Tic tac, tic tac, tic tac, el péndulo hace tic tac, es tan paciente y desesperante, tan inmóvil y constante. Es la imperfecta contradicción temporal, eterno ir y venir, va y viene, tic tac, tic tac, el péndulo no se detiene.
El péndulo lo impulsa una fuerza: el tiempo. El tiempo es el más antiguo de los dioses y nunca ha sido nuestro amigo, eso tenlo muy en cuenta.
Siempre está esperando devorarnos como a sus hijos, atragantándose con nuestra vida, diluyéndola con lucidez. Juez y verdugo, carcelero cruel que nos atrapa a través de los sentidos.
El destino, su fiel vasallo, descubre nuestra impotencia cuando nos aventaja en nuestros caprichos, ante nuestros deseos. Cuando nos hace recordar nuestra mortalidad; que somos una mosca atrapada en la telaraña del espacio temporal. La muerte es la bendición y el veneno que comimos en el edén, el escape a la cárcel de la temporalidad, nos hace volvernos eternos en la intermitente soledad de la nada.
La campana del tiempo marca el final de nuestras horas. La arena está cayendo, grano por grano, segundo por segundo. No podemos escaparnos de ese tic tac, no podemos exorcizarnos de su voz ni escondernos para no sentir sus efectos. El péndulo sigue caminando.
Si lo pensamos bien, somos un libro de horas llenos de astillas, somos un calendario con fechas especiales, el mapa de una ciudad, la agenda de un ciudadano.
Nuestra memoria es una suerte de diario secreto e íntimo donde nosotros mismos vamos ventilando y fraguando nuestra vida, interpretando el tiempo donde vivimos. Haciendo los campos en ciudades, haciendo los cielos en mares, leyendo entre los minutos y las horas.
Sigue el péndulo, tic tac, tic tac, una vuelta más al Sol. Es un cumpleaños, el tiempo se ha comido un año más de tu vida. Las horas se fueron, los segundos se borraron y los minutos se marcaron en tu piel. Un año más en tu cuenta, en tu calendario. Ya no eres de aquí ni de allá, un nivel más. Tic tac, tic tac, cumpleaños feliz.