¿Puedes descifrar el nombre del incomprensible, del increado, de Aquel a quien los cielos adoran, y al que intentó derrocar el crimen en su delirio?
J.W. Goethe, Fausto
La tragedia del carnicero desempleado que lucha por sobrevivir en las entrañas de Francia se divide en tres partes: un cortometraje, una película y un cameo. La trilogía, escrita y dirigida por Gaspar Noé, cuenta la historia de un hombre banal, común, del que sabemos poco o nada, y de Cynthia, su hija sordomuda, que vive al amparo de la asistencia pública. En seguida presentaremos una síntesis regresiva de los acontecimientos que desbocaron el llamado “Síndrome Occidental” entre padre e hija.
El ojo de la cámara flota como un animal o un espíritu y nos arrastra hasta una habitación en donde dos hombres discuten sentados en una cama. Esta escena corresponde al inicio de “Irreversible”, del año 2002. Uno de ellos, quien resulta ser nuestro carnero, confiesa haberse acostado con su propia hija. Se lamenta. Llora. El otro hombre fuma y le dice que se calme. El acto dura menos de cinco minutos. Después la cámara se aleja y los hombres desaparecen. En las cintas anteriores: “Carne” del 91 y “Solo contra todos” del 98, Noé revela la génesis de este supuesto incesto. El carnicero ha sido abandonado por su madre y por su mujer, ha perdido su negocio de carne de caballo en los suburbios de París y ahora es prófugo de la justicia. Lo único que le queda es su hija, quien es ya toda una mujer.
Un día visita a Cynthia en el instituto y la lleva al Hotel del Futuro, donde fuera concebida. En la habitación el hombre guarda una pistola con tres balas. Recuerdos y deseos procesan sus fantasías. El carnero se folla a su hija y luego le dispara en el cuello, dejándola morir desangrada, como yegua en matadero. Verla sufrir es lo que desencadena su delirio. Está harto de recibir órdenes y humillaciones. Culpa al gobierno, a las leyes, a los inmigrantes, a los yanquis, a los rojos, a los ricos mentirosos, a los amantes nazis, a los Krauts asesinos de su padre; denuncia una fuerza superior en contra de su voluntad al tiempo que agradece a Dios y a Jesús e imagina su propia muerte… Pero lo que vemos sucede solo en su cabeza de carnero. En un rincón del baño permanece la niña, taciturna, mirando por la ventana.
No es la primera vez que nuestro carnicero toca fondo: sabemos que pasó un tiempo en prisión por apuñalar al presunto violador de su hija. En realidad, el carnero es un hombre tan insignificante que siempre termina derrapando en sus pasiones. Sin embargo, ¿es posible dudar de la certeza de sus palabras cuando confiesa el incesto? Y si ese fuera el caso, qué sentido tendría. ¿Por qué confiar en un hombre así?
Un prejuicio es una opinión que se admite a priori. La afirmación: “En Francia se come carne de caballo a pesar de su reputación” incluye un prejuicio. Sabemos que la carne de caballo es una de las más saludables, pero es despreciada por su bajo costo y su color oscuro. Así mismo opera el prejuicio del carnero. Vemos a ese pobre hombre y qué es lo primero que pensamos: que es un maldito desgraciado y que su madre ha debido abortarlo. De acuerdo, pero entonces no veríamos más allá del habitual delantal manchado de rojo sangre. El carnicero es en realidad todos los hombres.
El mundo marginal, egoísta y misantrópico que representa Noé, donde las noticias cotidianas son: “Arrestaron a unos hombres que pusieron hojas de afeitar en un tobogán para cortarle el culo a un chico”; la moral es una pistola que se lleva al cinto y las conversaciones en el vestíbulo del tipo: “Me comí a esa pequeña. No pude parar. Estaba encima de mí y yo era como una bestia salvaje con su culo. Y ella gritaba. Era como si la estuviera violando”, es el mismo mundo para todas sus historias. Sus personajes, desde el tartamudo en “Tintarella di Luna” del 85, hasta el drogadicto en “Enter the Void” del año 2009, saben que la naturaleza los ha abandonado y que solo sobrevivirá el más fuerte. También saben que al morir todo comenzará de nuevo hasta el fin de los tiempos.
