábamos en pie».
Todo queda en casa es una obra humana. Santi Fernández Patón encuentra el tono para hablarnos de esas pequeñas cosas que con el tiempo crecen hasta desbordarnos. La historia podría ser real. No hay fantasías en este reencuentro entre hermanos. La obra ganadora del II Auguste Dupin merece ser leída.