En cierta ocasión, un escritor chileno me escribió para solicitarme de favor realizara una crítica a sus libros. Él, confiando en mi juicio literario –cosa que agradezco, pero pongo en la balanza–, me envió los libros y me dijo algo que a la fecha quiero recuperar: “ya lo sé, suena tonto que nos aferremos a esta cultura de la palabra impresa, somos soñadores al mandar a otro país nuestros libros para que haya una crítica”.
Desde ese momento, he reflexionado más en sus palabras. ¿Seremos soñadores quienes nos aferramos a la escritura? Sí, parece ser la respuesta y pese a ello, he observado que la oferta en las librerías sube, que llegan interesantes títulos de todas partes del mundo. ¿Nos estamos convirtiendo en una sociedad de soñadores como contracultura ante la tendencia cada vez más agobiante del sujeto aislado?
Todos tenemos algo qué decir, todos queremos mostrar nuestra propia historia, nuestra versión de los hechos, denunciar o enunciar el yo-aquí-en el mundo. El fenómeno se ha intensificado en la actualidad con el uso de las tecnologías, por ello las advertencias constantes del respectivo cuidado. Sí, queremos sentirnos acompañados cuando alguien lee lo que escribimos, cuando hace eco en otras voces, cuando se comparte ese minúsculo trabajo con otros.
La reflexión de mi interlocutor chileno me ha hecho pensar en esa masificación de libros de autor que se han generado; siquiera él y yo conversábamos de realizar un proyecto en conjunto. Hubo un punto en que me interrogué ¿continúa el alza en la oferta y no en la demanda? O ¿Qué es lo que el lector solicita? Y poco a poco comencé a apagar mi entusiasmo ¿de qué valdría un título más en la oferta de una librería (si llegara a tal instancia) para competir con otros más que quizá entregan mayor novedad?
Claro, soy creyente del viejo adagio que reza: pese a que las cosas se hayan dicho, siempre habrá una manera distinta de hacerlo, el mismo Ortega y Gasset, ya lo refería. En ocasiones llega la desesperanza cuando leer no es un hábito, cuando celebrar un 23 de abril se convierte en “actividad de entretenimiento para los niños” donde los adultos no participan, cuando no se vive con la idea de que la lectura abre horizonte.
La lectura siempre será un encuentro con el otro, siempre será un diálogo, siempre nos enseñará que antes de enunciar hay que comprender, escuchar de manera profunda. Los miles o millones de libros impresos, electrónicos o digitalizados, fallecen cuando se les ignora. El libro es la enunciación de alguien que espera la respuesta de otro alguien similar. Somos soñadores errantes que buscamos afincar nuestras palabras.