Personajes horrorosamente honestos, malditos, nacidos bajo una estrella muerta y que luchan día tras día para mantener su dignidad. Personajes orgullosos, como el carnicero que prefiere ser pobre y honesto antes que besarle el culo a algún rico; personajes buenos (incluso nobles), a pesar de infortunios y malentendidos. Cuando el carnicero dice: “No puedo hacerlo. Soy un hombre bueno y tengo que permanecer así”, deberíamos tomarlo en serio. Ama a su hija más que a nada en el mundo y no sería capaz de hacerle daño. El problema radica en que ella nunca lo ha llamado “papá”. Tal es el complejo del carnero: su añoranza, lo que siempre quiso, nunca ocurrió. Pero nosotros sabemos que eso no es cierto. En dos oportunidades ella intenta comunicarse con él. Primero lo hace a través de la anciana que agoniza en el hospital. “Papá, no me dejes sola”, le dice. Después, por medio de la prostituta drogadicta: “Papá, no me harás daño, ¿verdad?”. Por desgracia, el hombre solo atiende a sus voces internas, que lo instan a abandonar la máquina. La sensación de retorno a lo familiar que experimenta el carnicero cuando logra escapar del dominio de su delirio se conoce como “Destitución Subjetiva.” Sensación relacionada quizá con las canciones que suenan en la radio y que hacen suspirar y canturrear a los personajes de esta trilogía.
Una de las últimas escenas de “Carne” transcurre en la cabeza de la pequeña Cynthia. Se trata de una fantasía onírica motivada por el beso del padre. En ella confluyen su juguete mecánico tragamonedas y el héroe enmascarado que ve en la televisión. El héroe se llama Carne y es el carnero; el juguete es una yegua y representa a la niña. A propósito de caballos Freud dice que los animales deben buena parte de la significación que poseen en el mito y en el cuento tradicional a la franqueza con que muestran sus genitales y sus funciones sexuales ante la criatura dominada por el apetito de saber. Sabemos que una sugestión es cualquier cosa que perturbe la mente. El movimiento estimulante de la máquina explica el despertar de ciertas energías libidinales en ambos personajes.
Noé es un provocador y no se reserva nada. Sin embargo, constantes advertencias minan sus historias en forma de exagerados intertextos. Su función es informar, aunque en ocasiones también se utilicen para paliar el surplus de realidad, es decir, la violencia inherente. En su cine todo lo que oculta expresa algo y lo que expresa vuelve a ocultar. Esto lo vemos en “Solo contra todos” cuando el incorruptible carnero deambula en busca de ayuda y se entrevista con amigos y colegas. Aquí, al igual que en otras escenas, el ojo de la cámara parece interesarse por sus manos. Justo antes del cameo en “Irreversible” aparece una mano cortada. El carnicero abría la carne y partía los huesos con la mano izquierda; mientras que con la derecha escribía cartas para su hija. La mutilada corresponde a esta última. Su psiquis nos revela que la barrera del incesto nunca fue franqueada. Nuestro héroe, al igual que el diablo, posee infinitos nombres: Carne, Jack Shit, Robespierre… y a pesar de su reputación siempre obra el bien, pues todo le recuerda a su amada hija. Dicen que pocos pueden saber lo que es el amor. Noé quizá pueda decirnos algo. Dejemos que sean sus personajes quienes nos muestren un poco de ese sentimiento sublime a todas las pasiones.
La Caverna de José Saramago: Bienvenidos al urbanismo distópico del siglo XXI
FOTO 1. Autor: Michael Kerbow´s
No hace falta que nos remitamos a la distópica Blade Runner del año 2049, para pensar que la era de la vida humana en urbes compactas, hiper-vigiladas, individualizadas y mono-espaciales está más próxima de lo que se pensaba. Así nos lo presenta José Saramago en La Caverna, novela escrita en 1998 y que expone de forma magistral, además de un sencillo lenguaje literario, los cambios en la distribución socio-espacial que el mundo viene registrando con gran intensidad desde mediados del Siglo XX.
