Aunque la actual titular de la Secretaría de Cultura afirme que el gobierno federal no considera a la cultura como un adorno, los recortes de la pobreza franciscana proclaman que eso no tiene la menor importancia. Sin embargo, en 2021 el sector participó con 3% del PIB nacional y creció 7.5%, mientras que la economía en general creció 4.6% a precios de 2013.
Según datos de la Cuenta Satélite de Cultura 2021, 2.2% del crecimiento correspondió a las actividades del mercado realizadas por agentes privados, 0.6% a las de hogares incluyendo trabajo voluntario y comercio de productos culturales en la vía pública, y 0.2% al trabajo de unidades gubernamentales. Durante el año, la cultura produjo más de 736 millones de pesos y generó más de 1.2 millones de empleos. La cultura se muestra como un sector dinámico: entre 2008 y 2021 tuvo un crecimiento promedio de 3.4% anual.
La cuestión va más allá del aspecto financiero. Sin que se eche de menos una visión general del campo cultural, falta articular una política acorde a la complejidad y dinamismo de la sociedad contemporánea, que la incorpore definitivamente al desarrollo económico, social y humano. Lo han señalado Ernesto Piedras, Néstor García Canclini y otros autores, a propósito del lugar de las industrias culturales en el desarrollo humano. De otro modo, hasta los mejores esfuerzos resultarán infructuosos, por muy bien que se ejecuten. Semejante desafío no puede descansar en hombros de unos cuantos. Ni resolverse en una consulta pública. Requiere estudio, análisis, discusión y capacidad para llegar a acuerdos entre los agentes involucrados, incluyendo expertos. Y respetar lo acordado, por supuesto, del mejor modo posible.
En cuanto a las ideas sobre el tema, el 4 de diciembre de 2020, Proceso publicó un artículo de Judith Amador Tello que señala la necesidad de replantear la política cultural, en respuesta al “inesperado embate” oficial contra la ciencia y la cultura. En octubre de 2021, El Colegio Nacional organizó el VI Encuentro Libertad por el Saber, en el que se plantearon los desafíos que enfrenta el país en educación, salud, economía, cultura y otros temas candentes. El 21 del mismo mes, El Economista publicó un texto de Ricardo Quiroga sobre la segunda sesión de dicho Encuentro, con la historiadora del arte Graciela de la Torre y titular de la cátedra Inés Amor en Gestión Cultural de la UNAM; el poeta y ensayista David Huerta y el doctor Bolfy Coltom, de la Dirección de Estudios Históricos del INAH. Los tres coincidieron en cuestionar la política cultural oficial.
Superada la emergencia sanitaria, el sector se está recuperando por los artistas y los públicos, quienes no han dejado de trabajar ni de acudir a los recintos. Nunca hubo apoyos oficiales extraordinarios para responder a una situación extraordinaria. Al contrario, la crisis obligó a cancelar la entrega de los premios Ariel, sin que la pifia causara el menor bochorno a la secretaria de Cultura. Hay otros ejemplos relacionados con el asunto, señalados por varios artículos en Nexos, Letras Libres, Este País y otras revistas, así como por El Universal, El financiero y otros periódicos. Todos dignos merecedores del rabioso anatema palaciego.
Después del hundimiento en 2020 por la pandemia, la mayor recuperación se registró en música y conciertos, artes escénicas y espectáculos, y en artesanías. Las dos primeras clases resintieron mayormente la suspensión de actividades, sin apoyos públicos para cubrir el hueco financiero, a consecuencia de la pobreza franciscana impuesta desde Palacio Nacional.
La distribución del aporte económico de este sector al PIB en 2021 revela aspectos interesantes de nuestro campo cultural, como el valor del trabajo artesanal frente al que está altamente tecnificado. Aunque predominaron los medios audiovisuales (35%), las artesanías quedaron en segundo lugar (20.8%), seguidas por la producción cultural de los hogares (20.6%) y diseño y servicios creativos (8.5%). En cuanto a empleos, se generaron 1 273 158 puestos, que representan 3.1% del total nacional.
Hay elementos para avanzar en la tarea de incorporar la cultura al desarrollo sostenible. El reconocimiento de la economía creativa como una realidad que demanda atención y acciones decididas de los sectores público, privado y social gana terreno entre artistas y empresarios. Asimismo, hay promotores y gestores de la cultura empeñados en vincular las disciplinas artísticas con el mercado, lo cual también tiene sus riesgos. Tal vez los peores ejemplos se encuentren en la industria musical, desde donde se promueven expresiones vulgares y actitudes violentas que desplazan a los creadores e intérpretes con verdadero talento y valores favorables a la convivencia social.
El actual gobierno federal no entiende la cultura como adorno ni de ningún otro modo. Si acaso, como algo que hay que destruir, después de renunciar a las tentaciones del libre albedrío y jurar obediencia ciega a la voz del amo. Cultura del pensamiento único.