“Por fin lo comprende mi corazón:
escucho un canto,
contemplo una flor.
¡Ojalá no se marchiten!”
Cantos de Nezahualcóyotl
Lo femenino como abstracción, como deseo y como adoración se despliega en estas páginas poéticas que reúne el libro Ajena a mi sentir enajenas mis sentidos de Ildegardo Flores, en el que la voz poética va cercando a esa mujer sin nombre –a veces Esperanza, otras Gloria–, sin rostro descrito pero que se nos presenta tan familiar. ¿Es realmente, la figura femenina, ajena al sentir del poeta?
El poemario se divide, desde mi ver, en dos etapas o momentos cruciales: el antes y el después de la posesión carnal a la mujer idolatrada.
En el antes, se representa a la mujer como un idilio, la poesía se dedica a la mujer inalcanzable, a esa femme fatale que, de saberse deseada se alimenta y logra, cual sutil encanto, envolver al poeta en la euforia de poseerla al menos entre versos, pero incluso así se vuelve un acto imposible.
Báñame
que de tanto transpirar castidad
siento que apesto
deja beberte
mitiga la sed
que otros lagos dejaron
y permíteme vivir
entre tus muslos:
único refugio
donde las dudas
no me asaltarán
(p. 13)
La voz del bate que adora esa figura mítica como quien adora a una diosa, nos hace reflexionar sobre el origen de esa mujer tan deseada ¿es acaso la poesía? ¿Es acaso una Venus en el mundo de los mortales?, o ¿será una metáfora de la existencia?
Me vio tan triste
que optó cumplir mi última voluntad:
envolverme con su cuerpo
-fue imposible morir-.
(p. 22)
En los poemas desfila un erotismo desenfrenado, la posesión de la carne desde la ausencia y la clara evidencia de sequía que ha de saciar la mujer potable. El poeta se ha propuesto alcanzar el tacto y como proclamador y dador del lenguaje, son sus palabras las que lo acercan a ella, para tratar de escarbar en la superficie y sembrar un refugio –imposible-.
Enfrascarse en estas páginas ajenas es conocer la historia de un amor novelado en verso, el viaje de un héroe sin capa y con espada desenfundada que busca levantar el báculo / desahogando oraciones ante la amada; somos testigos de su heroico avance a través de los umbrales y la dominación de esa divina tierra fértil, en la cual quisiera perderse y no descender al mundo de los vivos.
Niña
amor
ya me reconfortas
enervante mujer
libertad y cárcel
invitación
a vivir muriendo.
(p.23)
Y al final, la mujer siempre será aquello que es imposible poseer, el ave que, de perder su libertad, estropearía su belleza.
Flores Peña, I. (2016). Ajena a mi sentir enajenas mis sentidos. México: Ed. Letras de Pasto Verde