Un cambio en los patrones de asentamiento, en donde la distribución de la población prácticamente ha dado un giro importante, pasando de ser predominantemente rural a un conjunto de ciudades en las que hoy en día se estima que vivimos más del 54 por ciento de los seres y que para el 2050 llegará al 66 por ciento según cifras de ONU-Hábitat (Léase también “Más de la mitad de la población vive en áreas urbanas y seguirá creciendo” Fuente: http://www.un.org/es/development/desa/news/population/world-urbanization-prospects-2014.html). Y es precisamente esta transformación la que nos expone con pocos pero certeros personajes la obra del ensayista portugués. No es necesario ser un experto en urbanismo para darse cuenta del ahora en el que Cipriano Algor, el protagonista de la historia, convive junto con las transformaciones que ha sufrido su entorno a manos de un progreso que año tras año, sigilosamente ha ido impregnándose en las arrugas de su piel y en sus opacos ojos, que llevan más de ochenta años viendo la manera en que su campo ya no es el campo en sí mismo, rodeado por un inmenso mar de verde forestal, sino que allí está la ciudad y su Centro, lugar para el cual trabaja como alfarero en condición de proveedor a término fijo.
El Centro no sólo es un gran complejo comercial, allí tienen lugar unidades habitacionales, así como locales de bienes y servicios aptos para reducir en lo más mínimo los desplazamientos de sus moradores; algo que en el urbanismo contemporáneo se conoce como “edificios híbridos”, cuya función es la de reunir diversos usos dentro de un mismo espacio, fiel representación del aturdimiento hecha residencia, trabajo y ocio en una misma pantalla publicitaria, la misma en la que el individuo aparece desapercibida y anónimamente, en este caso, a través de los 48 pisos que componen la torre principal.
FOTO 2. Interior del Thompson Center Building, Chicago (Fuente: https://www.bettergov.org)
La parte del ascensor que miraba al interior era acristalada, el ascensor iba atravesando vagarosamente los pisos, mostrando sucesivamente las plantas, las galerías, las tiendas, las escalinatas monumentales, las escaleras mecánicas, los puntos de encuentro, los cafés, los restaurantes, las terrazas con mesas y sillas, los cines, los teatros, las discotecas, unas pantallas enormes de televisión, infinitas decoraciones, los juegos electrónicos, los globos, los surtidores y otros efectos de agua, las plataformas, los jardines colgantes, los carteles, las banderolas, los paneles electrónicos, los maniquíes, los probadores, una fachada de iglesia, la entrada a la playa, un bingo, un casino, un campo de tenis, un gimnasio, una montaña rusa, un zoológico, una pista de coches eléctricos, un ciclorama, una cascada, todo a la espera, todo en silencio, y más tiendas, y más galerías, y más maniquíes, y más jardines colgantes, y cosas que probablemente nadie conoce los nombres, como una ascensión al paraíso. (Pág. 347).
Con el paso del tiempo las cosas en el Centro se tornan más difíciles. Las vajillas, ollas y platos del viejo alfarero ya no calan en los deseos de los clientes, poco a poco las creaciones que con tanto esmero hacía en su taller, horneándolas, secándolas, pintándolas y trasladándolas a la ciudad, empiezan a engrosar los estantes de la bodega comercial. Su trabajo pierde interés como el de muchos otros oficios que ya no le son útiles a ésta, la ciudad de la producción en cadena.
El viejo, en compañía de su hija y su yerno, quien trabaja como vigilante del Centro, entra en un juego de adaptaciones a las nuevas exigencias del mercado, la fiel atadura a un espacio que lo ha sacado de su pueblo, dependencia unívoca que caldea sus pensamientos con todo lo que lo rodea más allá del exasperante Centro, de las afueras, de aquellos entornos productivos en masa indispensables para quienes ahora viven en línea vertical:
Y a esto llaman Cinturón Verde, pensó, a esta desolación, a esta especie de campamento soturno, a esta manada de bloques de hielo sucio que derriten en sudor a los que trabajan dentro, para mucha gente estos invernaderos son máquinas, máquinas de hacer vegetales, realmente no tiene ninguna dificultad, es como seguir una receta, se mezclan los ingredientes adecuados, se regula el termostato y el higrómetro, se aprieta un botón y poco después sale una lechuga. (Pág. 316).
