Foto: escena de Immortal Beloved, 1995.
“Tocar una nota equivocada es insignificante…
Tocar sin pasión es algo inexcusable”.
Ludwig van Beethoven
Hemos visto que Beethoven es un claro ejemplo de lo que es vivir apasionadamente; él después de luchar arduamente contra todos los infortunios que el destino le tenía preparado, salió avante. Evidencia de lo anterior son la 7ª sinfonía en La Mayor –lenta, pesada– o lo que escribió en su Testamento, pero, a pesar de todo, decidió finalmente la vida, vivir y gozar lo mucho o poco que ésta nos pueda ofrecer:
Esta última elección nos la hizo audible en su 9ª sinfonía en Re menor, aunque también hacia el final del tercer movimiento de la 5ª, en el momento en que un diminuendo hace que suenen simplemente los violines y los tambores, pero con un cierto dejo de incertidumbre, de tensión, como si fuera el momento de tomar la decisión ¿pelear o huir? ¿vivir o morir? La respuesta nos la da un crescendo intensísimo con el cual se consagra a la vida.
Mas, como dije, esto se muestra en todo su esplendor, a lo largo de la 9ª. Esta sinfonía en sus cuatro movimientos –Allegro ma non troppo, Molto vivace, Adagio molto e cantabile y Presto, sucesivamente–, nos expresan la intensidad de aquellas facetas de la vida y obra de Beethoven, culminando, por supuesto, con la Oda a la alegría.
Beethoven tomó algunos de los magníficos versos de Schiller –el romántico por excelencia–, pues “la poesía retorna a la música en el canto”. Porque “la alegría radica entonces en un fundamento más firme: el sentimiento de una nueva voluntad en ejercicio, o del cumplimiento de un deber que procede del corazón mismo de la subjetividad. El sujeto, la persona, se determina por una ley sacrosanta, la ley moral, que constituye un vestigio de lo suprasensible en nuestra experiencia personal” (E. Trías, 2010).
Kant también lo expresó de una manera sumamente bella, y que además concuerdan con lo que hemos venido desarrollando acerca de Beethoven, a saber: “dos cosas colman el ánimo con maravilla y reverencia renovadas y crecientes cuanto mayor es la frecuencia con que la mente las evoca: el cielo estrellado sobre mi cabeza y la ley moral en mi corazón”. (Immanuel Kant, 1788).
La Oda a la alegría nos muestra la consumación de la humanidad toda en el júbilo de un solo hombre. En el último movimiento, antes de comenzar a cantar la Oda, “el acorde horrible, una vez golpeado, cede la palabra al violonchelo. Éste pronuncia, sin decirlo, lo que el tenor terminará reconociendo a viva voz: ¡por favor no esos tonos! ¡Espantemos melodías demasiado tiernas, excesivamente elegíacas o melancólicas!”. Y así dar paso a la alegría. “La alegría es el gran antídoto frente a la melancolía” (E. Trías, 2010).
Por último, podemos decir que Beethoven fue un verdadero monstruo musical, tan grande e imponente como El Coloso de Goya. ¡El espíritu continúa a pesar de los dolores del cuerpo! Beethoven, ya lo hemos dicho, por su gran amor por la naturaleza siempre se le veía contemplándola, descifrándola, sintiéndola. Y “gracias al sonido del viento que el evocador oye crujir entre las ramas puede producirse la transfiguración de la belleza aniquiladora del infinito”, (Rafael Argullol, 2013).
Si es cierta lo que sostiene Gombrich: “no existe, realmente, el Arte. Tan sólo hay artistas”. Entonces, sin lugar a dudas, Beethoven es uno de los más grandes genios en virtud de los cuales podemos nombrar a ciertas cosas, a ciertos sonidos, a ciertas figuras y ciertos colores, obras de arte.
En este sentido, el artista, el verdadero artista es –en palabras de Schelling– un “espejo mágico y simbólico”, que retrata los sonidos del universo como los de su misma mente. Por otro lado, admito también la tesis de Rafael Argullol cuando dice que “la poesía se ocupa de lo más abundante de la condición humana […] El hombre, es, antes que nada, un nombrador y un formador”, o sea, creador.
Lo anterior es totalmente cierto. Desafortunadamente, esta misma condición creadora del hombre tiene un lado oscuro y siniestro y, con todo, determinante. Es decir, la capacidad creadora del hombre no sólo puede ser o es utilizada para crear otros mundos, expresar lo inexpresable, hacer audible lo inaudible.
El hombre también es y siempre ha sido la causa –el creador– de cosas abrumadoras, como la miseria, las armas, la guerra. No sé qué lado o qué fuerza sea más predominante, lo que sí sé, –en cambio– es que siempre va a ser más estrepitosa una bomba que una obra de arte… y sin embargo siempre hay que escoger la vida, siempre la vida. Así concluimos nuestra reflexión sobre la vida y obra de Ludwig van Beethoven.