El Auditorio Juan Rulfo, ubicado dentro del recinto donde se llevaba acabo la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, estaba lleno. La zona “especial” para gente “especial” la delimitaba una cinta que custodiaban ciertas personas algo nerviosas. A mi izquierda, en diagonal, la mesa en donde minutos después se sentaría Mario Vargas Llosa para hablar de su nueva novela Cinco esquinas editada por Alfaguara.
A un lado del Premio Nobel de Literatura (2010) se sentó el escritor colombiano Juan Gabriel Vázquez, autor de la novela El ruido de las cosas al caer con el que obtuvo el Premio Alfaguara (2011).
Desde un inicio se anunció que más que una presentación típica sería una conversación entre los dos autores, pero se quedó en una promesa: veinticinco minutos después de que dio comienzo la charla, no hubo que anotar nada más.
Democracia, libertad, dictaduras, periodismo, una que otra anécdota, uno que otro comentario cómico, y una pincelada del proceso creativo por el que pasa un autor antes de escribir una obra fue lo que se pudo escuchar; es decir que fue como si no hubiera pasado mucho ya que los temas anteriores son de los que siempre habla Vargas Llosa -aunque esto puede que sólo me haya ocurrido a mí, me refiero a que mi percepción es la que puede estar escribiendo esto o también cabe la posibilidad de que Juan Gabriel Vázquez no le haya encontrado el hilo y la temperatura a la conversación en la que estaba el Nobel, al que por cierto se le notaba cierto malestar, como si quisiera decir más de lo que la conducción de la plática le permitía.
Reconozco que yo esperaba una sentencia, un titular, una frase perdurable de ésas que lanzan los autores fundamentales, como sin duda lo es el autor de La ciudad y los perros. Intuyo que probablemente sea ésta: “La forma es vivir la historia”, aunque no me llena del todo.
Soy un recolector de frases, de citas, porque éstas son como fragmentos de la verdadera esencia de los autores, en las que encierran parte de su conocimiento y que, al mismo tiempo, invita a pensar, a investigar, a desentrañar aquél núcleo que las hace estar vivas.
Pero hablemos del libro en cuestión: Cinco esquinas. Es una historia que se desarrolla en la etapa final del mandato de Alberto Fujimori en el Perú, thriller que se fue “transformando en una especie de mural de la sociedad peruana en los últimos meses o semanas de la dictadura de Fujimori y Montesinos (…) Si hay un tema que permea, que impregna toda la historia, es el periodismo amarillo” (Vargas Llosa).
El periodismo amarillo como lo llama el autor, el periodismo de escándalo, “como un arma política para aniquilar y desprestigiar a sus adversarios” enfrentado a su otra cara, aquél que sirve como “un instrumento de liberación, de defensa moral y cívica de una sociedad”, el autor remata diciendo que esas dos facetas del periodismo son los temas centrales de la novela.
Obra en la que hay “una subordinación en la escritura de lo que la historia quiere contar”.
Después, no hubo tiempo para más. La presentación finalizó y la gente comenzó a salir del auditorio.
Detrás de mí, un hombre le compartía su emoción a su compañera por estar ahí, “porque no todos los días se tiene la oportunidad de ver un Premio Nobel”.
Y me quedé pensando entonces, en cuánta gente fue a ver al personaje, al Nobel, a esa especie en peligro de extinción, a ese espécimen rarísimo de alta importancia, a esa figura que de pronto se ríe y los demás ríen en una suerte de acompañamiento cursi, sin que les importe realmente lo que tiene por decir, en este caso, Mario Vargas Llosa.