En esta trama de complejos y monumentales cambios territoriales, la vida del protagonista se disputa entre la necesidad de generar ingresos para su familia o el permanecer junto a un amor fruto del vecinazgo rural, quizás la única razón para pasar sus últimos años junto a Isaura y su perro Encontrado. En este ir y venir, Cipriano Algor recrea geométricamente la distribución espacial del camino que conduce de su casa hacia el Centro:
El sol todavía no ha nacido, el Cinturón Verde no tardará en aparecer, luego será el Cinturón Industrial, luego los barrios de chabolas, luego la tierra de nadie, luego los edificios en construcción de la periferia, después la ciudad, la gran avenida, el Centro finalmente. Cualquier camino que se tome va a dar al Centro. (Pág. 344).
Se trata, en su más sencilla expresión de la ciudad concéntrica de Walter Christaller, quien en su teoría de los lugares centrales (1933) expuso la jerarquización de los espacios urbanos distribuidos en forma de anillos en función de sus atribuciones productivas, siendo el centro aquel lugar en donde se encontraban sus residentes y las actividades económicas principales. Hoy día, dicha estructura, que anteriormente fue adoptada como modelo ideal por ciudades como Milán, Amsterdam o Moscú, han sido rebasadas por tipologías ya sean policéntricas, esparcidas o difusas, interconectadas entre sí por grandes sistemas subterráneos de transporte, la ciudad-región o la ciudad satélite. Lo cierto es que las múltiples formas de la mega-ciudad tal y como hoy se presentan ante los ojos de los planificadores actuales, condensan complejidades en las que la experiencia propia del habitante, del urbanita, está siendo sumergida por estas mega-construcciones de gran altura, allí donde la luz del sol se opaca como se opacan nuestros desplazamientos intra-urbanos más cotidianos, de esta forma en la mega-ciudad del futuro comenzamos a experimentar estigmas, por ejemplo, hacia el clásico trayecto hogar-trabajo en función de la reducción acelerada del tráfico vehicular (Léase también “El plano urbano radiocéntrico. Tipología de planos de ciudades II” http://jadonceld.blogspot.com.co/2013/05/el-plano-urbano-radiocentrico.html).
FOTO 3. Chengdú de noche, ejemplo de la mega-urbe concéntrica actual. Fuente: http://jadonceld.blogspot.com.co/2013/05/el-plano-urbano-radiocentrico.html
Volviendo al tema del texto, que si bien es más una reflexión ético-social de nuestros tiempos que un repaso por las grandes estructuras urbanas actuales, no escatima páginas en develar cada una de las múltiples situaciones al interior de la mega-ciudad, porque así como está el Centro, que es el lugar “privilegiado” y dotado de servicios y de ocio, está la ciudad chabola, la de aquellas afluencias caóticas donde el cartón se ha convertido en el material primigenio para contrarrestar los embates de la intemperie. En esta ciudad informal es donde Saramago, si bien de forma tímida y pasajera, ubica al gran margen de la población que se ve enfrentada a estrategias de supervivencia en un contexto de lucha colectiva contra el hambre. La expresión de todo un conjunto de contradicciones sociales hecha territorio, hecha ciudad, hecha cinturones, en este caso de miseria, que viene siendo registrada desde películas como Metrópolis (1927), y que es la misma que hoy por hoy representan vastas porciones de aglomerados urbanos en donde paralelamente tienen lugar las mejores expresiones de las Smart technologies y el City marketing para los sectores más privilegiados.
Foto 4. Ciudades tugurio en la India (Fuente: https://www.quora.com/Why-cant-we-destroy-slums-in-India-especially-in-the-big-cities)
Es en este urbanismo donde tiene lugar la historia de Cipriano Algor y su familia, en medio de difíciles situaciones que los llevan a tomar decisiones que cambiarán sus vidas, cambios provocados por transformaciones en los patrones productivos de la sociedad. Y es en este nuevo mundo, vigilado y controlado por quienes lo están construyendo, que la sabiduría y el espíritu de este humilde hacedor de arcilla se pone a prueba, para decidir si da marcha atrás con su furgoneta en busca de la casa de Isaura o si se adentra en los intrigantes confines de una caverna hallada veinte metros bajo el Centro.