Imagen de portada: La creación de Adán de Miguel Ángel.
Para teminar nuestra reflexión spinoziana, en esta ocasión trataremos el problema de la libertad humana frente a Dios y su mandato o voluntad, cosa que siempre ha sido tema de controversia a lo largo de la historia de la filosofía y de la teología. Así pues, comencemos la reflexión.
Fue Boecio quien, para dar respuesta a dicha confrontación propuso lo siguiente: la libertad humana existe en la misma media en que el hombre es racional o hace uso de su razón (ratio). Esto, para Boecio, es un hecho completamente irrefutable; y aun cuando de ahí no se siga que el hombre actúe o viva necesariamente acorde a su libertad, sí implica otras dos cuestiones. 1) que el hombre es tanto más libre cuanto más racional es y 2) acepta el hecho de que existen grados, no sólo de racionalidad, sino también de libertad. Así, los hombres son libres cuando apartan su vista y su razón de las cuestiones materiales y las elevan hacia lo alto para poder contemplar la divinidad.
El problema de lo anterior viene cuando salta a nuestra mente la pregunta: ¿cómo es posible hablar de libertad si Dios es causa y fin de todas las cosas naturales y humanas? Si la respuesta es negativa, esto es: no hay libertad alguna, entonces todo es determinismo, y las consecuencias son avasallantes porque, de acuerdo con Boecio, el hombre y todos los seres no se conducirían al bien o al mal por medio de su voluntad, sino, antes bien, por una incontenible necesidad –algo parecido a lo que los estoicos llamaban destino.
Spinoza podría –hasta cierto punto– coincidir con Boecio, pero él no ve porqué tendría que haber consecuencias avasallantes si se acepta la tesis determinista; puesto que, para Spinoza el determinismo o la absoluta necesidad es la que posibilita la libertad.
Me explico: habíamos dicho que Spinoza rechazaba la idea de un Dios que posee una voluntad libre, dice Spinoza: ‹‹Se llama libre a aquella cosa que existe en virtud de la sola necesidad de su naturaleza y es determinada por sí sola a obrar; y necesaria, o mejor compelida, a la que es determinada por otra cosa a existir y operar, de cierta y determinada manera›› (E 1, d VII). Y más tarde añade: ‹‹Dios obra en virtud de las solas leyes de su naturaleza, y no forzado por nadie››. Esto quiere decir que adjudicarle a Dios voluntad es, primero, tratar de personificarlo; y, segundo, menguar su libertad, lo cual sería absurdo.
Esto es así, porque en el pensamiento spinoziano la Libertad y el libre albedrio, no son lo mismo. La libertad, como nos muestra su definición, debe comprenderse como autodeterminación y/o autosuficiencia; mientras que, voluntad o albedrio hacen referencia más bien a lo puramente volitivo, al apetito o al deseo. ¿Qué podría desear Dios si Él se determina a sí mismo y, en esa medida, es autosuficiente? Nada, efectivamente. Por eso, para el filósofo, si se habla de Dios, se habla de necesidad, no de voluntad.
Confundir todo lo anterior es lo que hace que el ser humano permanece esclavizado, no sólo de sus pasiones y deseos, sino también de la misma religión. Porque su ignorancia y su avaricia son tan grandes que lo lleva a aceptar la supersticiosa idea de un Dios que creó el mundo y las cosas que habitan en él amén a sus propias necesidades, con el objetivo –dice irónicamente Spinoza– de que éste lo alabase.
Y no sólo, el filósofo sostiene que gracias a los prejuicios (ignorancia) y al apetito ciego de los hombres, es que se ha a mitificar la naturaleza de las cosas; es decir, que el hombre, por medio de su imaginación, le adjudica al mundo una cierta ‹‹armonía y jerarquía ontológicas››. De ahí que se hayan postulado ideas trascendentes tales como la del Bien y del Mal, entre muchas otras.
Aquí sí las consecuencias, según Spinoza, son devastadoras, pues de ideas como esas es que se sirvieron los predicadores o intérpretes de Dios, para dar origen a nociones como Alabanza, Mérito, Esperanza y Pecado, por mencionar las más controversiales. Y son controversiales y devastadoras, debido a que han ayudado a que el hombre perpetúe su ignorancia y, por tanto, su esclavitud. ‹‹Porque ellos saben que, suprimida la ignorancia, se suprime la estúpida admiración, esto es, se les quita el único medio que tienen para argumentar y preservar su autoridad››. (E 1, apéndice).
Así pues, podemos decir que, bajo la perspectiva del filósofo maldito, el hombre no es libre de nacimiento, ni tampoco por el simple hecho de ser un ente racional, aunque sí influye. Desde su perspectiva: el hombre no es libre, el hombre se hace libre.
Sí, el hombre se hace libre, porque aquí libertad implica el conocimiento claro y distinto de las causas de las cosas, incluso de su obrar mismo, y si se hace tal rastreo –por decirlo de alguna manera– entonces uno siempre llega a Dios, al conocimiento intelectual de Dios, ya que Dios es la causa primera y todo es, necesariamente, en y por Él. Por eso, Spinoza no condena el determinismo. Pues sólo así es que el hombre puede cambiar su condición de esclavo por la de un ser libre.