Las edades terrestres (Dirección de Publicaciones y Literatura de San Luis Potosí, 2016) es el primer acercamiento que hago a la obra del poeta Margarito Cuéllar. Para empezar diré que se trata de un libro de temas diversos, incluso el estilo nos hace recorrer tonos distintos a lo largo de las siete secciones que no necesariamente siguen una línea argumental. Me atrevo incluso a opinar que cada sección podría funcionar de manera independiente. Y ahora que lo pienso, cada poema comparte con el resto su calidad de materia singular y lo celebro.
Me gustaría aprovechar el tema del forastero, pues es curioso que el principio y el final del libro se titulen casi de igual manera: “Oficios de forastero” y “Oficio de forastero”. Recupero entonces la idea de que un forastero colma su propia definición, es un ser ajeno a los sitios y al mismo tiempo se empeña por conocer lo otro. ¿Cuál será pues la tarea de un extraño? Cuéllar, a través de un firme tono imperativo, aclara lo que no hará el forastero: “No vengo a tomar el pulso a los enfermos”, “No vine a cantar hazañas de héroes mutilados”, “No vine a renovar mi carnet de aguafiestas”, “No vengo a competir con atletas del valle”, “No vine a buscar oro en las ruinas”. A lo que sí viene este forastero, es a hurgar en los detalles, en lo terrenal; “a entenderse de las rutinas que practican las lombrices”.
Como buen viajero de la escritura, esta sección cierra con una alusión a Rulfo y lo prehispánico, porque el buen andariego viaja con la certeza de siempre volver al punto de partida.
Vine a esta aldea porque dijeron
ahí vive tu padre
la Serpiente Emplumada que te dará sustento
(…)
II
Otra entrada al libro podría ser a partir del azar como un viajero experimentado que por consigna lleva el cambiar de sitio siempre, renunciar a la permanencia. Los poemas singulares (lo recalco) de este libro, llegan a rozar sus fronteras semánticas sin depender de los demás para justificarse. Así por ejemplo, aparece el asunto de la ciudad, la mujer, la política. La segunda parte del libro está dedicada al recuerdo; una estación en la vida del viajero. Gracias a la lectura que hago de Las edades terrestres confirmo que la evocación antes que todo, es una advertencia:
Me voy pero regreso.
¿Cantan victoria? Volveré.
No es amenaza
el asesino siempre vuelve.
Cuéllar nos presenta la ciudad desde los ojos de alguien que no pertenece a ese espacio, la voz recorre lo urbano pendiente de su condición de foráneo, desde los ojos de un agente extraño que se aproxima y asume su otredad con tranquilidad: “No se extraña lo que no se posee” apunta.
III
En “Intermezzo 1”, encontramos una galería de notas, una alegoría de la dispersión. Me parece que aquí se confirma la posibilidad de estar y no al mismo tiempo. Así la vida de un poeta, así la vida de todos. Estamos ante una exposición de temas que se vitalizan a través de la poesía: el recuerdo de amigos, de mascotas de amigos, la preocupación por el clima, el apunte sobre los libros. Una gama de recordatorios, de experiencias, que reunidas logran el efecto de una pausa saturada de vida, de observaciones minuciosas por las que el poeta se preocupa, o no.
Así es que hay recorridos por ciudades, aldeas, plazas de armas, calles. Sobre todo, este viaje incluye lo ignorado, lo que no se nombra, como en este fragmento:
Voy por aldeas
que esperan ser nombradas
y reflejan el rostro del mosaico
llamado emblema o patria.”
(…)
IV
La ironía permea el libro entero pero llega a ser el elemento más conciso en el “Intermezzo 2. Luchas en el lodo”, donde a modo de epigramas, o casi epigramas, se nos advierte, Cuéllar retoma algo de la furia que emana de nuestro país para mofarse, reclamar y no quedar neutral ante la vida administrativa del país:
Cerdonio navegan
los barcos de papel
hechos con tu ley hacendaria.
V
La última sección del libro, “Oficio de forastero” reúne poemas que confirman las cualidades de quien conoce bien el asunto de los viajeros. Ya se ha dicho en alguna parte que no se puede ser viajero si no se conoce antes la ciudad propia. Hay quienes deciden construir con el lenguaje sus propias murallas, aislarse. Hay otros que se entregan a la rutina azarosa de los viajes. Intuyo que Margarito Cuéllar trazó en este libro el itinerario de una memoria libre que aprendió a andar por las veredas y recovecos del idioma, así como se anda por las avenidas, las ciudades, las aldeas, y hasta la propia casa; dispuesto a la sorpresa. La esencia de quien viaja debe ser también el poder dar la espalda al camino, abandonar el temperamento andariego y dar chance al silencio para establecerse un rato. Es así como concluye este libro y mis observaciones, nos entregamos al silencio del descanso.
Noviembre de 2016