Seguramente usted se ha sentido pasmado ante la exagerada cantidad de publicidad que le rodea al transitar por las calles de su ciudad, tal vez hasta se ha visto afectado ante los enormes destellos luminosos de algunos espectaculares.
Espectaculares, letreros, bardas pintadas, tiendas, incluso los propios signos de transito, direcciones, etc., los cuales en conjunto forman un complejo conglomerado de estímulos visuales.
Ante la sobre estimulada visión, resulta difícil discernir entre las distintas incitaciones; no todo puede verse, como no todo puede ser asimilado por el sujeto.
El problema no es si se cuenta o no, con la habilidad cognoscitiva para apreciar el caudal de información sensorial que llega a los ojos y luego es procesado en el cerebro, sino el cansancio que tal efecto provoca en el sujeto.
Incluso se habla recientemente de cómo la misma saturación publicitaria juega a perder, pues ante el exceso es mínimo lo que realmente puede llegar a la persona, presa de la mercadotecnia, de ahí que se tenga que innovar y mejorar cada vez más en ese ámbito.
Pero decíamos que el verdadero problema radica a todas luces, en el cansancio visual que genera en el espectador.
Se trata de un fenómeno psico-social denominado como ruido visual, el cual como puede entenderse al igual que la contaminación auditiva por el exceso y sobre estimulación al ruido, genera malestar en la persona que se ve afectada.
Los malestares pueden representarse a través de mareos hasta dolores intensos de cabeza; en algunos casos, se han registrado sujetos con problemas para dormir, ante la luminosidad e intensidad de las imágenes registradas visualmente.
Pero ¿qué se hace con los síntomas de ese malestar? Por supuesto, medicarlos, calmarlos, o lo que resulta igual, callarlos, al fin y al cabo se debe de seguir transitando, y claro, como sujeto actual, consumiendo, aun con las dificultades ya señaladas de entre qué cosas decidir.
El nuevo problema que se alza en la vida posmoderna es que, además de la publicidad mercantil o en productos, ahora se publicita una cultura medicalista, en la cual se le sugiere a la persona cansada o con malestar, un tratamiento o intervención médica para estar mejor.
Desde hace varios años, las farmacéuticas –auto receta mediante-, sugestionan hacía el consumo de productos “médicos” para los fines terapéuticos que el consumidor requiera.
Un ejemplo puede ser, la antes conductora de noticieros Lolita Ayala, con sus cápsulas información que cura, que luego de un discurso medico-cientificista, lograba acomodar en la mente del comprador una idea para su malestar.
Es decir, al espectador –sujeto pasivo y enfermo-, se le decía primero qué tiene y por qué, para posteriormente ante el connato de miedo, decirle cuál sería la solución, y dónde encontrarla.
Esa misma fórmula se aplica ahora en radio y televisión, donde los productos “médicos” se venden como cualquier cosa, la mayoría son restricciones ni cuidados, pues al final de cuentas, el cliente siempre tiene la razón.
Hace poco nos sorprendió, que la misma fórmula está siendo aprovechada por los hospitales, los cuales hacen publicidad a través de pantallas de alta definición, de sus productos curativos.
Y lo peor, intervenciones quirúrgicas anunciadas como si se tratara de algún producto cosmético, o una prenda de vestir para llevar. Incluso en algunos tipos de intervenciones, se hacen promociones u ofertas.
Pasamos de la saturación publicitaria de productos –somos los hijos del consumismo-, a la nueva era de la publicidad sobresaturada, la de la intervención médica a tono de producto.
¿Qué pasa entonces cuando tenemos además de la saturación de publicidad, exceso de ofertas medicas? En otras palabras, ¿qué surge cuando hay una oferta en el mercado? Surge una demanda de atención, de intervención médica, de productos que curan lo que sea, pues de lo que se trata es de poner el síntoma en donde está hecha la demanda.
No es primero el malestar y su síntoma, para nada. Tenemos en primer lugar una oferta que seduce, la de tener algo para la vacuidad ontológica.
De acuerdo a Lipovetsky (La era del vacío, 1986/2000), estamos ante un efecto del vacío: la seducción. La seducción es destrucción cool de lo social por un proceso de aislamiento que se administra ya no por la fuerza bruta…sino por el hedonismo, la información y la responsabilización (p. 24).
Es el paso de la publicidad al malestar y del cansancio a la seducción, para terminar la ecuación en la destrucción de lo social.
Ya podemos visualizar la construcción del círculo vicioso que se levanta a nivel social: publicidad-oferta-malestar-enfermedad-demanda. Círculo peligroso para el sujeto; costoso pero efectivo para las farmacéuticas y muchos médicos que saben entrar al negocio de lucrar con el dolor y la ignorancia de la gente.