Vivimos en una sociedad en la que muchos conceptos están tergiversados y donde el artificioso brío demagógico del que se valen los oligarcas, a través del lenguaje, crea contextos ficticios. “Y no sólo eso, la gente no sabe lo que está sucediendo, y ni siquiera sabe que no lo sabe” (Chomsky).
Aun con todo el auge de medios masivos, que supondría una noción global de lo que acontece, la información que se expande casi nunca es fidedigna. Al contrario, es un lavado de cerebros a gran escala, con base en discursos insípidos y materialistas que nos sujetan y nos envuelven con un holograma de hierro.
Aunado a esto, las tendencias sobre el lenguaje que en las últimas décadas han surgido y se han logrado adherir a nuestra vida diaria, han terminado por inmiscuirnos en una serie de hipocresías con un trasfondo de intereses políticos.
Una de ellas, es precisamente “la corrección política” o lo “políticamente correcto” que no es más que una ideología de represión, basada en una serie de eufemismos, ideas y movimientos supuestamente “progresistas” que ponen mayor énfasis en todos los grupos discriminados. Lo políticamente correcto ha encontrado el escenario idóneo en la actualidad para mantener su doble discurso y el control de las masas; así como ocultar su verdadera intención: hegemonía. Esconde la malicia que ha hecho simbiosis con la sociedad en general, y que nos está degradando a todos en formas más profundas. Nos separa.
Su modus operandi es utilizar el multiculturalismo, la inclusión o la tolerancia para renombrar ciertos términos y evitar socavar a grupos que por minoría suelen ser marginados. Está mal visto decir (por poner unos ejemplos): “retrasado mental”, “gordo” y “negro”, en vez de eso, debemos utilizar los términos: “discapacitado”, “persona con problemas de alimentación” y “gente de color”.
Existen abundantes listas y hasta manuales que señalan términos de lo que es políticamente correcto o no. Esta tendencia (bien maquinada) nos empuja a hacer algo socialmente aceptado, que no hace más que evitar el contacto con el origen de las palabras.
Así pues, encontramos distintas definiciones de esta índole en internet acerca de lo que es políticamente correcto en la actualidad, por ejemplo: “acciones o expresiones que evitan la exclusión, la marginalización o la ofensa de individuos o grupos en cuanto a género, cultura, raza o capacidad”. Toda esta hipotética parafernalia de diplomacia se deshace de lo antiestético para dar pie a una mera ilusión, donde en realidad, nada cambia con el sólo hecho de ponerle otros nombres a las cosas.
¿Y qué decir de todo aquello que nos imponen como políticamente incorrecto? Tal como el semiólogo Umberto Eco lo mencionó en una recopilación de artículos de título original “A passo di gambero. Guerre calde e populismo mediático” (2007): “El término ‘políticamente correcto’ se utiliza hoy día en un sentido políticamente incorrecto. En otras palabras, un movimiento de reforma lingüística que ha generado usos lingüísticos desviados”.
Es un malentendido de las raíces etimológicas atribuyéndoles connotaciones negativas. Toda una barrera para evitar la crítica; incluso hasta la libertad de expresión. Si se dice algo erróneo se tacha de ofensa, que es considerada (en muchos casos) peor que cometer un crimen. Se asume como el foco de atención idóneo para solazar.
Es un juego de acusaciones falsas en contra de quienes se atreven a decir las cosas tal y como son, y que supone un aumento en las restricciones del propio discurso. Es la falacia ad hominem en dosis exorbitantes.
Es un loop que no resuelve nada, generado de un prejuicio infundado de cargarse las cosas a tono personal ¿Qué clase de sociedad retorcida adjudica mayor importancia a las noticias reducidas a chismorreos de quinta, a banalidades y cuestiones mundanas, a fruslerías que sólo reflejan nuestras nefastas convenciones, en vez de poner atención a las cantidades masivas de muertos que hay en un día por distintas injusticias? La nuestra, infortunadamente. Pero esto es sólo la punta del iceberg. La ambición insaciable del hombre por poder va carcomiendo sus entrañas, dejando únicamente vísceras de indiferencia a su paso.
Esta beligerancia tiene muchos tintes neoliberalistas. Es todo un show que tiene como objetivo hacer todo venal, valiéndose del espectáculo de la inclusión que es un negocio fructífero y de la grávida publicidad. De tal forma que, la otredad y la diversidad se convierten en modas vendibles. En disfraces de aceptación social con tal de comerciar a través de la “marca tolerancia”. El neoliberalismo, se adueña de las identidades y del multiculturalismo afanosamente. Todo se vende. Todo se compra.
Por ello, debemos de tener una noción acerca de lo peligrosa que es la corrección política y de cómo revierte los términos, ya que para ella sólo existe una verdad y lo demás es falaz. Además, se hace viral, a veces, sin percepción alguna. Contamina a su alrededor. Pero, ¿cómo evitar esa contaminación? Ya el escritor Vladimir Volkoff, anticiparía lo siguiente: “es necesario, prevenirse contra el mimetismo de hablar como los demás. Repito aún a riesgo de parecer pesado, el vocabulario políticamente correcto es el principal vehículo de contagio”.
Por tal motivo, hay que dejar a un lado lo políticamente correcto que no hace más que mantener su dominio a través de una fachada mezquina.
En un mundo lleno de mendacidades, propongo apostar más por lo heterodoxo porque todo lo ajeno al sistema es más admisible que todo el mar de sandeces que nos inundan.
La sociedad actual sólo se va trazando a través de un neocolonialismo que ha logrado establecer los parámetros enmascarados de lo que es aceptable. Ha silenciado.
Debemos de hacer frente a esta perversión del lenguaje. La falta de capacidad crítica incuba el marasmo actual. No hay que renunciar al libre pensamiento, al libre discurso, sólo para evitar no herir la sensibilidad de algunos.
No es posible que, en la actualidad, se busque recluir a los librepensantes, a condenarlos al desprecio social y a la marginación; a censurar a todos aquellos que no siguen la línea de lo políticamente correcto, a todos aquellos que son incómodos para el statu quo.
Como citó George Orwell, en uno de sus grandilocuentes ensayos: “el lenguaje político está diseñado para que las mentiras parezcan verdades, el asesinato una acción respetable y para dar al viento apariencia de solidez”. No hay que dar cabida al légamo que arrastra la confusión porque ahí no es donde decanta la claridad que ha estado mermada por la mugre de unos cuantos.