La máxima romana (si vis pacem, para bellum), no podría ser mejor aplicada en nuestro país que en estos intolerantes días.
Es lamentable la increíble cantidad de odio que los mexicanos somos capaces de generar, alimentar y mantener en contra de otros mexicanos. ¿Por qué lo digo? Por casi nada. Meras suposiciones y conjeturas luego de leer los mensajes, post, comentarios, twits y demás manifestaciones que alguno(a)s cibernautas hacen públicos a través de las redes sociales.
Originalmente, el Tribunal Electoral estimaba que habría alrededor de 5 mil recursos de impugnación en torno al pasado proceso electoral, muchos relacionados con la elección del sucesor de peña nieto, y por ello estimaban entregar la constancia de mayoría al virtual triunfador por ahí del 5 de septiembre. Las cosas resultaron ser mucho más sencillas debido a la apabullante votación en favor del ahora virtual ganador y por ello la autoridad electoral ha abierto la posibilidad de adelantar la fecha.
Los que saben, los analistas del sucio asunto de la política mexicana, estiman que será entre el 6 y el 18 de agosto cuando Andrés Manuel López Obrador se convierta en presidente electo.
En tanto, las mentadas, exigencias, señalamientos, reclamos, cuestionamientos, inconformidades, burlas y un irracional afán de venganza aparecen cada minuto. Están por supuesto los defensores a ultranza del virtual ganador y están los otros, los seguidores de los otros, los que no pudieron: que si la edad, que si no llega, que reclamen al que está, que ya se les cayó el teatro, que es un infeliz que debe ser juzgado, que se largue…
Lo peor no es eso. El apasionamiento es tal que incluso los “especialistas”, los “estudiosos”, los “profesionales” con licenciatura, maestría y doctorado, a favor y en contra, expresan libremente su sentir usando cualquier cantidad de calificativos para alabar o denostar a “x”, “y” y “z” y eso implica orígenes, actuar, desarrollo, familia y demás.
¿Es correcto? Por supuesto.
Expresarnos sin temor a represalias es parte de todos esos derechos que nos garantiza la Constitución y una enormidad de leyes más “que de ella emanan” (como dicen los clásicos). El punto es que así como hay derechos, también se especifican las obligaciones y las reglas de todos los juegos en este cuestionado asunto de la República y su democracia. Para bien o para mal, justo o no, pero ahí están: en cientos y miles de artículos y leyes creadas (idealmente) para garantizar la sana convivencia y la correcta aplicación de la justicia, estemos o no de acuerdo.
El punto es que a dos semanas de la jornada y la inolvidable e innegable madriza a los “opositores”, a los seguidores de unos y otros se les ha olvidado que todos estamos en el mismo barco y por ello tenemos la obligación de unificar esfuerzos para llevarlo a buen puerto.
Igual y hay razón en las molestias, igual y las exigencias tienen un fundado y fundamentado origen, quizá incluso haya certeza en los señalamientos de unos y otros, pero este México y sus generaciones necesitan ahora un pueblo unido, una sociedad organizada y una ciudadanía respetuosa y tolerante.
Lo cierto, además, es el hecho de que las leyes ahí están y han sido creadas y generadas para eso y, afortunadamente, todo ese entramado legal es perfectible. De hecho, quienes ganaron lo saben y quienes perdieron lo esperan porque todos lo tenemos entendido en mayor o menor medida: la historia –siempre- la escriben los vencedores, decía el escritor George Orwell, autor de Rebelión en la granja, una novela en la que también hay cerdos, perros, burros y ovejas… como aquí.