I. La confesión
Si se trata de confesiones, he de comenzar con una: Había una vez un poeta que conozco bien porque me habita y usa mi nombre en sus andanzas. Este poeta se ponía verdaderamente de malas al punto de la acidez estomacal, cuando algunas no muy nobles personas pero personas al fin y al cabo, a quienes se encontraba en la vida, afirmaban que las y los poetas son los indigentes del intelecto, y que el acto de escribir poesía no es sino una suerte de superchería consistente en la vana acumulación de palabras inconexas para bien ligar primeramente y como añadidura, decían, servía para impresionar lectores.
Hemos de decir que la tal afirmación es un improperio nacido de la envidia, y lo traigo a cuento sólo porque el libro de Jasmín Cacheux que presentamos hoy, es prueba de ello.
He de confesar también que el dicho poeta no debiera siquiera prestar oído a esas ruines y turbias afirmaciones, y que le hacían mella por el sólo hecho de que muchos de los críticos eran a su vez contradictoriamente, sedicentes poetas, quienes creyendo la patraña que proclaman, para demostrarla gestan sus renglones contrahechos con retóricas huecas y aderezos más propios de la jerga neologística y/o la jerga semántica que muestran ciertos pacientes de afasia en terapia.
Y sin embargo, resulta un síntoma social descubrir que los dichos poetas-no-poetas cuya diatriba pretende destruir aquel oficio que también presumen como propio, a menudo pasan por rockstars de las letras entre los públicos más ignaros tanto como entre los analfabetas funcionales cuya definición de lectura consiste en coleccionar libros que a la postre exhiben sin abrir como trofeos en los anaqueles de sus guaridas, y cuyos contenidos conocen sólo por las referencias populares, lo cual les basta.
Por eso cuando un libro como Confieso… 36 rostros de mujer de Jasmín Cacheux cae entre mis manos, debo hacer una pausa no sólo para saborear sus versos agridulces, deglutir sus imágenes amargas, reposar la fuerza de los aromas que se desprenden de cada poema en su integridad, y debo además, congratularme por tener delante de mí un trabajo sólido en el que la influencia de las famosas hijas de Apolo es tan importante como el doloroso trabajo de escribir. Porque, y es también menester confesarlo, escribir es un oficio que duele, pues las autoras y autores se dejan mucho en ello.
II. Del libro y sus muchas voces
Hay en estas páginas un catálogo tal de rasgos humanos, que no cabe incertidumbre respecto a la hondura de su reflexiva contemplación del mundo: sumisión, cureldad, desesperación, cansancio, indolencia, tristeza, resignación, odio, venganza, y muchas intensidades más entreveradas, que resulta menester darse una segunda pausa y entender que ninguno de estos versos nació de la mera ficción, por muy que incluso pudiera necesariamente contenerla.
El libro de Jasmín Cacheux que hoy presentamos, nos muestra un problema de la sociedad global: la supervivencia de una masculinidad que no vale calificar de tóxica, sino como francamente venenosa, cuyas acciones desembocan en sucesos traumáticos, en vidas arruinadas o ya de plano en la muerte de las mujeres que la han padecido —y siguen padeciendo— como lo muestra la autora en esta colección de poemas cuya brevedad contrasta con la profunda intensidad de su ejecución.
Y aunque las contiene, cada verso va más allá de la crítica y de la denuncia, pues no sólo expone el problema, sino que nos muestra muchas de las posibles respuestas de las mujeres; que van desde la resignación de quienes sucumben a la brutalidad de una educación plena de atavismos, a la retribución lograda por otras mediante caminos varios, todo ello en un lenguaje que no por cotidiano, se aleja de la belleza que la verdad de cada una consigue aunque sea cruda y directa.
Y si nos presenta un problema social y enumera las soluciones posibles, nos encontramos entonces ante lo que se ha dado en llamar investigación artística; aunque no lo es como una “investigación sobre el arte”, ni como una “investigación en arte”; la primera se centra en la historia de las obras artísticas y la segunda en el análisis de las técnicas y decisiones de un o una artista para producir una obra de arte. Sí se trata en cambio, de una investigación desarrollada y resuelta en la ejecución misma de una obra de arte, a saber, el libro del que hoy hablamos.
III. Poesía y confesión
Tradicionalmente, quienes están obligados a la confesión son los culpables. No obstante quienes aquí confiesan son las víctimas a través de la voz que la poeta presta. Este acto de confesión en favor del otro o la otra es propio de quienes escriben poesía, pues su atención capta muchas cosas que deben decirse, y lo hacen sin más.
La de Jasmín Cacheux en este libro, es una poesía propia de los juglares medievales, quienes no sólo llevaban y traían noticias de unos lugares a otros, sino que en sus canciones ofrecían sus análisis, críticas y puntos de vista, la propia autora lo dice apenas al inicio del libro cuando enuncia:
Quiero cantar como el juglar:
la cortesana, la gitana, la bruja…
Los personajes no se encuentran aquí al azar, sino que son todo un símbolo de la resistencia histórica femenina contra la cantinela de “no puedes”, el “no es para mujeres” el “calladita y en tu casa” y muchas otras cosas que se enumeran en el libro de una u otra forma más allá de la anécdota, mediante acciones vivas que sorprenden por las ondas que se desprenden y quedan reverberando en quien va leyendo.
Recorren las páginas mujeres que se sacuden las amarras y pasan a la acción, mujeres que repiten el nombre de sus hijos como un mantra protector y una inyección de fuerza, mujeres que a la mirada masculina se han vuelto locas, solo porque, cansadas de esperar a la justicia, han decidido construirla a martillazos, mujeres que hacen de sus recuerdos combustible para el vuelo, y más quisiera yo añadir, pero corro el riesgo de incurrir en lo que las nuevas generaciones llaman un spoiler.
Semblanza:
Juan Pablo Picazo nació en Cuernavaca, en 1967. Es escritor, periodista y locutor de radio, Ha publicado los libros Fraknos y la bruja (Lengua de Diablo editorial, 2020), Crónicas de la ciudad tlahuica (UAEM, 2001) y Palabras pendientes (Sedesol, Gobierno del estado de Morelos, 1995).
Tiene el blog La hormega en WordPress, donde publica diversos materiales periodísticos y literarios, y actualmente se desempeña como director de Comunicación del Museo Morelense de Arte Contemporáneo juan Soriano (MMAC).